Dante y su Divina Comedia continúan esperando ser leídos en el dialecto florentino. Y unos relatos cortos de Ray Bradbury. Mientras tanto, otras lecturas han llegado a mis manos de manera azarosa.
Tenía pendiente la lectura de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Ya había leído hace unos meses algunos de sus relatos cortos; Lew y Tarkosvsky me habían llevado a este autor de ciencia ficción, quizá el más conocido entre el gran público por sus adaptaciones cinematográficas, entre ellas, por supuesto, la que nos ocupa, Blade Runner.
Hay estudios, algunos muy sistemáticos, sobre las diferencias y semejanzas entre la obra original y su adaptación. En este caso sí se puede decir que se compenetran. En la creación fílmica destaca esa ambientación futurista, que ha influido enormemente en obras posteriores. Hay aspectos que uno echa de menos, sin embargo, tras leer la novela corta de Philip K. Dick. Quizá el principal sea el humor; en la novela hay una ironía constante que desaparece completamente en la película. Otro elemento son las reflexiones filosófico-religiosas que impregnan toda la obra del escritor americano. Tampoco vemos la crítica a los medios de comunicación y al consumismo, sustituidos en la película por una rebelión contra un creador, a la manera de un Prometeo moderno. Eso sí, gracias a ese cambio tenemos la escena mítica de un personaje irrepetible -casi inexistente en la novela; convertido, en cambio, en el antihéroe o, más bien, en el héroe de la película-
La práctica desaparición de un personaje, que en la novela es tierno y cercano, -mucho más que el protagonista, un tipo bastante cobarde y mediocre- o la de una caja que permite tener una experiencia similar a la realidad virtual -en una de esas visiones futuristas que se adelantaron a su tiempo- son otros debes que la película no aprovecha o decidió no tener en cuenta.
Aún así estamos ante dos grandes obras, cada una en su terreno.
Nada que ver con La llave. La obra de Tanizaki es provocadora; no solo esta, sino casi todas las que escribió. Elige dos puntos de vista: el de un marido y su mujer que a lo largo de seis meses escriben sendos diarios. Y un único tema: sus perversiones sexuales. Ante esto había dos riesgos. El primero dejarse llevar y quedarse en la superficie, ofreciéndonos un producto pornográfico. Seguramente Tinto Brass en su adaptación, La chiave, tomó ese camino -aunque reconozco en el trailer un humor peculiar-.
Tal vez también ocurra en la más moderna, la del 2014, The Key; aquí encontramos, al menos, un intento de experimentación visual, digno de tener en cuenta.
El segundo es añadir carga moralizante; en ese error cae la película japonesa, rodado tres años después de la publicación del libro. Las mejores ideas de Tanizaki desaparecen; solo queda el esqueleto.
Tanizaki es un maestro en profundizar en la psicología de los personajes; sobre todo, en los femeninos. Sabe medir los tiempos y mantiene el equilibrio al narrar los hechos; nadie como él ha sido capaz de mostrarnos la zona más oscura del sexo y sus consecuencias. En este caso ninguna adaptación ha podido alcanzar el nivel de la obra original.
Quijote en el Congo puede ser considerado un libro de viajes. Sigue la estela de autores como Kapuscinski o Javier Reverte. Es una obra que se lee con facilidad y eso siempre se agradece. Habla de primera mano; sabe describir a las personas que va encontrando y lo hace de manera sencilla y sin falsos lirismos -aunque en algún momento se deje llevar por las emociones que experimenta-. Es un país y un mundo que conoce muy bien y se nota. Reconozco su valor para hacer un viaje de ese tipo; pocos hubieran hecho algo así.
Tiene sus defectos: a veces se hace reiterativo; pierde fuelle en la parte final. Y un último detalle: el Quijote no es la elección más afortunada como libro de compañía -Aldekoa, estoy seguro, tenía en mente las Historias de Herodoto que Kapuscinski llevaba consigo en sus viajes-; la Odisea hubiera encajado mucho mejor en este trayecto por el río Congo.
Helga Weiss publicó hace unos años un diario, escrito, sobre todo, durante su estancia en Tezerín. Aún vive a sus 93 años. Su valor como testimonio de lo que fue el Holocausto es indudable. Se completa con una entrevista. En ella aparece una reflexión muy interesante.
"Han salido muchas obras, memorias del Holocausto. No todas son buenas. Hay muy pocas veraces. Hay información falsa, cosas que no sucedieron o que ni siquiera pudieron pasar; muchas son ficticias o distorsionadas..."
De nuevo recuerdo esas palabras de M.
"La guerra civil -como el Holocausto- dejará de provocar conflictos y tensiones, cuando pasen las generaciones y mueran los testigos o muramos nosotros que escuchamos esos testimonios". No creo que recuerde estas palabras. Yo, sí. Las matizaría.
La memoria deja un poso, una huella, una impronta, incluso en generaciones que no hayan vivido directamente esos acontecimientos, incluso en aquellos que no han escuchado a sus testigos. Se heredan los conflictos.
No hace falta que haya cientos de fosas comunes sin exhumar, como aún tenemos aquí. La memoria es vivida y contada y guardada, y cada generación la adapta a su realidad. Y como bien apunta Helga Weiss la distorsión, la falsedad ya comienza desde el momento en que esas vivencias se convierten en pasado, en recuerdos. Las guerras carlistas o la guerra de la Independencia no abren heridas en la actualidad; pero no se podría entender el nacionalismo vasco o el catalán ni la propia guerra civil ni el franquismo sin esas guerras tan lejanas.
Los conflictos se heredan; aunque cambien su rostro.
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