domingo, 22 de junio de 2025

EL SILENCIO DE UNA REDONDA

 

El chillido agudo de un niño que rompe en miles de trozos afilados el tímpano. Duele. Reverbera en la piel este grito que hiere. La trama no me interesa; los detalles me ciegan.

Otro niño ha pelado a medias la cáscara de un plátano. En la otra mano sostiene un camión de bomberos rojo. El mismo rojo de su camiseta. Sin embargo, el plátano tiene una errata: un punto negro. Lo mira un par de veces; duda. No sabe si continuar masticándolo. El blanco del resto lo desconcierta. 

Una mujer deja en los asientos notas con fondo amarillo y letras negras: "Dos niños, un bebe, sin trabajo, vendo clínex, ¡ayúdame en lo que puedas!". Do, re, mi, fa, sol... 

Tengo en las manos un documento de propiedad. Giran y giran palabras escuchadas: registro, contrato, gestoría, Hacienda, arras, venta. Me escabullo entre los huecos de las palabras. 

El niño ha tomado una decisión; gira el plátano. No quiere verlo, devora el punto negro. Su sabor es diferente. El punto negro ya no existe. 

La mujer recoge las notas. Gracias, repite una y otra vez, gracias, gracias, gracias. 

El corazón se encoge de repente; gime a bocanadas. 

Olor a tierra mojada, lluvia fresca de verano. Puedes ver por la ventanilla del tren el perfil urbano de Madrid. Líneas que se bifurcan quiebran la monotonía. Las chicharras gritan. El cielo, cubierto de nubes oscuras, pospone el calor asfixiante. El silencio de una redonda no es cuadrado.

El hombre joven, de color, solitario, callado, ese que vive en una tienda de campaña en mi calle desde hace meses, se ha echado en un banco. Su sombra es una línea perfecta. 

No me saluda. No lo saludo. 

viernes, 20 de junio de 2025

CARTA A UN/A ALUMNO/A

 

Estimado/a A.:

Vivimos en un mundo donde las palabras han perdido su significado. Tucídides decía en su obra Historia de la guerra del Peloponeso que "los hombres cambiaron incluso, para justificarse, el ordinario valor de las palabras...".

Así, bombardear a población civil o incrementar gasto militar lo denominan paz -si vis pacem, para bellum, dirían los latinos-; éxito es acumular dinero o alcanzar tus objetivos, sin que importe qué hayas aprendido o los medios de los que te has servido; una entrada en Instagram lo llaman conocimiento.

Necesitamos las palabras, A. Y necesitamos comunicarlas y que perduren. Hemos escritos miles y miles de palabras; sobre papiros y pergaminos, en papel y piedra, bronce o plomo, sobre madera o cerámica, arcilla, seda o bambú: nombres escritos en la arena de una playa o sobre el agua. La imprenta revolucionó el conocimiento; los píxeles nos llevan a donde nadie pensó que llegaríamos. Y, sin embargo, ¿de qué nos sirve si las palabras dejan de tener sentido, si se prostituyen o, ni siquiera las utilizamos, porque no interesa ni la paz ni el conocimiento ni lo que es inútil ni lo que no sirva a nuestros intereses más crematísticos o cortoplacistas. 


Voy a hacer un canto a la curiosidad: absurdo, inconveniente, inapropiado, anacrónico...

ΜΗΝΙΝ ΑΕΙΔΕ ΘΕΑ...

Sin curiosidad no hay aprendizaje. Es el punto de partida. ¡Bien lo sabían los filósofos presocráticos! "Todos los hombres por naturaleza desean saber", dijo Aristóteles. 

Curiosidad viene del latín cura, que significa "preocuparse por algo, tener atención". Περιέργεια es el concepto griego para curiosidad; es decir, "actuar alrededor de algo". Así que curiosear sería mirar el mundo e influir en él, mientras te va transformando. ¿No te parece, A., una manera mucho mejor de descubrir el mundo? ¡Ojalá la mantengas y acrecientes!

Olalla en su obra Palabras del Egeo, mientras espera la llegada de su hijo a una pequeña isla griega, Kímolos, escribe una larga carta donde recoge palabras griegas, mediterráneas, porque quiere desvelar, revelar nuestra Historia, porque quiere contarnos, como hizo Heródoto en el siglo V a. C., miles de historias. 

"Háblame, Musa, de ese hombre... " cantó un aedo hace miles de años.


Somos seres con memoria. Sin palabras no hay memoria. Sin memoria solo seremos cáscaras vacías. Necesitamos contar historias.

Estudiar debería ser una pasión, un afán, un empeño, un afecto. De ti depende, A., que lo sea.

Te deseo unas buenas vacaciones, muchos viajes, grandes lecturas; tranquilidad o experiencias fascinantes e intensas, compartidas o en soledad.

Cura ut valeas, A.! Χαιρε!

¡Cuida que estés bien!, dirían los antiguos. 

domingo, 8 de junio de 2025

EL VIENTO SOPLA DONDE QUIERE

 

Siento una especial cercanía hacia Jonás Trueba. Ternura, podría afirmar, si no me pareciera algo irrespetuoso. Por eso, tal vez sus debilidades me irritan más. Es como si esperara que este hombre fuera un ser perfecto. No lo es, y eso le hace más atractivo. Me contradigo, sin duda. Es como esas películas de las que habla en sus comentarios, seleccionados de su blog El viento sopla donde quiere: películas enfermas, como las llamaba Truffaut, uno de sus referentes. Son películas que tienen muchos fallos, pero dejan una huella mucho mayor que las técnicamente inmaculadas.

