Empiezo por el final.
La última secuencia de esta película de Ceylan -seguidor de Tarkovsky o Bergmann-, que se estrenará en tres semanas, sintetiza el resto: tres horas en las que se nos cuenta una historia muy simple y en la que aparecen pocos personajes. El protagonista, profesor trasladado y a disgusto con su profesión, después de cuatro años en un páramo nevado quiere regresar a Estambul.
Las relaciones que establece con su entorno -nieve, frío son sus compañeros inseparables- son escasas: aparte de algún vecino y otros profesores, es, sobre todo un amigo y compañero de casa y trabajo; una mujer, otra profesora de un pueblo cercano, que perdió una pierna en un atentado y acabará siendo una fuente de conflicto con dicho amigo; una adolescente, enamorada del protagonista, y que le acusará falsamente de acoso. El personaje principal, además, retrata con una cámara fotográfica, a modo de transiciones, a las personas que encuentra, deteniéndolas en el tiempo, convirtiéndolas en recuerdo.
La larga conversación sobre política entre la mujer y el protagonista, antes de acostarse, es un buen ejemplo de lo que decía un famoso guionista, Azcona: "un buen diálogo es cuando lo importante no se está diciendo". La ruptura, en esa misma escena, con la cuarta pared -vemos durante unos segundos un set de rodaje sin que el personaje deje de interpretar su papel- desconcierta y sorprende, pero encaja perfectamente con las emociones y sentimientos del protagonista.
Sin embargo lo que más me gusta es el final.
Los dos amigos y la mujer visitan unas ruinas cercanas en verano, antes de que el protagonista se marche definitivamente a Estambul. Llegan hasta dos columnas, restos de una puerta o de un antiguo templo, a los pies de una colina. El protagonista comienza a subirla y, mientras lo hace, recuerda o imagina un momento que compartió con la adolescente -la observa con el pelo cubierto de escarcha; se tiran bolas de nieve; ¿será porque no hay nada que más nos acerque a la pureza de la infancia que ese gesto de tirar una bola o nada más liberador junto a nadar en el mar? -; piensa en ella, se pregunta cómo será su futuro, reflexiona sobre sí mismo y la hierba seca que oculta la nieve en invierno. Al llegar a la cima echa un vistazo al valle. Allí están la mujer y su amigo, muy lejos. Se fija en un pájaro posado en una rama; de repente levanta el vuelo y se aleja a toda velocidad; la cámara lo sigue. El último plano es un extraño contrapicado del protagonista: su mirada es ambigua. ¿Triste, escéptico, distante? Es difícil saber qué pasa por su cabeza.
En ese final está condensada toda la película.
Sin embargo, necesitas ver esas tres horas para entender, para llegar a comprender la sensación de desolación y desarraigo que recorre esta obra, en la que las palabras no dicen nada y los silencios lo explican todo.