domingo, 26 de octubre de 2025

UNA HISTORIA

 


Empieza en el mar.

Un hombre grita, grita, grita; 
desesperado, grita; 
enfermo, grita.

Las raíces devoran el asfalto,
lo quiebran en miles de fragmentos.

La madera del olivo, el arco;
recuerda su tacto: una extensión de su cuerpo.
Cuerpos que se recuerdan,
cuerpos que se reconocen,
se revelan en otros cuerpos.
Ella; él.
Sus manos bailan en su espalda.
Sus dedos acarician lentamente,
se apresuran sin prisas,
brotan como raíces en su piel.

Las cimas: sombras de lechos marinos.
Los gatos, cuando duermen: círculos perfectos.

Vine aquí por una puerta;
ésta, rodeada de ruinas: 
puerta que no es límite,
madera al borde del olvido.

La historia termina en el mar. 
Siempre. 

viernes, 17 de octubre de 2025

EL MITO DE ULISES: EL REGRESO DE ULISES

 


La historia empieza en el mar... 


El mito de Ulises tal vez sea el más conocido por el gran público. Aunque un hombre o varios -o tal vez, según alguna interpretación moderna, una mujer- que llamamos tradicionalmente Homero recopilara en el siglo VIII a.C. una larga tradición que, como la de la Ilíada, se remonta a los tiempos micénicos, la figura de Odiseo, su nombre griego, es sin duda la más cercana a nosotros. 

Odiseo no es, como Aquiles, el último representante de un mundo que va a desaparecer; es el primero de otro que está naciendo. Por eso, frente a tipos como Ajax de una sola pieza, Odiseo miente, manipula, sobrevive. Y esa es su manera de afrontar el mundo, la vida. Y, por eso, nos sentimos tan identificados con un personaje que representa lo que somos, aunque no queramos reconocerlo.

Muchas han sido y serán las versiones sobre este Ulises -a la espera de la de Nolan, que podría sorprendernos o decepcionarnos-, que, como bien lo describe Homero al principio de la Odisea, es un "hombre" -esa es la primera palabra del poema- de "multiforme ingenio"/"muchas tretas" que "vio a muchos hombres y conoció ciudades y sus costumbres"... Y esa es la mejor definición de un personaje complejo y de miles de rostros, digno émulo de Atenea, la diosa de la inteligencia. 

Esta versión se ha realizado en el 2025, en pleno siglo XXI. El trailer no es un buen indicio del ritmo reposado y reflexivo que elige Uberto Pasolini -que nada tiene que ver con el gran Pasolini, pero sí con Visconti, ya que es su sobrino-

Hay quien ha dicho algo así como "me avergüenzo de un Ulises que pide perdón a Penélope". Es cierto que esa no es la visión que tuvo Homero; hasta los años sesenta sería impensable un Ulises que hiciera tal cosa. Ya no somos los mismos, sin duda. Afortunadamente. El nuevo Ulises debe aceptar que la mujer también debe ser respetada, que Penélope ha sacrificado mucho; que, ponerse en el lugar de la mujer, sometida durante milenios a los hombres, es un gesto necesario y obligado. Son nuevos tiempos: nuestros tiempos... 

Imaginemos una comedia de situación. Penelope, que se habría buscado un amante, a todas horas le estaría machacando; a Telémaco no habría quien le echara de casa, no pararía con el móvil y los videojuegos y, si no se trae a las novietas a casa, se haría a todas horas pajas; Euriclea y el abuelo, habría que cuidarlos, porque no hay residencias en condiciones ni un sistema de salud eficiente y las visitas al psicólogo para superar el estrés postraumático no le ayudarían y tendría que empastillarse. Y todos recordándole que en otros tiempos fue un gran hombre. Tal vez al final este Ulises posmoderno vuelva a abandonar su hogar y se cambie el nombre. El de Nadie le vendría al pelo...