Así que empezaré por las debilidades de Jonás Trueba, que, tal vez, son las mías, reflejadas en un espejo. Son pequeñeces, pero describen un carácter. Critica la dictadura de Cuba y a Fidel Castro, pero, en cambio, no hace lo mismo cuando menciona a Felipe VI y Leticia. Tampoco le voy a pedir que sea un nuevo Pasolini, pero, al menos, podría ser más crítico. Nunca le vería implicándose en política -mucho menos en la nacional-, porque eso tal vez supondría enemistarse con amigos. Y esto, lo admito, podría verlo como una virtud. Es discreto; así que su crítica nunca llegará a buscar el enfrentamiento; lo rehuye y lo evita. Intuye que eso le daría dolores de cabeza innecesarios. Podría mencionar algunas reflexiones sobre películas que contradicen su visión -muy parecida a la mía-, pero somos seres contradictorios. Las admito, porque todos tenemos "perversiones", que no nos atreveríamos a admitir en público. En realidad, lo peor y lo mejor de Jonás Trueba estuvo en su intento de entender la adolescencia, Quien lo impide, un documental que mostraba un mundo que le apasiona, pero sin profundizar del todo, sin arriesgarse a hacer daño, herir o provocar; solo quería que los adolescentes hablaran de sí mismos, pero, curiosamente, hablando de sí mismos, asumieron un discurso convencional. Hubiera querido más rebeldía, que sangrara y tocara heridas que dolieran. Ese nunca será Jonás Trueba y esa es su mayor virtud y su mayor defecto.

¡Son nimiedades! Sí, lo son. O tal vez no. Eso dependerá de qué camino escoja en los próximos años. Esos detalles que nos hacen como somos. Son los que siempre me irritarán en Jonás; los mismos que me lo harán tan cercano.

Esto que acabo de escribir solo representa una ínfima parte de sus reflexiones sobre el cine. El resto lo comparto plenamente. Su pasión por Mekas o Rohmer, por el cine independiente, experimental que busca alejarse de los canales de producción en masa, que vive el presente, curioso, mirando al infinito. Y no solo hablo del respeto y admiración por los clásicos; y aquí tenemos que incluir a Tarkovski y los representantes de la Nouvelle Vague y a Chaplin y a Wilder. O experiencias diferentes como la de Laxe, Hong Sang-soo, Jarmusch. Y tantos otros; algunos grandes desconocidos. 

En su tramo final expone la necesidad de que el cine pueda llegar a las aulas de manera diferente, que transforme nuestra mirada. Cine en curso es un proyecto en el que ha participado y sería muy interesante que llegara a más sitios. 

CINE EN CURSO

Sobre todo ha logrado implantarse en Cataluña. Sin embargo, quienes llegan a participar en el proyecto son muy pocos; en Madrid solo doce institutos en varios cursos. Es una pena que la realidad de la Educación no permita que esa mirada pueda extenderse. ¿Cómo planteársela, si necesita de una energía y un apoyo económico e institucional, del que muchos carecemos? O si, en cambio, se apuesta por proyectos, convertidos en cáscaras vacías las más de las veces, pero que, eso sí, reciben financiación y sirven para vender cierto marchamo de centro a la última moda. O si los mismos profesores, agotados, acaban llenando los huecos con películas que adormezcan a sus alumnos, cercanos a sus gustos, en vez de arriesgar. Es revolucionario ponerles una película en versión original. ¡No digamos en blanco y negro o muda! ¿Y si les contáramos que hay otras maneras de hacer cine y de verlo? Aceptamos la mirada que nos han impuesto. O no tenemos ni el tiempo ni los medios para hacerlo realidad.

Sí, yo también hecho de menos, como Jonás, esas "películas hechas con caligrafía imperfectas... con borrones y tachones... ; es decir, lo contrario de tantas que se hacen ahora, que fluyen de un plano a otro, sin que nos demos cuenta, anestesiándonos". 

Sí, Jonás tiene algo: esa ternura del niño que disfruta del cine, lejos de la industria y sus productos comerciales. Rara avis que sobrevive al pragmatismo y la utilidad inmediata, en peligro de extinción, como tantos otros conocimientos inútiles -la filosofía, el griego, la música, el francés, una biblioteca repleta de libros- y más necesarios que nunca.

sábado, 7 de junio de 2025

UNA SÉPTIMA HORA

 

Ha tocado el timbre. En el exterior tienen unos 35 grados. Profesores y alumnos preparados y dispuestos para una clase más. El sol ha dado de lleno toda la mañana en la fachada; las persianas bajadas y el toldo rebajan un poco la temperatura, pero, aún así, el parecido con unas termas romanas y, más concretamente, con la zona del caldarium es llamativo en esta clase de 4º ESO. Se ha pedido a la Administración que les libere de esta séptima hora en junio; se han negado. Aquí han de sudar hasta la última gota. ¡Que para eso tienen dos meses de vacaciones y trabajan solo veinte horas! Alguna desventaja debía haber en su amada profesión. Y, además, el sudor abre los poros. Estos profesores se quejan de vicio.

T. entra, bien pertrechado con una botella de agua, recién rellenada en el baño hace unos minutos. Tenían agua fresca en la sala de profesores, pero se han terminado los bidones y hasta julio, la empresa no volverá. En Madrid el agua es limpia y pura y la del baño cumple todos los requisitos. Hasta ahora diarreas no ha tenido, que él sepa. 

Así que T. rebasa el dintel de la puerta y ve a O., la compañera de Matemáticas, rodeada de chicos ansiosos por saber su nota -la rodean como leones hambrientos que fueran a devorarla-. T. espera a que terminen la cena y solo queden los huesos. R., un alumno discreto, solitario se acerca a T. y empieza a contarle sus impresiones sobre un ejercicio de Oratoria que han hecho con otro profesor, M. 

