domingo, 9 de junio de 2019

ORDESA


Domingo de junio.

Hoy he dedicado todo el día a hacer dos cosas: leer un libro; escribir otro.

El libro que he leído estaba entre esas lecturas que debes hacer, te obligas a hacerlas; pero no tenía prisa. Hasta que lo he encontrado en una biblioteca. Y ha costado. Es un libro muy deseado; siempre aparecía prestado. Nunca se me pasó por la cabeza comprarlo; no era una necesidad vital.
Ha llegado a mis manos quizá un poco tarde. Creo que si hubiera sido hace un año, me hubiera conmovido mucho más.

¡Como no lo hubiera hecho! El autor habla de su padre y su madre; acaban de morir en un periodo muy corto de tiempo. Toma conciencia de que su vida ha girado, se ha transformado. Ya nunca será el mismo. Abandona su trabajo como profesor en un instituto. Siente el vacío de la existencia. Se divorcia; sus hijos continúan un legado de incomprensión. Recupera su memoria familiar; la recrea: es una condena inevitable que debe aceptar.
Sí, reconozco ese relato, ese camino. Lo he recorrido en estos cuatro años.
Por supuesto, hay diferencias. La primera es evidente. Su libro ha sido leído por miles de lectores. Mis reflexiones nadie las leerá; o muy pocos. La otra, es similar. Vila es un gran escritor, con un estilo muy definido -poético, sencillo, paciente-. El que escribe estas líneas no deja de ser un esbozo, condenado al anonimato.
Sin embargo, no me ha emocionado. Unas poesías colocadas como colofón de la obra me han tocado, es cierto. Muchas de sus metáforas e ideas te golpean, pero no me ha transmitido la intensidad que esperaba. ¿Ha sido tal vez que no pueda creer en el fracaso que tantas veces aparece como idea recurrente en este libro, cuando es un escritor invitado al Palacio Real o gana premios por cada libro que escribe? No, me parece que es un juego, que forma parte de una construcción inteligente que le permite contraponer la realidad social a la personal. Y le funciona.
Creo que el problema es mío. Durante los últimos cuatro años me he vaciado. Mi madre, mi padre, mi familia han sido temas recurrentes. Un documental, varias novelas, narraciones cortas... Estoy agotado.
En enero de este año sentí que el rumbo cambiaba. Ya no podía más. También he perdido otras cosas en estos meses...
A ratos, construyo una novela diferente en el que mi familia desaparece; yo desaparezco. Necesito alejarme.

Ordesa o Barbastre o Cambrils es el paraíso perdido, el que representan nuestros padres. Mi Ordesa es Gandía o Móstoles o, es posible que Arosa o Tarancón o Barcelona, pero, sinceramente, estoy cansado de vivir en el paraíso.

Hay libros que no llegan en el momento adecuado; tal vez, deba dejar que el tiempo siga su curso y volver a este libro, cuando yo sea diferente; cuando, al mirarme al espejo, me encuentre con otra persona.

Mientras tanto, dejemos que la vida deje su poso.

Mañana será lunes.

sábado, 8 de junio de 2019

COMENTARII, MEMORIAS.


Agripina escribió unos commentarii, lo que llamamos ahora memorias; se han perdido. Y es una pena, porque, aunque nos quedan restos que Tácito y otros autores seleccionaron para contarnos la historia de su época, son sólo impresiones deformadas y tergiversadas por hombres que convirtieron a Agripina en la responsable de todos los males. Una mujer que se atrevió a mandar. Ya se sabe. Eso no encajaba en el mundo romano; todavía hoy mismo no encaja. Emma Southon habla en su favor.
L'agulla daurada es la narración de un viaje, el de la autora, Montserrat Roig; su objetivo inicial era recoger testimonios del cerco de Leningrado. Entre esas vivencias terribles se intercalan reflexiones sobre Pushkin, Rasputín o Dostoievski y una mirada comprensiva sobre la URSS antes de la caída del muro. 

La antigua Roma imperial y la Leningrado soviética. Commentarii. Memorias. 

Entre bambalinas se mueven los hilos de nuestras vidas. Si en un instituto se nos escapan los mecanismos de poder e influencias, no digamos en estructuras más complejas, sean comunidades, países o imperios. 

Escucho conversaciones de profesores. 

Ya no hay izquierda y derecha; son conceptos que no existen... 
En realidad, esta compañera, española de pro, orgullosa de sus deportistas y de su bandera -me emociono con Nadal y siento mi país-, no va mal encaminada, pero, como todos, equivoca el foco. 
Sólo están los que asumen el sistema, -ya sea aplaudíéndolo (la derecha o el centro), suavizándolo (Podemos) o lo que es peor, haciendo una cosa y aparentando otra (PSOE)- y, por otro lado, los que quieren acabar con el sistema. Es un buen ejemplo el juego de cambalaches al que asistimos estos días para mantenerse en el poder municipal, autonómico o nacional. Todos representan lo mismo; la única diferencia es que unos son más sutiles que los otros; estos, más hipócritas; aquellos, más inútiles o ingenuos. 