Los personajes femeninos ya tenían entidad en la obra original. Está Penélope que, como Ulises, también sabe sobrevivir, destejiendo por la noche lo que teje por el día, manteniendo una fortaleza y una dignidad que solo se exige a sí misma y al recuerdo de su marido. Está Euriclea, la nodriza de Ulises, la primera que le reconoce -después de Argos, su fiel perro; siempre emociona ese momento tan delicado: el de un animal que ha esperado el regreso de su amo para expirar ante él-. Tenemos, entre los masculinos, a Antinoo, que en las adaptaciones, más que el líder de los pretendientes se acaba convirtiendo en un hombre enamorado, que se mueve entre la hipocresía y la sutileza, que prefiere mirar a otro lado, mientras observa como el resto ejerce una violencia cruel y despreciable.

Destaca el peso que en esta versión adquiere Telémaco. Existe la Telemaquia en Homero; mucho menos conocida que la parte de las aventuras y, por supuesto, que el regreso a Ítaca, muchos se preguntan, cuando leen por primera vez la obra de Homero, tal como se escribió, el porqué de esa parte. Tiene mucho más sentido de lo que parece. Casi siempre se reduce, en las versiones, a la mínima expresión, porque la fuerza del personaje de Ulises es tan poderosa que todo lo demás queda eclipsado. Sin embargo, el genio de Homero -o la hija de Homero, si intervino alguna mujer en su creación- no deja hilo sin puntada. Telémaco es el hijo a la sombra de un héroe inmortal; y eso, bien lo saben los adolescentes, puede ser una carga insoportable. Aquí, Telémaco se rebela ante el mito, busca su camino, intenta encontrar respuestas. Un Telémaco del siglo XXI se enfrenta a un padre ausente. Como casi todos.

Una de las alumnas con las que esta mañana he visto esta nueva adaptación me ha mencionado un detalle fundamental. "Me faltan las aventuras". Tal vez Nolan nos las proporcione... 

Sí, este Ulises es introspectivo; es el hombre que ha salido de una guerra, destrozado psicológicamente, que ha sufrido en sus viajes y llega a su Ítaca, quebrado por dentro. Tardará en curar esas heridas. Bloqueado, necesitará recuperar su identidad para reconquistar su tierra, su paternidad, su matrimonio, su reino.

Y, sin embargo, es cierto que echamos de menos a ese otro Odiseo, el que engaña al Cíclope, el que desea saber más y se ata al mástil para escuchar a las Sirenas, el que imagina trucos y trampas para alcanzar sus objetivos, el que despierta la pasión de Calipso o de Nausícaa, el que evita el hechizo de Circe, el que baja a los infiernos. Lo podemos encontrar en la versión que interpretó Kirk Douglas en los años cincuenta.

Aún así, lo intuímos también aquí en los ojos de Ralph Fiennes que, junto a Binoche interpretan a la perfección sus papeles. Es el Ulises viajero, el que ha visto demasiado y llega cansado al hogar. Y no encuentra más que miseria, crueldad y desolación.

Me gusta esa fisicidad, como contraste, del hombre que come, desesperado, la tierra, tantas veces deseada; la del que, antes de tensar el arco, huele la madera, siente su tacto y recuerda con esos gestos, una parte de sí mismo, una extensión de su propio cuerpo. Es un cuerpo que se reconoce, se revela en otros cuerpos. 

Y ahí están Fiennes y Binoche. La película mantiene el interés, pero cuando aparecen los dos, no hay nada más que decir. El primer encuentro entre ellos nos emociona; Ulises calla y escucha las quejas y el dolor de Penélope, una Penélope airada. La angustia silenciosa de este Ulises se contrapone a la desesperación de una mujer en el filo de la navaja. Tras la matanza de los pretendientes, después de esa petición de perdón, llega la reconciliación, una reconciliación entre un hombre y una mujer en el siglo XXI, que se reconocen, que se recuerdan...

"Has de contarme muchas cosas... No querrás saberlas... Deberíamos olvidarlas... Tu pasado será el mío y el mío será el tuyo... Recordaremos juntos; olvidaremos juntos... " 

Porque, seamos sinceros, si los mitos griegos nos sobrevivirán, es porque hablan de nosotros. Los tiempos cambian y el Ulises de hace tres mil años no es el mismo que el que contemplamos ahora. Y no debe serlo. El mito, como Odiseo, se adapta a la realidad que lo recrea y lo trae a la vida cotidiana de los hombres y mujeres que lo soñamos y lo hacemos nuestro, que lo soñaremos y lo mantendremos vivo, mientras existamos.