R. es un chico desconfiado; en una ocasión, yendo en metro, T. se fijó que se colocaba cerca de las puertas, aislado de sus compañeros. Le preguntó porqué lo hacía. Le respondió que si pasaba algo, estaría en el lugar adecuado para poder escapar. A T. su réplica le pareció bastante coherente. Suele hablar poco, pero esta vez, libera su frustración. Sabe que T. ha dado Oratoria a sus compañeras y piensa que puede aportar una opinión acreditada a sus dudas. Critica a A. y S. Sin negar su capacidad -es consciente del talento de ambas-, expone de manera inteligente aspectos que no comparte; por ejemplo, que vayan a lo suyo, utilizando argumentos que no encajaban con lo que los demás habían preparado. T. interpreta que R. quiere desarrollar conceptos como improvisación, falta de colaboración, desequilibrios argumentativos y falacias. T. escucha con paciencia, porque escuchar pacientemente es una de las cualidades que todo profesor debe poseer. 

Y así, mientras tanto T. como O. están ocupados en tareas tan complejas y variadas, dos alumnos han aprovechado para escribir en la pantalla digital -ya casi nadie utiliza las viejas pizarras tradicionales- algo así como: "Nuestras pollas son las mejores y hacemos soñar con ellas". T. interrumpe la interesante conversación con R. y les pide amablemente y con un cierto deje autoritario que borren el comentario; hay cierta calidad en la frase, lo admite y, si estuvieran en Pompeya en el 79 d.C., lo podría aceptar, pero no es el caso. Y así lo hacen, con un sencillo gesto -en los nuevos tiempos tecnológicos las gilipolleces desaparecen sin demasiado esfuerzo-. 

Resuelto este contratiempo T. le comenta a Raúl que hable con M. y le explique sus conflictos con A. y S. 

O., mientras tanto, ha logrado escapar y sale de la clase; tres alumnos no cejan en su empeño y continúan la persecución; tal vez logre sobrevivir. T. le desea suerte.

T., antes de empezar la clase, reflexiona sobre estos hechos extraordinarios. En primer lugar, R. forma parte de esa egregia minoría masculina que medita sobre la oratoria y el concepto de justicia y manipulación, en vez de escribir comentarios más o menos obsesivos sobre la identidad masculina. En segundo lugar, que la gran mayoría de adolescentes hormonados escriben mensajes que podrían convertirse en estudios para filólogos dentro de dos mil años, si no fuera porque están hechos en una pantalla pixelada. Y en tercer lugar, que alguna huella dejan en los alumnos, aunque no sabría decir cuál es. 

T. se seca el sudor, respira hondo. Mañana es el examen final de Latín y hay que hacer un último repaso. Algunas alumnas se han hecho abanicos con los apuntes de Matemáticas. Dicen que mañana la temperatura subirá a los cuarenta. 

Hic habitat felicitas.



domingo, 1 de junio de 2025

VOCES ABANDONADAS

 


El amor que no es todo dolor, no es todo amor.

Hoy, el recuerdo de lo que se fue y el olvido de lo que vendrá, son mis mayores deseos.

No dejan de existir en mí nunca, nunca solamente mis muertos.

El hoy se acaba, el mañana se acaba; solamente el ayer no se acaba. 

Quiero tu bondad, pero no sin una sonrisa en tus labios.

Cuando todo es hielo, una copa de alcohol... es todo.

Lo bello se halla removiendo escombros.

Despertar es siempre una sorpresa.

Una flor en la mano muere, apagando una estrella.

Tanto no eres amado, tanto amas.

Lo amado, alguna vez es lo amable.

Para sentir mis cosas de hoy necesito el recuerdo de mis cosas de ayer.

Mi despertar entre sueño y sueño, no interrumpe mi sueño.

La juventud vive de juventud y la vejez de tiempo.

Subir, subir y, alcanzada la cumbre, se contempla un abismo.

Miles de soles lejanos no disipan la noche.

Cuando busco mi existencia, la busco en alguien.

De la persona amada amamos su dolor, no a ella.

Esto que llamo mi vida es una línea de mis ojos, cuyos extremos se hunden en la noche.

En mi viaje por esta selva de números que llamamos mundo, llevo un cero a modo de linterna.

Tu sangre es fuego y en tus ojos nieva.

Busco la certeza de las cosas, y cuando la hallo, me muerdo los labios.

No he visto juego más triste que el de las nubes y el sol.

El amor nace de dos amores y muere en uno.

Las flores, viéndolas marchitas, las veo más bellas.

Las heridas son nidos de flores.

Donde no eres nada, quédate contigo, y eres todo.


domingo, 25 de mayo de 2025

COPOS DE NIEVE

 

Memorias colectivas.

Fosas comunes, miles de cuerpos enterrados, olvidados. 

En 1949 treinta mil personas de la isla de Jeju, fueron asesinadas: hombres, mujeres, niños pequeños. Comandos de ultraderechistas, reclutados por el gobierno prooccidental, llevaron a cabo la masacre. En 1950, iniciada la guerra contra Corea del Norte, más de 200.000 personas fueron ejecutadas sin juicio previo; sus familias no pudieron lamentar su muerte ni llorarles durante décadas. Los aliados y EEUU lo permitieron porque el objetivo era acabar con los comunistas, eliminarlos, a cualquier precio. Solo en los años noventa, cuando la dictadura militar en Corea del Sur cayó, comenzaron las inhumaciones. Quedan miles de cuerpos sin identificar. 

Entre 1944 y 1949 en Grecia hubo una guerra civil. Los ultraderechistas, los mismos que habían colaborado con los alemanes, amparados por los aliados, prohibieron el comunismo y laminaron toda oposición. Quienes sobrevivieron, o callaron o se exiliaron. 

Entre 1936 y 1945 miles de españoles acabaron en fosas comunes o fueron fusilados. Muchos todavía continúan enterrados. 