Aunque estaba de baja, la directora la llamaba para darle ordenes... 
El poder es un mecanismo muy poderoso; y es díficil mantener la distancia necesaria para que no te devore. Siempre puedes como Colau o Carmena sostener que lo haces para suavizar un sistema injusto. Hay que ser pragmático, abandonar maximalismos. Los discursos oficiales, sean los de una alcaldesa, un presidente o una directora de instituto son huecos; los medios dirigen a la plebe. Me pregunto si, en el fondo, no podemos vivir sin mentirnos y mentir a los demás, interpretando un papel. En cualquier espacio, sea pequeño o grande. 
El 15 M no es más que un recuerdo. Una derrota; otra más. Sus herederos no son más que marionetas al servicio de los poderes de siempre. O "trepas", recibiendo el aplauso de los que antes los consideraban un peligro; ya dejaron de serlo. 
Pero les votan; nos merecemos lo que tengamos. Siempre nos engañan; el miedo a la ultraderecha, perder derechos sociales... Somos esclavos que votamos cada cuatro años para cambiar de amo.
El 1-O fue también un momento de rebelión. Fallido, por supuesto, porque los que lo alentaron sólo buscaban conseguir una posición mejor o un nuevo sistema que ellos controlaran. Sin embargo, ese día el sistema, el que se construyó en el 78, se vio en peligro. Después ha vuelto a recuperar el control de la situación. Por el momento...
Soy cobarde y pusilánime. Admiro a aquellos que luchan contra este sistema, aunque pierdan todas las batallas, pero yo no soy capaz de hacer mucho más que escribir unas cuantas líneas. Y ni siquiera estoy seguro de que tengan demasiado valor; líneas robadas a otros, muertos o vivos, conocidos o desconocidos. 

Viernes. Doy las notas; recibo de los alumnos agradecimientos -pocos, aunque me emocionan: un abrazo, una sonrisa; un "¿estarás el próximo año?"-. Indiferencia, en general. Y algún desprecio. Hay profesores que tienen más empatía; yo no la tengo. Soy demasiado serio o, bajo una capa de firmeza y frialdad, me protejo. No es una buena actitud para recibir el aprecio de los alumnos. 

Martes. Discurso de graduación: les hablé de la imaginación. Tomando como punto de partida una de las anécdotas del cerco de Leningrado -un guía turístico del Ermitage que describía los cuadros, aunque ya no estaban allí, en visitas nocturnas a la luz de las velas- este tema se me apareció como el más apropiado. Me hubiera gustado añadir que el sistema educativo, como cualquier otro, coarta la imaginación, la aplasta. No me atreví a tanto. Simplemente les dije que no la olvidaran, hagan lo que hagan. No sé si lo conseguirán. Es posible que sea otra derrota más: la suya.

Sábado. En el examen de catalán me divierto. No tengo un buen nivel, pero, al menos, experimenté el placer de jugar. Y de imaginar. En un ejercicio asumí, como si fuese un actor, el papel de un vecino, harto de los ruidos nocturnos. Conseguí la sonrisa de una de las examinadoras. 
Unas horas después, hablo con Assumpta; le regalo una fotografía en papel: aparece delante de su puerta. Me habla de su vida; memoria cristalina, cuando me cuenta momentos concretos, vivencias tan personales como la caída de una bomba a unos metros o la última vez que vio a su padre o la imagen de una madre fuerte y generosa en la habitación donde nos encontramos en ese momento. 

Estamos acabando con el mundo. El Mediterráneo es un basurero... 
Recordar el pasado es importante: son nuestras raíces, me dice en catalán. 
Me espera una obra de teatro: El dolor de Marguerite Duras, interpretado por Ariadna Gil. Agota tanto sufrimiento concentrado en una hora. No puedes respirar. 
A la salida, unos currantes toman cervezas en un bar regentado por chinos. El Liverpool gana la Copa de Europa, mientras seis chicos se pasan una pelota de fútbol. 

Jueves. Una salida de profesores y alumnos a la sierra -concretamente, a Cercedilla-; uno de los alumnos tiene un mareo. El profesor responsable toma decisiones inteligentes, medidas, sin precipitarse. Veo ahí a un productor; me asombra y admiro esa capacidad que yo no tengo ni tendré. Que Agripina, por ejemplo, sí poseía, si hay que creer en la versión que Emma Southon nos ofrece en su biografía. Mirada parcial, pero, ¿acaso Tácito, Suetonio, Séneca, Dión no la tenían también? Cada uno, según le interesa, interpreta los fragmentos supervivientes de nuestro pasado en ruinas . 

Sábado. Un vecino en el ascensor me habla del calor que pasó en Murcia cuando hizo la mili. Nos hacían dormir dos horas... Los ejercicios eran absurdos... 
Con la bicicleta llego al cementerio; visito la tumba de mis abuelos y de mi madre. Al volver, disfruto al bajar por una pendiente. Sin ningún esfuerzo, un cuerpo en movimiento. 

Estos párrafos podrían ser memorias o commentarii. Caóticos, desordenados, extraños. 
Me esperan otros libros...

Vaya, estás aquí, preparando material, leyendo libros. Eso es lo mejor de ser profesor. ¡Ojalá pudiéramos estar así siempre, aprendiendo, enseñando!

Y no tener que hacer de carcelero, podría haber añadido, como en las guardias o en las clases... 
Hay que tenerles en el centro hasta las dos y veinte... ¡Guarda el móvil! ¡Bajad al patio!

A veces me gustaría desaparecer: sólo leer un libro, escribir un relato, acariciar a Yume, ver una película, montar en bici. Pequeños placeres. 
Pero la libertad absoluta es imposible. Somos seres sociales. 
Vivimos en un sistema, en un mundo, en esta realidad.

Aunque siempre nos queda la imaginación... 






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