Y termina en el mar... 


lunes, 13 de octubre de 2025

GUARDE EL ANOCHECER EN EL CAJON

 


A (mi hijo) HYO, INVIERNO DE 2002


"¡El mar no me ha llevado!",
exclamó el niño con cara de susto.
Al ver el mar arremolinarse, arremolinarse desde lejos, creyó que no pararía de crecer hasta cubrirnos.


El mar no te ha llevado, pero cuando vuelva a arremolinarse, te parecerá otra vez que es infinito y te esconderás detrás de mí, abrazado a mis piernas, como si yo fuera capaz de protegerte de todas las cosas, incluso del mar.


Como cuando al empeorar la tos, devolviste la comida y llorando me llamaste "mamá, mamá", como si yo tuviera el poder de poner fin a tus males.


Pero pronto tú también sabrás que lo único que puedo hacer yo es recordar. Recordar que estuvimos juntos ante esa gigantesca y centelleante ola, ante el tiempo, y el crecimiento, ante todas laa cosas que desaparecen y nacen de nuevo.


Que solo podemos grabar en estos cuerpos hechos de arena esos instantes como huevos de colores, la intimidad de las horas que compartimos juntos.


No tengas miedo
que el mar todavía no ha venido,
que estaremos juntos
hasta que nos lleve,
que seguiremos recogiendo piedras y conchas blancas,
que pondremos a secar los zapatos mojados por las olas,
sacudiendonos la arena rasposa,
que de vez en cuando nos dejaremos caer al suelo y con las manos sucias
nos secaremos los ojos.


ESBOZO DEL ANOCHECER 5

Estaba reverdeciendo un árbol negro que creía muerto. 

Se hizo de noche mientras lo miraba. 

Fluyó la sangre por los nudos verdes, la lengua se sumergió en la oscuridad. 

La luz al borrarse dejó rayas transparentes. 

(Como estoy viva) estiré la mano hacia el tronco.


UN ANOCHECER YO

Un anochecer yo

miraba elevarse el vapor 

de mi cuenco de arroz blanco. 

Entonces supe

que algo se había ido para siempre. 

Que ahora también 

se estaba yendo para siempre. 


A comer. 


Y me comí el arroz. 


Han Kang, Guardé el anochecer en el cajón.

Traducción de Sunne Yon.


DIANE KEATON

 

"Es un hecho que enfada y asusta".

Eso ha dicho Woody Allen, cuando ha sabido la muerte de Diane Keaton. 

He evitado hacer obituarios en los últimos meses. A pesar de que ha muerto Verónica Echegui, Eusebio Poncela, Claudia Cardinale... 

Casi estuve a punto con Poncela o Cardinale. Un gran actor, todo un desconocido para muchos. Y una actriz, ícono de los sesenta. 

Si repaso las películas de la Cardinale, aparece en El gatopardo, Hasta que llegó su hora, 8 y medio, Rocco y sus hermanos... 

Hay dos que, aunque sean menos conocidas, te dejan un poso especial.

Una es La ragazza con la valigia. Historia de un amor adolescente es también, la de una mujer despreciada, que sobrevive en los márgenes y descubre en el protagonista una ingenuidad que nunca había conocido. 


El final es aún más doloroso, porque ella se quedará sola, cuando el joven, al darle dinero, asuma el papel que su entorno social le exige. Ella es una prostituta; él, como su hermano, la sitúa con ese gesto inconsciente en el lugar de siempre. 

También en El gran embrollo, aunque su papel es menor, da sentido a toda la película. El final, desolador, lo es por la energía de una Claudia Cardinale que hace estallar la pantalla en mil pedazos con su dolor.

De Eusebio Poncela lo pudimos disfrutar en Los gozos y las sombras, Martín Hache, La ley del deseo, Intacto... Arrebato es todo un clásico de una época en que se podían hacer películas así, extrañas, raras, en los márgenes...


Y Diane Keaton. Supo construirse un espacio y un personaje. Y lo hizo muy bien. Su vinculación con Woody Allen en su primera etapa es clave. Su frescura, un privilegio para quienes la vemos en pantalla.

También se la conoce por El padrino, claro, pero esa es otra historia. 

