Pocos escritores me merecen dedicarle una entrada el día de su muerte.
Paul Auster es uno de ellos, sin duda.
En Semana Santa leí su último libro, Baumgartner. Tardé solo tres horas en hacerlo. Tal vez no sea uno de sus mejores obras, pero aún así, tiene lo mejor de Auster. Siempre supo escribir tan bien que sus libros se leen con una sorprendente facilidad. Simple y elegante, porque estas dos cualidades siempre acompañan al gran escritor. Es curioso que sus últimas líneas escritas sean un final abierto. Puntos suspensivos... Todo final son unos puntos suspensivos...
Mi primer encuentro con Auster fue gracias al cine. Escribió el guion de Smoke, una loa al placer de fumar y la amistad, cuando la primera empezaba a ser prohibida y la segunda no era el principal tema en el cine de Hollywood. En realidad, nunca lo ha sido.
La idea del azar o el paso del tiempo, temas centrales en Smoke, dejó su huella en ese joven veinteañero que empezaba a devorar cine: esa única manera que yo encontraba por entonces para sobrevivir.
Su recorrido en el cine fue breve, pero tuvo apuestas atractivas, que merecen ser mencionadas como Blue in the face o Lulu on the bridge o La vida interior de Martin Frost. Entre otras razones las comento porque gracias a estos experimentos irregulares, acompañadas de ideas geniales, me interesé por su literatura, que es de mucha mayor calidad.
Sí, estamos ante uno de los grandes de la literatura. No ganó el Nobel, pero nunca hubiera podido conseguirlo; era demasiado independiente.
Durante tres décadas he disfrutado de sus obras que partían de una Nueva York reconocible, pero que iban mucho más allá. Su Trilogía de Nueva York marcó el punto de partida de sus temas obsesivos, esos que se siempre repiten en las obras de cualquier escritor. Los suyos eran: las relaciones de pareja, la casualidad como parte fundamental de la vida, la amistad, el paso del tiempo, la vejez y la enfermedad -sobre todo en sus últimas novelas-, la ética; las decisiones que, aunque no nos demos cuenta, marcan nuestras vidas.
4, 3, 2, 1, su última gran obra, construye un fresco vital con cuatro vidas posibles o hipotéticas. Todo está hilado; no hay puntada que se le escape.
Me atrae Mr. Vertigo, porque el personaje, como muchos de Auster, vive al borde del precipicio. ¿No es así como todos nos encontramos en estos tiempos?
De todas sus novelas, sobre todo, me gusta Leviatán. En esa historia hay algo más: la tristeza del perdedor, tal vez también otra de sus obsesiones creativas, la toma de conciencia de que para el cambio y la transformación social no hay esperanza, que el individualismo utópico desemboca en violencia y aislamiento.
Tal vez así se entiende que desde Smoke buscara una salida a sus personajes en el amor o la amistad. Nunca cayó en falsos sentimentalismos. La naturaleza humana es así: azarosa, contradictoria, extraña.
Nadie como Auster supo describirla y contárnosla.
Pasará el tiempo y seguiremos leyendo sus libros.
Paul Auster ya es un clásico.
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