Y así podría seguir hasta el infinito. Todas las sociedades han cometido masacres; también las nuestras, esas tan orgullosas de sus democracias liberales. Todos construyen una historia oficial, una memoria falsa. A veces es la indiferencia; otras, es el cansancio o el miedo lo que permite que el olvido o la mentira se imponga. 

¿Por qué nos rebelamos? ¿Por qué nos repetimos que es Imposible decir adiós? ¿Por qué nos negamos a que las huellas en la nieve o en la arena desaparezcan? 

Han Kang recupera esa voces; lo hace en Actos humanos. También en Imposible decir adiós. 

Copos de nieve, cayeron, caen y siguen cayendo, aunque no queramos verlo. Copos de nieve que recogemos en la mano. Podemos ver su estructura molecular, hexagonal, síntesis matemática de la perfección, antes de que se diluyan y se disuelvan y se mezclen y se evaporen y se alejen de nosotros para siempre.


sábado, 24 de mayo de 2025

HORMIGAS EN LA TIERRA


Cuando alguien nos recomienda un libro, sea un amigo o un compañero, nos señala un camino desconocido. Que lo sigamos o no, depende de nosotros. Que ese camino nos lleve a otros o se cierre en falso, forma parte de la vida y de las experiencias que tendremos. Siempre hay que agradecer que nos guíen en una dirección o un rumbo que, tal vez, sin ese gesto, nunca hubiéramos tomado. Nos lleve al infierno o al paraíso. Eso no importa tanto.

Dos de mis compañeros, buenos lectores, me han recomendado sendos libros. Siempre he tenido en cuenta sus gustos, porque, aunque puedan ser parciales, saben de lo que hablan. Cuando hice una selección de libros que el instituto pudiera comprar para la biblioteca del centro -esa biblioteca que nunca existirá como tal, que llevará ese nombre, pero será un espacio de libros sin lectores- les pedí listas de sugerencias. Cada uno a su manera me dio su perspectiva y amplió y mejoró un catálogo desigual. 

Gracias a M. he descubierto a Richard Ford, un autor norteamericano, de esos que saben escribir la gran novela americana sin despeinarse. A., lo hizo con El jardinero y la muerte de Gospodínov; me dijo una frase que me atrapó de inmediato.

-Hay detalles en esa novela que solo pueden comprender los que han vivido la muerte de un padre o una madre. 

El jueves, antes de asistir a una conferencia sobre el epicureísmo y el estoicismo, busqué el libro por el centro. Se había agotado en muchas de las librerías; finalmente, lo compré en La Central. Caminé hacia el museo de San Isidro, el lugar donde se celebraría la conferencia, con la bolsa de papel en la mano. Cada vez hace más calor y los días primaverales que hemos disfrutado en abril y mayo se acaban; como hacen los gatos, epicúreos por naturaleza, me dejé acariciar por esta brisa y esta luz.

Como llegué antes de tiempo, me animé a echar un vistazo al museo. En realidad, lo que buscaba era un sitio donde sentarme y descansar. Ni un solo banco; solo pasillos y objetos tras cristales en semipenumbra. Me fijé que, al otro lado de una puerta de cristal, había un pequeño jardín interior. ¡Y un banco donde podría sentarme! Y así lo hice. Dejé la bolsa de papel a un lado. Miré a mi alrededor. Enfrente tenía el exterior, o más exactamente, el ábside de la iglesia de San Andrés. El ruido de la cercana plaza de los Carros, lleno de turistas, bares y terrazas a pleno rendimiento, no llegaba hasta aquí. Esa misma mañana, durante la clase, me irritó el zumbido de los alumnos, su cháchara intranscendente. Es una tortura buscar el silencio y tener una profesión donde eso es casi imposible. Sin embargo, ahora podía escuchar el canto de los pájaros, el fluir de una fuente. Un madroño, un olivo, un majuelo; hiedra, salvia, romero... El jardín de Epicuro. ¿Estaba en Madrid, ciudad moderna donde hay manifestaciones, tráfico, movimiento perpetuo, o en una de esas islas griegas a las que me gustaría vivir, cuando me libre de la condena del trabajo? La luz suave del atardecer dejaba sus postreros guiños en las copas de los árboles. 

Podía empezar la lectura. 

Leía unas cuantas líneas. Llegué a esta: 

¿Seguimos existiendo si se va la última persona que nos recordaba como niños?

Las imágenes se agolpan, una tras otra, una y otra vez. Cientos de palabras; no cabrían en un libro. Mucho menos en la entrada de un blog. 


Quería estar solo. Caminaba por las calles de Buenos Aires o las de Burgos. Un lunes; la gente iba a trabajar, se cruzaba conmigo. Su ritmo no era el mío. No encajaba; disonancia melódica. En mitad de la Avenida 9 de julio delante de un semáforo no puedo moverme. Me he convertido en una piedra; el dolor te convierte en una piedra. El semáforo está en verde, la gente pasa a mi lado, caminan muy rápido; ya no puedo seguirlos. Me pongo a llorar. 

Permanecer en la memoria de una niña.

Ellos morirán del todo, cuando mi hermano y yo no existamos. Es posible que ya sean inútiles las palabras que escriba, porque nuestra memoria es una sucesión de recuerdos falsos e inventados. Ellos dejaron de existir hace mucho tiempo. Cuando morimos, nuestra existencia es ligera, volátil: el vuelo de una mariposa, el llanto de un niño. Cuando mueren quienes nos conocieron, desaparecemos. Nadie nos recuerda. A no ser que antes se comparta con otros, a no ser que se deje algo por escrito. Y también desaparecerá. Engañaremos un poco más al tiempo, retrasaremos lo inevitable. Todavía escuchamos sus voces durante unos meses, pero tarde o temprano dejaremos de escucharlos. Todavía intuímos los trazos de una letra, el contorno de una palabra, antes de que se borren para siempre. 