Así que la mejor despedida es el final de Annie Hall. ¿Por qué no?


Sí, Woody, la muerte enfada y asusta. La de los amigos, la nuestra. 


domingo, 12 de octubre de 2025

ROMERÍA DE CARLA SIMON

 


La memoria es un instrumento con dos cualidades, al menos, contradictorias. 
Por un lado, tiende a ser fragmentada; si no lo fuera, tendríamos la terrible condena de Funes, el memorioso, que no es capaz de crear nueva información y adaptarse al entorno. La acumulación excesiva de datos puede acabar bloqueando la actividad cerebral. 
Por el otro, tiende a idealizar lo vivido. Recordamos los aspectos positivos -puro instinto de supervivencia- y ocultamos los negativos, aunque estos últimos, como bien sabía Freud, no desaparecen del todo y pueden alimentar las enfermedades mentales, si se las silencia y no se las afronta cara a cara.
Si asumimos estos aspectos de la memoria -que todos los que hemos trabajado con ella, conocemos- podemos entender mejor la película de Carla Simon.

Inventamos los recuerdos, porque nos llegan troceados. Y mucho más, si estos ni siquiera los hemos vivido. Son otros los que construyen nuestra memoria, a partir de retazos que ellos mismos han transformado, sea por el paso del tiempo o por factores sociales o psicológicos.

Entiendo esa parte en la película de Carla Simon. La memoria, sea la nuestra o la de los demás, es un constructo, imaginado casi siempre, necesario para mantenernos conscientes, sin la cual sería imposible seguir caminando.

Sin embargo, como sucede con las películas de esta época tan cobarde y pusilánime en la que vivimos, suavizamos el pasado, lo convertimos en un juguete que no moleste demasiado. 

Los padres de Carla Simon, drogadictos, murieron de SIDA, cuando ella ni siquiera tenía cinco años. La protagonista -un alter ego de la directora- a los dieciocho años decide conocer a su familia paterna y descubrir secretos de la memoria familiar. 

Se pasa de la observación y la búsqueda de respuestas -que incluye la grabación con cámara de vídeo- a una "bajada" a los infiernos particular en la parte final, a una ensoñación -el viaje en barca por la ría es un trasunto de Caronte; la subida a la terraza, donde encontrará a sus padres, es una metáfora de ese viaje interior-; que la expresión formal elegida sea, de nuevo, una mezcla de los dos formatos -vídeo análogico y digital- encaja a la perfección.

Sí, si alguien espera un pero, ahora va a llegar. Carla Simon, como casi todos o todas en esta nueva generación de cineastas, edulcora la realidad. Y se contradice. Si la protagonista exige a sus abuelos en la penúltima escena que verbalicen y admitan oficialmente que sus padres murieron de SIDA, ¿por qué la propia directora no muestra esa realidad? Las imágenes que la protagonista decide inventar -sea con el diario en off o visualmente- a excepción de un plano medio en el que se chutan y otro en el que el padre rompe un vaso de cristal en la pared -que ni siquiera incomodan, porque estéticamente están demasiado cuidadas-, son, sobre todo, los momentos de felicidad de la pareja. ¿No es eso precisamente lo que Carla Simon critica de los personajes de las generaciones anteriores en su Romería y que no es capaz de ver en sí misma?

Me podría decir que mostrar la realidad brutal de toda esa generación ya lo han hecho otros. Sí, lo hicieron, sobre todo, gentes como Eloy de la Iglesia, un kamikaze del cine. No pido primeros planos de un tipo metiéndose una jeringuilla ni una escena con todo lujo de detalles en la que se nos muestre el cuerpo de un joven de treinta años al borde de la muerte, pero esa fue la realidad que vivieron miles de personas. Tampoco exijo que se hable del papel que tuvo la heroína para destruir a toda una generación y de cómo se utilizó socialmente para controlar determinadas actitudes críticas. La directora solo insinúa que los padres de la protagonista pudieron ejercer de traficantes ocasionales, sin ir más allá. Carla Simon no está interesada en esto. Lo entiendo. Sí, otros lo hicieron, pero los que ahora estrenan películas, la nueva hornada de mujeres que reciben premios a diestro y siniestro prefieren no contarlo así, ya sea porque perderían espectadores, si mostraran esa realidad, ya sea porque la estética amable, en el fondo, encubre una evidente falta de coraje. 

