lunes, 26 de febrero de 2024

LA ZONA DE INTERES Y POOR THINGS

 


Al ver la película de Glazer no pude dejar de pensar en el personaje y el espíritu de Perfect days. Es un contraste brutal: su envés. 

Hoss, el comandante de Auschwitz, y su mujer, son esa parte horrible, cruel, despiadada, inhumana que todos, alguna vez, hemos sacado a la luz, aunque solo haya sido en la imaginación. 

Cómo bien se sabe, el gran acierto de esta película es no mostrar el horror, solo insinuarlo. Eso dicen. No es cierto. 

El horror es el día a día, la cotidianeidad de personas normales, completamente ajenas al asesinato y la brutalidad que sucede a cien metros, separados por un muro, concibiendo un paraíso, solo para ellos, ajeno al dolor de los demás.


Los fundidos, la música de fondo - experimental, incómoda-, los gritos y los disparos que escuchamos; el humo de las cámaras de gas y los hornos crematorios, las cenizas con la que crecen, hermosas, las rosas del jardín; el olor de cuerpos enfermos y cadáveres en descomposición, al otro lado del muro. 

Es fácil hacer paralelismos con esta Europa que construye su realidad, mientras miles se ahogan en el Mediterráneo y otros miles mueren asesinados en Gaza. 

Nadie la hará, pero deberían hacerla. 

En Poor things me sobra el final con personaje estereotipo, machista de libro, y venganza infantil. Todo lo demás es interesante. 


Un amigo me dijo que en el fondo el personaje de Bella pone en tela de juicio la hipocresía y la moral convencional de esta clase media nuestra. Hay cosas que no se pueden decir en público. Superado el tabú del sexo, ahora lo políticamente correcto es mirar para otro lado en aspectos controvertidos. 

Hay mucho más en Bella. Es capaz de empatizar con el sufrimiento de los niños, de soñar con un mundo mejor, rechaza al hombre que se encierra en un pesimismo estéril o en un hedonismo vacuo. Podríamos hablar de optimismo antropologico, cuando supera una primera fase de descubrimiento sexual. Ahora es una filósofa hedonista, en el sentido clásico del término. O empirista, tomando como modelo a su padre y creador. 

Y su evolución constante le lleva, esta vez sí, buscándolo, a dinamitar esas convenciones, porque antes era una niña en cuerpo de mujer y ahora es una mujer, consciente del mundo en que vive. 
En el XIX solían acabar en el manicomio o muertas. Ahora simplemente quien se atreva a salirse del carril y lo normativo, es apartado y olvidado. 

En eso consiste el progreso. 

Ambas películas, favoritas en los Oscar, si no estuviera Oppenheimer, nos retratan. No hablan de personas del XIX o de nazis pasados de moda. 

Es nuestra hipocresia la que vemos en la pantalla. Y no queremos reconocerla. 

domingo, 11 de febrero de 2024

LOS GOYA Y EL FINGIMIENTO

 

Los premios cinematográficos no dejan de ser un espectáculo cuyo principal objetivo es vender una imagen muy concreta de la industria. En los Gaudí se suele apostar por un cine independiente; de ahí que puedan ganar películas como Creatura. En los Goya su mirada desde hace tiempo va encaminada más hacia el cine comercial y dejan los restos y las migajas para otro tipo de cine más personal.

Así que no hubo sorpresa cuando La sociedad de la nieve se llevó casi todos los Goya -menos el de guión, ¡qué casualidad!- y lo que quedó se cedió "generosamente" a ese otro cine que profundiza en emociones, deja poso y permanece en la memoria. 

Porque La sociedad de la nieve, aunque algunos intenten darle una pátina de arte y calidad, no es más que un producto para el gran público y no aporta mucho a la versión de los años noventa, Viven. Si acaso que la lengua es española y los efectos especiales son mejores. Y poco más. Los Óscar se acercan y los Goya le dan el espaldarazo para que se lleve el premio tan deseado.

Bayona es un director a la moda. Hace productos que venden, es un chico que no molesta a nadie, sabe moverse en el mundillo. El gran público le aplaudirá. El paso del tiempo le olvidará. 

Victor Erice, aunque su película Cerrar los ojos fuera irregular, dice mucho más en sus planos que la nueva estrella cinematográfica. Y no digamos las directoras que buscan nuevas perspectivas -la primera película de Estíbaliz Urresola, 2000 especies de abejas, es interesante, pero aún tiene mucho que mejorar-, con propuestas más íntimas e, incluso, como en O corno o Creatura, atrevidas y experimentales. 

Hace mucho que los Goya solo son fuegos de artificio. Ni siquiera la parte reivindicativa es demasiado peligrosa. Almodovar defendiendo las subvenciones al cine frente a los de Vox te recuerda los tiempos del No a la guerra. Sí, se defiende la cultura en Argentina, pero está muy lejos y nadie arriesga mucho, si criticas a Milei. Hubo alguna mención a Gaza o a los agricultores, pero las comparaciones son odiosas; el presente es más acomodaticio y políticamente muy correcto. 

No se nombró a Vermut, aunque muchas de las intervenciones condenaran los abusos; sin embargo, nadie se atrevió, excepto José Sacristán, a decir que vetar las obras de Vermut -RTVE las ha quitado de su página web- es una decisión ridícula. Vermut está condenado antes del juicio y será difícil que pueda volver a rodar. Y sus obras serían quemadas, si eso fuera posible y no fueran demócratas y progresistas los que deciden estos nuevos vetos. Me pregunto si eso no nos hace recordar tiempos en los que otros hacían lo mismo con los libros. Habría que distinguir entre las obras de un autor y al hombre. ¿Deberíamos apartar de las librerías y las bibliotecas la obra de Rimbaud, porque fue un esclavista y un asesino durante la mayor parte de su vida? ¿Despreciamos y enterramos la obra de Heidegger, porque colaboró con los nazis? La derecha quita subvenciones a la cultura, alimenta la pobreza, elimina o aparta lo que pone en riesgo sus intereses económicos. Eso lo sabemos todos. ¿Y la izquierda luchando contra la injusticia -el abuso y la violencia contra las mujeres- no acaba asumiendo un discurso hipócrita, puritano, superficial?

El tiempo pondrá a cada uno en su lugar. A Bayona, a las jóvenes directoras que aún tienen mucho que contar y que tomarán un camino u otro en los próximos años -esperemos que elijan el más combativo y arriesgado-, a Vermut -si consigue volver a rodar- y, por supuesto, a Erice, que es, a pesar de no tener un Goya, uno de los mejores directores de la historia del cine. Sí, aunque sea antiguo y haga películas de otra época. 

El cine sobrevive, incluso, a la mogijatería y a la falsedad de estos tiempos nuestros.