Anteayer tuve un largo sueño. Me encontraba en una sala de profesores. No había nadie más. Miré hacia el pasillo. Por delante de la puerta pasó una mujer a la que he amado, a la que aún quiero. Se deslizaba como si fuera un fantasma. Me sonreía. Y desapareció, sin dejar de mirarme. No la perseguí, ni la llamé. Me pareció inútil. Porque yo también era un fantasma...
Tal vez sea innecesario decir que Cerrar los ojos de Víctor Erice no es una obra maestra, como sí ocurre con El espíritu de la colmena o El Sur y, de otra forma más experimental en El sol del membrillo o en sus cortometrajes. Hay aspectos del guión perfectamente prescindibles. No los mencionaré. Cualquiera que vea la película se dará cuenta de cuáles son.
Todos los actores y actrices están perfectos. Eso es algo que Erice siempre ha tenido: su extraordinaria capacidad para sacar, con ayuda del actor, lo más profundo, lo más íntimo de cualquier personaje.
Sí, también es posible que algunos diálogos me sobren. Me gustan más los momentos en que el protagonista no dice nada: cuando trabaja en una traducción que le agota o llama a un teléfono que no existe.
Las canciones, elegidas con gran acierto, te acercan a los personajes. Sin embargo, a veces cuando intenta dar un sentido a sus acciones o construir un relato realista, yerra.
En realidad, a pesar de sus defectos, la película me ha despertado emociones que resultan muy difíciles de describir con precisión. Las palabras, en este caso, demuestran su impotencia.
Y es con Ana Torrent, sobre todo, cuando la película adquiere una intensidad mayor.
"Soy Ana".
Todas las películas de Erice vuelven a nosotros. El sur lo vislumbramos en pequeños detalles, como en el padre que desaparece, o esa escena rodada de una película fallida en la que retornan lejanos fantasmas de un personaje atormentado. Pero es inevitable que sea precisamente El espíritu de la colmena la que se insinúe o se refleje, de manera obvia, cuando ella, Ana Torrent, aparece en la pantalla.
Los ojos que se cierran para soñar o recordar o para recuperar la infancia o a la persona querida que hemos perdido o para inventar o imaginar qué pudo sucederle a un amigo.
"Lo que más recuerdo de mi padre es su voz".
Sin embargo, delante de la pantalla de cine uno ha de mantener los ojos abiertos. Aunque solo cuando los cerramos, la imagen tenga la posibilidad de conservarse para siempre. Esas fotografías, ese celuloide con fantasmas que son observados y que observan. Que nos miran y a los que miramos.
Ellos son nosotros. Nosotros somos ellos.
Hace poco tuve otro sueño. Solo recuerdo la voz de mi madre. La reconocí; era inconfundible.
Cuando abrí los ojos, aún escuchaba el eco de sus palabras.