No sé si soy demasiado duro con Carla Simon. No es tanto ella, sino el cine actual lo que me solivianta. Estéticamente, no tengo nada que objetar; incluso, algunas ideas son atractivas y podrían ser -¡quién sabe!- caminos que Carla Simon recorra con acierto en una nueva etapa de su carrera. El guion está bien construido y nos lleva a donde Carla Simon quiere. Es cierto, no logra emocionarme, pero, tal vez, sea porque la idealización del recuerdo ya no me dice -a estas alturas de la vida-, nada. A no ser que busque hacer estallar en mil pedazos nuestra percepción falseada, en vez de ablandarnos y agradarnos con un final feliz, como se hace en Romería.

En este aspecto reconozco que prefiero el final de Sirat -a pesar de sus defectos-. 

Es posible que ahora busque en el cine planteamientos más radicales, más valientes. Y no los encuentre casi nunca.


sábado, 20 de septiembre de 2025

BORRACHOS

 


Borrachos es un ensayo de Edward Slingerland. El propósito de su obra es demostrar con argumentos genéticos, antropológicos, culturales que una ingestión moderada de alcohol y similares drogas psicotropicas no solo ha permitido el desarrollo de la civilización, de su cultura, de su creatividad, sino que también facilita la supervivencia de la especie, su cooperación y socialización. La perspectiva es anglosajona y se enfrenta -aquí en el Sur lo tendría más fácil- con el moralismo protestante. Insiste que la ingestión debe ser moderada -vino, cerveza; insta a evitar bebidas destiladas- y, sobre todo, colectiva y compartida como bien podemos disfrutar en el cuadro de Tiziano, La bacanal de los andrios. El aislamiento nos lleva al desastre. 

No se olvida de factores culturales, de los riesgos que el alcohol puede suponer -presión social, su papel en los adolescentes o entre los jóvenes, violencia sexual contra las mujeres, resacas, hígados deshechos y otras situaciones más o menos desagradables-, pero al final el tono es amable y optimista. Dionisio puede ser un dios benéfico, aunque -nos avisa-, también es capaz de destruirnos -y eso lo sabían muy bien los griegos antiguos-.

El estilo es repetitivo y podría haber resumido su tesis en la mitad de tiempo, pero se nota que sus conocimientos son amplios y contrastados. Los ejemplos que menciona van desde la China Antigua, pasando por la Grecia clásica -el simposio-, al mundo azteca o inca mezclado con estudios e investigaciones serias, apoyados en datos científicos. Sin embargo, algo ha cambiado. Antes del XIX los encuentros eran colectivos, rituales controlados por la sociedad para liberarnos o ligarnos con la divinidad o la Naturaleza; ahora, muchos de esos encuentros con las drogas y el alcohol son solitarios y destructivos: consumismo descontrolado de una sociedad desmembrada.

Mientras iba leyendo, me fueron viniendo referencias cinematográficas. La primera fue alegre: John Ford. El tema principal de las películas de Ford es cómo el individuo puede integrarse en un grupo para, así, alcanzar un trozo de felicidad. Por eso siempre aparecen como secundarios personajes que beben, se emborrachan juntos y, cuando superan la resaca, son tus amigos para toda la vida. Puede que a veces haya peleas, pero siempre habrá reconciliación. 

La pelea más conocida y larga es la de El hombre tranquilo. Por supuesto, deben terminar o no... con una cerveza. 


Otra es Entre copas. Un canto a la amistad masculina, un viaje enológico por Francia. 

También las hay en el plano femenino, pero generalmente la bebida no es el acompañante habitual. Tal vez se pueda mencionar Una mujer bajo la influencia, aunque no sea el alcohol lo que explica las reacciones de la protagonista femenina 

o Noche de estreno, ambas, curiosamente, con Gena Rowlands y la dirección de Cassavetes.

Culturalmente, admitámoslo, la bebida ha estado más ligada al género masculino... hasta el momento. 

También tenemos al Dionisio oscuro. ¿Las Bacantes de Eurípides? Sí, Dionisio puede despedazarte... 

