lunes, 28 de mayo de 2012

AMOUR DE HANEKE



                                         

Acaba de ganar la palma de Oro del festival de Cannes.
Amour de M. Haneke es una historia de amor, sí. Haneke es directo, siempre lo es. Como un puñetazo en la cara. Lo fue en su anterior palma de oro,


La cinta blanca
, para reflejar la frialdad y la hipocresía de una sociedad enferma.
También lo es ahora.

Esta historia de amor la vemos todos los días. ¡Cuántas veces una vecina, una anciana, ha llamado a nuestra puerta para pedirnos ayuda porque su marido se ha caído y no puede levantarlo! Entramos en su casa. El olor a orín y a excrementos nos atonta; luego, ayudamos a levantar al hombre, le llevamos a la cama o al sillón. El hombre no puede articular palabra, no puede moverse. La mujer nos da las gracias; nos marchamos, pero al cerrar la puerta, desconectamos. No es nuestra muerte, aunque también sepamos que tarde o temprano nuestros padres, nuestros familiares, nosotros mismos llegaremos a esa situación. La vejez, si la muerte no llega antes, también nos espera.
No todos tienen la misma suerte; algunos ancianos mueren sin que nadie lo sepa. Sólo el olor a descomposición o una llamada de aviso de un familiar nos revela que nuestro vecino está muerto.


De eso trata Amour. Del final, de la vejez, de ese momento que a todos nos va a llegar en el que ya no hay dignidad, en el que no podamos hablar, movernos, en el que la degeneración física y mental nos haya convertido en desechos. Pero, aún entonces, nos quedará algo de humanidad, si tenemos la suerte de que alguien nos ame. 


A pesar de que la historia sea dura y cada vez más cotidiana, hay un asomo de optimismo en ella. Cuando estemos cerca la muerte, tal vez aún nos quede un último destello de humanidad: que otro ser humano nos recuerde que fuimos amados, que somos amados. Un último destello que nos permita despedirnos de la vida con serenidad y afrontar la muerte.


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