Me viene a la mente la famosa definición de Aristóteles. Esa que dice que la tragedia debe provocar piedad y terror para que sea posible la "catarsis" o la exteriorización de las emociones, que libere el alma del peso que nos aplasta, y que nos purifique...
Esta mañana fui a la aseguradora. Mientras la empleada -con un buen catarro- cambiaba unos datos y actualizaba nuestro seguro de decesos, miré por la ventana. Podía ver la calle y me fije que en una mediana había varios ramos de flores, atados con un lazo a una farola. Llevo viendo ramos de flores en ese lugar, durante todo el año, desde enero, desde la muerte de mi madre; siempre pensé que debía ser por un accidente, pero sólo hoy le he preguntado a la chica el porqué de esas flores...
- ¿Qué ocurrió?
- Fue un tipo en una moto; atropelló a un chico y lo mató. Y lo peor de todo es que ni se detuvo. Luego le atraparon; parece que había atropellado a otro chico media hora antes.
- ¿Cuándo fue eso?
- Debió ser hace meses, casi un año...
Hice un comentario tópico y típico, ridículo, banal, estúpido: "Espero que esté en la cárcel..."
La historia de Paulina es simple. O eso parece al principio.
Títulos de crédito iniciales. Escuchamos lo que aparenta una discusión entre un padre y su hija. Padre de clase alta, progresista, un juez prestigioso, no entiende que su hija, Paulina, deje una carrera prometedora y baje al lodo, a dar clases de política y filosofía a unos adolescentes de barriada marginal. Su comienzo como profesora no es prometedor; en dos clases no ha conseguido nada. Y, además, esa noche es violada por algunos de sus alumnos.
Y aquí viene la sorpresa. Santiago Mitre, el director, no apuesta por una historia lacrimógena o una venganza. Ni siquiera la investigación, las preguntas que Paulina responde semanas después en el despacho de una jueza, -que sólo es un buen recurso de guion para construir una estructura firme y precisa- es el tema de esta película.
Se alza, en primer lugar, un personaje gigantesco, inmenso. Y su actitud, que choca con lo que esperaríamos en una mujer violada, la convierte en una resistente, en una rebelde ante un sistema injusto. Decide detener la rueda, dice NO a continuar con el giro eterno; porque toda rebelión debe empezar con un NO.
Los personajes alrededor -su novio, su padre, su amiga- no comprenden lo que hace.
Ella no denuncia a sus violadores, aunque sabe quiénes han sido. No busca culpables, busca la verdad. Se niega a identificarles y miente, cuando los contempla en la rueda de reconocimiento, golpeados, maltratados, con una confesión conseguida a base de torturas. No está dispuesta a justificar un mundo que no lo merece.
La violencia de las torturas o de la violación -mostrada con pocos planos, de manera sobria, sin énfasis de ningún tipo- se difuminan ante los argumentos que expone delante de su padre: firmes, serenos, valientes. Como su mirada...
...mientras escribo estas líneas, una farsa con cuatro personajes despierta la atención de millones de personas. Y ni siquiera es divertida... Eso no es política, diga quien lo diga... No hay verdad allí, sólo imágenes pixeladas en movimiento de títeres que mueven los labios...
...porque SÍ, esta tragedia, Paulina, es una película política, en el sentido más amplio del término, más digno. Nos dice que ya no hay rebelión posible en estructuras huecas que tarde o temprano se caerán a pedazos, en democracias vacías que han olvidado su sentido original. Sólo queda la búsqueda individual y valiente de la verdad. Y la resistencia.
Y, en el último plano, con los títulos de crédito finales, Paulina camina a su puesto de trabajo, una escuela para adolescentes, condenados a la cárcel o a la marginación por un sistema injusto y despiadado: el que tenemos, el que tendremos. Y camina con un hijo en sus entrañas, fruto de la violación, porque ella ha elegido y ha dicho NO y, sobre todo, ha dicho SÍ...
...al salir de la asegurada, me detuve ante los ramos de flores. Me pregunto quién pone esos ramos cada semana o cada mes. ¿Su madre, su novia, sus hermanos? ¿Y el motorista? ¿Por qué lo atropelló, por qué no se detuvo? ¿Dónde estará: en la cárcel, en el metro, en un parque? ¿Pensará en lo que hizo? ¿O ni siquiera se molestará en recordar esa noche?
No, yo tampoco querría culpables, ni víctimas. Me gustaría conocer la verdad. O levantar una verdad que remueva las entrañas o nos golpeé sin piedad.
Una verdad que nos libere a través de la piedad y del terror, que nos purifique y que nos limpie del dolor y de la pérdida...
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