Hay una película danesa cuyos protagonistas, profesores de instituto, convertían la ingestión de alcohol en un experimento sociológico. Si beber desarrolla nuestra creatividad, ¿por qué no hacerlo antes de dar una clase? El problema, claro, es que luego no puedas controlarlo.


En el Hollywood clásico recuerdo dos grandes películas en este tono. Días de vino y rosas es la historia de una pareja que acaba cayendo en el precipicio del alcoholismo, interpretada por un Jack Lemnon y una Lee Remick impresionantes. 


Por otro lado, está Billy Wilder con su Lost weekend. 

O Leaving Las Vegas con un Nicolas Cage desatado.

La película de Pressburger, The small backroom, tiene una escena opresiva en el que el sonido de un reloj y la pulsión por beber se convierte en una pesadilla. 

Es posible que esta insistencia tan repetida del cine anglosajón en los aspectos negativos del alcohol -que nadie puede negar en nuestras sociedades modernas; y no me refiero solo a las calles apestando a alcohol y otros líquidos subsidiarios- forme parte de una campaña moralista, puritana y prohibicionista que no tiene en cuenta los aspectos beneficiosos. 

Hay que encontrar el justo término medio, si esta sociedad consumista y capitalista nos lo permite, y, aunque nuestra querida Ayuso apueste por las terrazas y desprecie la sanidad y la educación pública, el alcohol compartido puede ser benéfico y liberador, si sabemos combinarlo con lecturas, paseos por el parque, la montaña o cerca del mar, ejercicio físico saludable, escritura, visitas a museos, teatros y cines, dormir bien, buen yantar, buen sexo - aunque esto último sea optativo y prescindible-, carreras en la calle perseguidos por antidisturbios, reflexiones filosóficas, conversaciones variadas con amigos o contemplación budista del paso del tiempo.

Dionisio es un dios con dos caras. Si lo respetas y veneras -en su justa medida y en compañía- te proporcionará grandes momentos, te sacará de ese obsesionante yo que a veces te tortura y te agota, te hará más ligera la existencia, pero, por supuesto, debes temerlo, porque también es un dios terrible y nos lo hace saber con claridad, cuando no lo hemos honrado de la manera adecuada. 

¡Evohé, Dioniso, evohé!


viernes, 19 de septiembre de 2025

MEMORIAS DE ADRIANO: YOURCENAR Y LLUIS HOMAR


Memorias de Adriano es la versión que Yourcenar construyó alrededor de unos de los emperadores más complejos que gobernaron Roma. Cualquier adaptación tendrá una ventaja y un inconveniente. La ventaja es evidente: la prosa de Yourcenar es avasalladora, sea cual sea la manera de enfocar la historia. El inconveniente: es difícil conservar tal calidad literaria en la propuesta formal que hagas.

El texto de Yourcenar está ahí, sin duda. Una adaptación supone una elección: desechar algunos aspectos; destacar otros. Aquí queda desdibujado, del personaje que modeló Yourcenar, su amor por la cultura, sus intereses artísticos, su afán viajero. Y, sobre todo, me faltan sus reflexiones filosóficas sobre la muerte, la vejez y la crueldad de la guerra, aunque aparezcan a pequeños trazos.

La apuesta camina en otra dirección. Adriano ejemplifica también las contradicciones de un poder absoluto. Y en los actuales poderosos encontraremos -con los micrófonos, las cámaras, la imagen repetida y multiplicada- los símbolos de la autoridad y la propaganda. Esa puesta en escena funciona cuando el discurso oficial, el proyecto político de Adriano -o más bien el de Yourcenar- se expone; un proyecto que destaca lo que desea resaltar y oculta lo que no ha de contarse a los otros o a la posteridad. No va tan bien cuando la voz interior muestra sus contradicciones. En estos últimos iría mejor que el personaje se quedara completamente solo. La música elegida o el juego de luces o las proyecciones de palabras en latín o la intervención de un coro de figurantes en un entorno televisivo (secretario, maquillador, realizador) o la grabación y su aparición en pantallas de televisión y sus declaraciones a la manera de un político del siglo XXI se me hacen superfluas y banales. No tanto por el contenido -el texto es impecable-, sino por el envoltorio que le acompaña. Y no estoy tan seguro de que, como ocurre a veces con las representaciones del Calígula de Camus, el Adriano de Yourcenar represente, sobre todo, la ambición y las consecuencias del poder sin límites. En esta obra -como en toda gran obra- hay muchos más temas.