Nunca más volvió la Navidad. Con ellos murió la Navidad. Y las llamadas de teléfono en mis cumpleaños. Y la infancia donde somos casi inmortales. 

Escribe con las manos las palabras en el aire. 

No hay palabras al final: un estertor, una mirada perdida, respiración agitada. Y, después, el frío, la descomposición, el olor acre y ácido que impregna la ropa, el aire.


Apagón en el sur de Francia. Hace unas semanas en toda España y Portugal. La oscuridad acecha al futuro.


Llamadas de madrugada. Quien llama de madrugada no trae buenas noticias. Le cerré los ojos. ¿Quién nos cierra los ojos, los que ya no ven, los que yacen, muertos, en el fondo de las pupilas?

La enterramos un día soleado de enero. Me gusta visitar los cementerios. En París, Madrid, Roma, Atenas. En Buenos Aires, San Francisco, Kioto, Pekin. En Tarancón, Ondárroa, Palermo, Nauplia. Llueve en esos cementerios. Brilla el sol allí. Bajo un árbol, en un secarral, cerca del mar o de una montaña. 

Las casas abandonadas. Murieron sus habitantes. Jardines abandonados; crece la maleza, las malas hierbas, los árboles se secan. También se mueren los jardines y las casas. Se mueren mundos, miles de mundos que ya no volverán. Del mundo antiguo, ¿qué nos ha quedado? Restos de un naufragio. Algunos nombres se conservan miles de años después, en las lápidas, en las inscripciones. Sus historias, los detalles, las pequeñas cosas que explicarían sus vidas se han perdido. Nombres. Solo los nombres. 

Soñamos con los muertos. Creamos vidas paralelas. Mi abuela estuvo viva en mis sueños años y años. Se mezclan ahora las dos vidas: la que vivió en mis sueños y la otra, la que llamamos real. Sé que C. soñó con mi madre unos meses. Su espíritu se le apareció. Y con el tiempo también se marchó. 

Lejos están la tristeza, el dolor punzante, la descarga que te aplasta, que remueve el cuerpo y lo atraviesa. A mi lado se quedó la suave ternura de la nostalgia que sobrevive al dolor y a la ausencia. Donde está el gato, ahí tienes que estar tú. He aquí el ciclo circular del mundo: transformación eterna que nos libera y nos encadena. 

Las hormigas rodean la tumba de mi madre y mis abuelos. La tierra se llena de un negro sofocante, avasallador, brutal. Quisiera aplastarlas a todas, porque sé que se acercan a ese cuerpo que se descompone, lo roban, lo devoran para que el ciclo de la Naturaleza siga su curso. Son miles. No puedo acabar con todas. Me rindo. 

"Un jardincito, higos, quesitos y tres o cuatro amigos: esa fue la opulencia de Epicuro".

Solo nos salva, solo nos salvará la escritura. O la filosofía.



domingo, 18 de mayo de 2025

CHATEAUBRIAND Y EL ETERNAUTA

 


"Las cosas que huyeron de mí en la tierra y que echo de menos me matarían si no estuviera al borde del sepulcro; pero próximo al olvido eterno, verdades y sueños son igualmente vanos: al término de la vida todo es tiempo perdido". 

                                                                                                    Chateaubriand, Memorias de ultratumba.


Al menos setenta palestinos han sido asesinados en la franja de Gaza en mitad de intensos bombardeos israelíes...   

Chateaubriand pertenecía al viejo mundo, pero comprendió que un nuevo mundo llegaba y se quedaba. Tenía talento para describir situaciones, caracteres con finura psicológica y política -las de Napoleón, Talleyrand, Byron o Washington son precisas-; veía más allá de la superficie que vislumbramos en una primera ojeada. Y, sobre todo, toma conciencia de ese paso del tiempo, irreversible, "profundo olvido, invencible silencio..."

La UER amenaza con multas si se vuelve a informar de los muertos en Gaza al presentar a Israel en Eurovisión... 

El eternauta es la novela gráfica más conocida de Argentina. La historia de Oesterheld y sus dibujos -sobre todo en la versión de Breccia- han influido en obras posteriores. La primera temporada de la serie producida por Netflix ha recogido gran parte del original. 

No lo ha traicionado en contenido -sí formalmente, haciéndolo comercial-, aunque tampoco lo ha desarrollado plenamente. 

Han aparecido los personajes centrales; se han añadido algunos personajes femeninos de los que carecía la obra gráfica. Su familia, su mujer, su hija, obsesiones idealizadas en el personaje del cómic, aquí adquieren matices diferentes. La idea principal se mantiene, en líneas generales, creando tramas paralelas nuevas, asumiendo el subgénero -tan en boga en estos tiempos-, apocalíptico o distópico, que necesita de hombres y mujeres preparados, fuertes, dispuestos a sobrevivir en un mundo sin Estados, internet o electricidad. ¿Hay que leer entre líneas? 

En estos primeros capítulos han aparecido la nieve mortal, los "perros obedientes": las cucarachas gigantes o cascarudos y los hombres o mujeres-robots. Los "Manos", los personajes más interesantes, se han insinuado ligeramente. Ninguna alusión todavía a los "Ellos", los verdaderos invasores. 

Israel, segunda en Eurovisión, mientras se bombardeaba un campamento en Gaza... Consigue la máxima puntuación entre el público europeo y español...

