Mientras
esperamos en Madrid que llegue el cuerpo de mi madre, las mañanas son extrañas: es levantarme y no escuchar su voz. No entiendo porqué no escucho su voz.
¿Habrá salido a comprar algo? No, simplemente ya no está.
Tomar
conciencia de que ella ha muerto es lo primero que te devuelve a la vida
cotidiana y te aleja del sueño; después descubres el lugar dónde estas,
quién eres…
La noche de vísperas de Reyes en Telemadrid pusieron Sonrisas y lágrimas de Robert Wise.
Le gustaba esa película.
Para
mí fue, era y es la visión edulcorada de una realidad que merecía un
tratamiento diferente, más valiente. Ella no pensaba igual, por supuesto. Debió
verla por primera vez a los 20 años.
Se parecía a ella: vitalista, ingenua,
romántica.
Me
emociona verla este lunes víspera de Reyes, cuando se ha quedado sola en
aquella funeraria de Buenos Aires y mi hermano viaja en avión de vuelta a
Madrid. Me emociona escuchar esas canciones que ella, estoy seguro, -así lo
hacía cada vez que la veía- tarareaba o cómo seguía la trama –comentando una
escena o la siguiente con obviedades que acababan teniendo cierta gracia o
agotaban tu paciencia, criticando a la rival (una condesa) sin compasión,
defendiendo a la protagonista (una monja como lo fueron sus primeras maestras)
pobre y de buen corazón (un poquito de lucha de clases, no mucho) y que, -¡oh,
casualidad!- se llamaba como mi madre María-.
Una trama que ella ya conocía de
memoria y que olvidaba o fingía olvidar –nunca lo tendré muy claro- volviendo a
vivirla como cuando tenía 20 años.
Veo
Sonrisas y lágrimas porque ella ya no podrá verla.
La veo con sus ojos por primera vez…
La veo con sus ojos por primera vez…
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