Y no es casual que el mejor momento de la adaptación sea aquel en que se cuenta la relación con Antinoo. La parafernalia -con todo, bastante sencilla- da paso a un duo simple y minimalista entre Lluis Homar y un joven actor que expresa en su tramo final a través del baile el dolor de una pérdida y, al mismo tiempo, el sacrificio inútil de otro ser. 

En cuanto a Lluis Homar, ¿qué se puede decir? Es un grandísimo actor y sostiene la obra. Siempre me quedará la duda de si -dejando a un lado el baile con ese imaginado Antinoo- un monólogo solitario de principio a fin me hubiera emocionado más.

¡He leído esta obra de Yourcenar tantas veces! A los veinte años, a los treinta, a los cuarenta, a los cincuenta. Y en cada lectura me acerco más al Adriano que concibió la escritora francesa, me acerco más al hombre que envejece, al que se preparará para la muerte. 

domingo, 14 de septiembre de 2025

LA SOMBRA DE TERSITES, EL SILENCIO DE RENÉ CLAIR Y LA INVENCIÓN DE TODAS LAS COSAS DE JORGE VOLPI

 


La sombra de Tersites es alargada. 

He leído un magnífico trabajo de Santiago Blanco sobre este personaje secundario del libro segundo de la Ilíada de Homero, que enlazo por si alguien desea leerlo completo.

Como ocurre siempre cuando partes de un buen original, las ideas fluyen y se expanden. 

La figura de Tersites ha variado a lo largo del tiempo. La aristocracia homérica lo consideraba alguien risible, despreciable, tanto por su apariencia como por su comportamiento. Hasta llegar a la interpretación que encontramos en este artículo de opinión, escrito por Juan Manuel Aragüés, se han dado muchos pasos.

Algunos de ellos nos obligan a evaluar el papel de Tersites. Nos encontramos a un hombre cuya función parece ser la de criticar y denostar a los héroes, decirles lo que nadie se atreve. En la Ilíada no muere -Ulises se contenta con humillarlo-, pero en otra obra épica de un autor menor acaba sin vida a manos de Aquiles. 

Si recorremos la historia de la literatura descubrimos al esclavo plautino, la commedia dell´arte o el personaje del bufón en Shakespeare: una mirada plebeya opuesta al poder o, al menos, que lo ridiculiza, bajándolo del pedestal. 

"¿Quién me puede decir quién soy?", pregunta un rey Lear desesperado. 

El bufón le responde: "Eres la sombra de Lear".

Épocas diferentes, interpretaciones diversas. Los mitos se transforman, se actualizan, se deforman, se parecen a los monstruos, como el propio Tersites, como el insecto de Kafka, al mirarnos en el espejo.

Laia, pintora del siglo I a. C., se autorretrató con un espejo. Velazquez se mira en otro en Las Meninas. 

René Clair no abandona las conquistas del cine mudo en su primera película sonora, Bajo los techos de París. 

Aparecen diálogos, una melodía que se repite, pero lo importante se cuenta sin palabras. El final feliz es una ficción; la recreación de este París, que ya no existe, es otra ficción. ¿Tal vez en nuestro mundo el silencio es ya otra ficción?

Jorge Volpi en La invención de todas las cosas nos habla de la ficción, es decir, de nosotros mismos. ¿Somos seres ficticios? ¿Creamos ficciones -sobre todo, el arte- para sobrevivir? ¿Lo que llamamos realidad, nuestra percepción de la realidad, no será otra ficción? El recorrido por toda la Historia del arte -sobre todo, la literatura, pero también la pintura, la música, la fotografía, el cine-, de la filosofía o de la ciencia le sirve a Volpi para desentrañar y intentar comprender estas ficciones. 

Hay ficciones y mentiras. Hay ficciones criminales, ficciones literarias, científicas... 

Necesitamos ficciones que nos sostengan y nos aparten del absurdo y el sin sentido.

¿Somos el sueño de una sombra, como diría Píndaro? ¿O la sombra de un sueño?