Es extraño escuchar el concepto de "milicos" como defensores de una Argentina invadida, teniendo en cuenta que fueron "otros milicos" quienes hicieron desaparecer a Oesterheld. Intuyo ironía y una ligera carga crítica de los guionistas en los comportamientos puntuales de estos "milicos", pero también podría ser una manera de justificar a la sagrada institución del Ejercito. Curioso me parece también que el protagonista, Juan Salvo, estuviera en su juventud en las Malvinas. Son referencias que Oesterheld hubiera rechazado. ¿Es una forma sutil de consolidar un discurso reaccionario o marcharán la próxima temporada en una dirección opuesta?

Las pequeñas victorias de los personajes se destacan con música, fanfarria y gritos de alegría. Hay demasiadas en los dos últimos capítulos y me desconectan de la trama. La influencia de La invasión de los ladrones de cuerpos o de Walking Dead o de Spielberg, entre otros, ha dejado su poso y su ponzoña, para bien o para mal.

Sigue siendo una lucha coral, tal como la planteó el hombre que, formando parte de los Montoneros, -guerrilleros peronistas-, acabó siendo asesinado por la dictadura militar. El héroe es colectivo y ha de enfrentarse a fuerzas poderosas y solo la solidaridad y la violencia guerrillera nos permitirá vencerlas. Estas no son terroristas o extraterrestres, sino simbolizan otros poderes invisibles, gigantescos. Me pregunto si la serie se atreverá a mostrarlos. 

Son los que matan a niños y mujeres en Gaza; son los que se enriquecen, fondos de inversiones o similares, mientras mueren miles de personas en las guerras de este mundo nuestro... 

La alegoría del eternauta de Oesterheld podría convertirse, para no perder millones de espectadores y clientes potenciales, en una simple serie palomitera de Netflix. Aún no han decidido en esta primera temporada qué camino tomar.

La idea de la máquina del tiempo, la del viajero del tiempo, es decir, la del eternauta, solo se intuye en las pesadillas e imágenes recurrentes que tiene el protagonista. Como suele suceder, Juan Salvo solo es un intérprete, recibe los mensajes del tiempo descarnado, del viaje circular...

Chateaubriand y uno de sus herederos, Proust, me devuelven a mi obsesión principal.

"Nuestra vida es tan vana, que solo es un reflejo de nuestra memoria".




miércoles, 14 de mayo de 2025

MELANCOLÍA

 


Nido de víboras. 

La versión oficial que Montalbano escribe en su informe: los dos hermanos lo mataron por la herencia. 

La verdad: ella se acostaba con su padre y lo mató por celos. 

Protejamos a los inocentes. 

La versión oficial que escribo en la página web del instituto: han aprendido recursos en el concurso de Oratoria, han adquirido experiencia. 


La verdad: han participado de una farsa en la que sofistas posmodernos, los que tienen más dinero y más contactos, los que moverán el mundo, se preparan para construir el discurso oficial que miles obedecerán a pie juntillas. 

Las excepciones confirman la regla. 


La verdad es una víbora con cien cabezas. 

Un mendigo desdentado mira a través del cristal de un vagón de metro: el infinito o la nada. 

Acaricio el suave lomo de un gato soñador. 

El esfuerzo inútil me conduce a la melancolía. Es amable la melancolía. 


Una chimenea hecha de barro; la brisa, tierna, dulce esparce las cenizas de animales degollados por el cielo. 

La tormenta se acerca. 


viernes, 9 de mayo de 2025

EL TIEMPO PERDIDO

 


"La impresión es para el escritor como la experimentación para el científico con la diferencia de que en este último el trabajo de la inteligencia precede y en el escritor viene a continuación. Lo que no hemos tenido que descifrar, aclarar, mediante nuestro esfuerzo personal, lo que estaba claro ante nosotros, no es de nosotros. Sólo procede de nosotros mismos lo que sacamos de la oscuridad que está en nosotros y los demás no conocen"

Leo a Proust en las guardias. No sabría decir si es un experimento. Bajo en un abrir y cerrar de ojos de las alturas de la Literatura al fango y al absurdo. Dejo de leer y a los dos minutos una alumna me grita y me llama "psicópata", aunque por el contexto interpreto que el concepto que ella querría comunicarme es el de pervertido. Tras escribir un parte muy grave, intento regresar a Proust, pero ya no es posible alcanzar el grado de concentración que tenía antes del incidente. 

Aún así, vuelvo a la lectura.

"Un nombre: eso es lo único que con mucha frecuencia queda para nosotros de una persona, ni siquiera cuando ha muerto, sino en vida y nuestras ideas sobre ella son tan vagas o tan extrañas y corresponden tan poco a las que tuvimos que hemos olvidado enteramente haber estado a punto de batirnos en duelo, pero recordamos que, de niño, llevaba unas extrañas polainas amarillas en los Campos Elíseos, en los que, en cambio, pese a que se lo aseguramos, no recuerda haber jugado con nosotros". 

En el pasillo insisto a un alumno que entre en clase, cuando todos llevan más de diez minutos en las aulas. Me hace un comentario inesperado: "Quieres controlarlo todo; por eso, no te tienen respeto". No sé si me sorprende la inteligencia que me demuestra esta reflexión espontánea; o que pueda haber captado un rasgo de mi carácter que no soy capaz de negar. M., una compañera, jefa del departamento de Lengua, es capaz de convencer a dos alumnas que la acompañen sin hacer ningún aspaviento; las mismas que no me hacían ni caso minutos antes. ¿Hay finura psicológica en este alumno? ¿O será que llevo demasiado tiempo leyendo a Proust?

"... en hablar de los "hilos misteriosos" que rompe la vida, pero aún más cierto es que los teje sin cesar entre las personas, entre los acontecimientos, ya entrecruce dichos hilos o los reduplique para engrosar la trama, por lo que entre el menor punto de nuestro pasado y todos los demás una copiosa red de recuerdos sólo permite elegir las comunicaciones".

