En El hombre que mató a Liberty Valance, una de mis películas favoritas, cuando, después de contar su historia, -qué es lo que realmente sucedió y no la leyenda de la que todo el mundo habla-, el personaje que interpreta James Stewart le pregunta al periodista si va a publicarla, este le responde: "Estamos en el Oeste; cuando la leyenda es un hecho, se publica la leyenda".
Lone Star es una película que ha ganado con el tiempo. La vi joven, cuando todo era posible, cuando las heridas cicatrizaban antes, cuando podías soñar con el futuro.
Nos habla de la paternidad y de las relaciones entre padre e hijo, conflictivas -como las que yo tenía entonces y tuve-; y también de la historia, en este caso la de Texas, llena de sombras y contradicciones en las que se prefiere la leyenda a la realidad, la propaganda a la reflexión histórica. En un mundo polarizado, Lone Star nos ofrecía una mirada compleja en la que se mueven intereses políticos y personales, donde conviven, a veces en mundos paralelos, blancos, hispanos y negros. El género elegido, la investigación de un asesinato ocurrido cuarenta años atrás, no es más que una excusa para profundizar en los mecanismos de la memoria: la íntima y la histórica. Y las dos se mezclan sin que nos demos cuenta. Ahí está el talento de Sayles.
La historia de los dos protagonistas, enamorados desde la infancia, un anglosajón y una hispana, se transforma en manos de Sayles en un símbolo que va mucho más allá de lo que podría parecer más obvio tras una primera ojeada.
En Elephant, una descripción sobria, con cámara en mano, de los hechos de Columbine, el punto de vista elegido se apoya en una idea tomada de Alan Clark, de un cortometraje con el mismo titulo; centrado en una serie de asesinatos en Irlanda del Norte. La cámara en mano, la sequedad del tratamiento es brutal. Es un círculo infernal que se repite una y otra vez.
Nos recuerdan que para conmovernos y mostrarnos la violencia tal cual es resulta mucho más contundente que nos la presenten sin elementos superfluos que interfieran en nuestra mirada.
Villeneuve, años después, en Polytechnik, continuando esta visión, nos ofrece en una carta leída en off, la mirada del asesino, un joven perturbado antifeminista que acabó con la vida de veinte estudiantes -todas mujeres- en Canadá. El planteamiento formal no es tan radical, pero la sensación que te queda es la misma: la del absurdo y el sin sentido de esas muertes, incluida la del responsable.
Nuestras obsesiones y miedos, esas heridas y cicatrices del pasado pueden llegar a convertirse en un fantasma aterrador, en un muro infranqueable.
"¡A la mierda el Álamo! ¡Olvidemos el Álamo!" dice la protagonista de Lone Star en el plano final.
A veces, para seguir adelante, necesitamos hacer tabla rasa, pero... ¿podremos hacerlo?
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