He estado en Numancia este miércoles en una visita extraescolar. En el interior de una choza de época romana, reconstruida para el turista, la guía, una colombiana que hace años perdió su acento, en medio de una oscuridad agradable nos habla del horno, de la rueda de molino, de las ventanas, del frío del Cierzo, del calor. Salimos de la sala central y nos trasladamos a la habitación más pequeña. A un lado, oculto en una esquina, me fijo en un telar. Ese párrafo me lleva, sin que pueda evitarlo, a ese telar. No pienso en Aracne, ni en los papiros, tejidos con láminas finas, ni en los hilos de Penélope o de Homero, su creador. Ese telar parece reunir en sí mismo la memoria y el recuerdo. 

"Una reunión vespertina como aquella en la que me encontraba yo era algo mucho más valioso que una imagen del pasado, pues me ofrecía, en cierto modo, todas las imágenes sucesivas -y que yo no había visto nunca- que separaban el pasado del presente y -más aún- la relación que había entre éste y aquel; era como lo que se llamaba en tiempos una vista óptica, pero de los años, no la vista de un momento, sino de una persona situada en la perspectiva deformante del tiempo".

Yume, mi gato, se rasca. En el gesto veo al anciano en que se ha transformado, igual que esta mañana cuando trotaba y me buscaba para saludarme, veía al joven que fue. Es como cuando observas, en un movimiento imperceptible de una mujer a la que amas, de perfil, a la anciana que será: sus arrugas, la papada, la piel macilenta, los ojos hundidos. Cuando gira la cabeza y te sonríe, ha regresado al presente. En un instante han pasado cuarenta años. El tiempo ha atravesado un espacio. 

"Es que, si bien nuestra vida es vagabunda, nuestra memoria es sedentaria y, por mucho que nos lancemos sin tregua hacia delante, nuestros recuerdos, clavados a los lugares de los que nos separamos, siguen, por su parte, conservando su vida casera en ellos..."

Miradas lánguidas al otro lado de la ventanilla de un autocar. Iglesias y ermitas en lo alto de una colina. Campos cubiertos de paneles solares. Pasillos vacíos. Persianas bajadas. Un río que fluye lentamente. Puertas que se cierran. La belleza espléndida de la juventud, sentada en un columpio, subiendo y bajando, subiendo y bajando... "henchida aún de esperanzas, risueña, en los años, precisamente, que había perdido yo se parecía a mi juventud..."

Las imágenes se sitúan unas sobre otras, se amalgaman, se funden, se disgregan.

"... si llegaba a disponer de bastante tiempo para realizar mi obra, no dejaría de describir en primer lugar a los hombres, aunque con ello los hiciera parecer seres monstruosos, como ocupantes de un lugar tan considerable, junto al -tan limitado- que les está reservado en el espacio, un lugar, al contrario, prolongado sin medida, ya que tocan simultáneamente, como gigantes sumergidos en los años, épocas tan distantes, entre las cuales tantos días han ido a situarse... en el tiempo".



martes, 29 de abril de 2025

EL GRAN APAGÓN

 


Una marea humana sube desde el centro de Madrid. Miles y miles de personas caminan, regresan a sus casas. Las tiendas están cerradas; solo los ultramarinos y algún supermercado mantienen abiertas las puertas. Los bares, a oscuras; las terrazas, llenas. Se beben cervezas. Niños y adolescentes juegan en los parques. Se forman grupos: uno, por aquí; otro, por allá. Un joven golpea el tambor dentro de un bar; tres hombres maduros han sacado sus guitarras y se sientan en una bocacalle. Entonan una melodía.

"Jesucristo es el rey de reyes"

Un joven latinoamericano se ha subido a un muro, a la entrada del estadio del Rayo Vallecano; lleva una Biblia en la mano. Cientos pasan a su lado; sonríen, le miran, siguen caminando. Vuelven a sus casas. Un destierro, un exilio, una corriente interminable, infinita.

Transistores encendidos. Se escuchan voces lejanas. Hay quien lee; hay quien duerme. Esperan. Volvemos al pasado, como sostén: el libro, la radio, el silencio... 

Ambulancias y furgonetas de policía hacen sonar sus sirenas en un carril de emergencia habilitado. Maletas, cientos de maletas en las fuentes del paseo del Prado: rojas, negras, blancas. Los coches respetan los pasos de cebra. 

"Señor, los túneles están cerrados".

Los trenes no pasan; los mensajes no llegan.

La primavera ilumina las sombras del álamo. El olor de las amapolas, el de las acacias. Un rojo intenso, la caricia del sol.

Basuras en las calles del barrio. Autobuses repletos. Han cerrado el Retiro. ¡No se preocupen!, las terrazas están llenas. 

"En Burgos hay luz, dice mi tía..."

Se forman grupos que nos hagan sentir acompañados; somos animales gregarios. Voces que nos tranquilicen. Desconfiamos de las versiones oficiales. No saben nada; no dirán nada. 

El sol desaparece; se hace de noche. La oscuridad nos estremece.

Se encienden las velas. La luz parpadea, tiembla. 

Cierras los ojos. El mundo gira a tu alrededor.

sábado, 26 de abril de 2025

209, RUE SAINT-MAUR, PARÍS: LA MEMORIA RECOBRADA

 

Entro en la biblioteca de mi barrio. Busco, como suelo hacer, entre los expositores donde han colocado las novedades, libros que atraigan mi atención por el autor, el título o la portada. Tengo en la mano cinco libros; todavía puedo llevarme otro más, así que echo un último vistazo. Me fijo de repente en una portada: el patio interior de un edificio parisino. Y el título nos sitúa en el lugar exacto: 209, rue Saint-Maur, Paris. Hay imágenes y temas que nos llaman; nos están destinados.

No conocía a la autora que, más o menos, en las fechas en las que yo hacía mi documental preparaba y terminaba el suyo. Eligió este espacio porque descubrió una lista en internet: nueve niños judíos deportados en las mismas fechas, en julio del 42, que vivieron en este lugar. Solo uno sobrevivió; de otro, un niño de 3 años, no ha logrado encontrar nada, a pesar de todos los esfuerzos. Será para siempre solo un nombre sin biografía, sin historia. 

Es un punto de partida; el documental que puede verse en francés aquí.

El libro, escrito un par de años después, es una recopilación de toda la investigación realizada por la directora Ruth Zylberman a lo largo de más de una década. No solo habla de esas deportaciones -aunque sean la base y el centro del relato y documental; un punto de fuga-, sino que también extiende su curiosidad más allá de ese preciso momento, hacia el pasado -la revolución del 48, la Comuna, la primera guerra mundial, la posguerra- y hacia el futuro -los años cincuenta, los años setenta, la actualidad-. 

Son los recuerdos, las voces, los testimonios de miles de hombres y mujeres que vivieron, amaron, odiaron, solidarios y egoístas, que convierten ese espacio, ese edificio, ese cielo, esas baldosas en algo que respira y vive. La vida cotidiana; sus mezquindades y sus actos heroicos. Hubo quien salvó a familias judías; otros los delataban. Hubo en esos dos siglos revolucionarios y asesinos y amantes y suicidas... Objetos o gestos que revelan involuntariamente un instante perdido y recuperado... 


"...Si un ruido, un olor ya oído o respirado en tiempos, lo son a la vez en el presente y en el pasado, reales sin ser actuales, ideales sin ser abstractos, al instante la esencia permanece y, habitualmente oculta de las cosas, resulta liberada. Nuestro verdadero yo... se despierta, se anima... Un minuto libre del orden del tiempo ha recreado en nosotros, para sentirlo, al hombre liberado del orden del tiempo..."

                                                                                                        El tiempo recobrado, Marcel Proust.


En la exposición del Thyssen entre los autorretratos de Rembrandt, las pinturas de Manet y Monet, me atrapa la fotografía de Proust en su lecho de muerte. Imagen definida, enfocada. No es creíble. El tiempo, como en el cuadro del Interior de la iglesia de Reims de Helleu, se parece a ese suelo; se desdibuja, se diluye, deja de ser solido para convertirse en un líquido, en un fluido, desvaneciéndose de nuestra memoria. 

No puedo dejar de recordar, mientras leo las reflexiones de Zylberman, los esfuerzos y el tiempo que dediqué a mi propia investigación. Sí, también fui a muchos archivos, hice entrevistas, tuve encuentros con decenas de personas; encontré puertas cerradas y otras que se abrieron, caminos que se bifurcaban y otros que no tenían salida. Hacía preguntas que descubrían secretos que no querían ser recordados; a veces era discreto; en otras, me equivocaba y no respetaba el derecho que todos tenemos a olvidar. El olvido puede ser una manera de sobrevivir para muchos; también una losa que pase de generación a generación como una enfermedad o una condena. Puede ser colectiva o individual, familiar. 

"Ahí estaba mi América; la había encontrado..."

Al pisar por primera vez ese espacio Ruth Zylberman supo que había descubierto el objeto de su investigación. Es como la clave en los arcos. Todo arco depende de una sola piedra para sostenerse; esa piedra es la clave. Sin ella, el arco se desmorona. Con ella, el arco sobrevive cientos, miles de años.

En mi investigación fueron las fotografías de mi madre, guardadas durante décadas, las que sirvieron de clave e impulso; desde su muerte, en el 2014 hasta el 2018. Cuatro años que, como los de la historia de Zylberman, abrieron los extraños vericuetos de la memoria; en parte, dolorosos; en parte, liberadores. Atrevidos y frustrantes. 

Aún busco otra piedra clave que abra caminos, que de sentido a historias que mi memoria no puede olvidar. No sé si la encontraré.


Miras el cielo que contemplaron esos hombres y mujeres durante casi dos siglos, habitado desde 1845 hasta 2025; miras las baldosas que pisaron esos hombres y mujeres, que vieron los juegos de los niños, las miradas de los amantes, el cansancio de los obreros y las madres y abuelas, los cristales por los que contemplaban una ciudad que crecía, los pasillos oscuros en las que se cruzaban adolescentes y jóvenes que se enamorarían, adultos desconfiados o generosos; que escucharon las conversaciones, los murmullos, los gritos de mujeres golpeadas por sus maridos, las pisadas de las botas nazis, la respiración agitada de los judíos que se ocultaban, las conversaciones susurradas por comunistas y anarquistas que deseaban una revolución; cómo se calentaban, qué cocinaban, cómo vestían, qué soñaban, qué odiaban. 


"...  Pues, ¿no nos acaricia un soplo del aire que acarició a los antepasados? ¿No hay en las voces a las que prestamos oídos un eco de las que se extinguieron antaño?... Si esto es así, es que hay una misteriosa cita entre las edades que han sido y la nuestra..."

                                                                                    Walter Benjamin, Sobre el concepto de Historia.



Allí, aquí, en cualquier lugar, se mezclaban, se mezclan las historias cotidianas de los vivos y de los muertos. 



lunes, 21 de abril de 2025

EL CONCLAVE: EL FICTICIO Y EL QUE VENDRÁ...

 

Esta mañana murió Francisco I. La casualidad ha hecho que haya ocurrido después de Semana Santa, el lunes de Pascua: un colofón accidental, un cierre imprevisto que encaja a la perfección en el engranaje. En unas semanas se pronunciará el Habemus Papam. 

Si algo interesa de la Iglesia Católica a quien ya no cree en sus objetivos terrenales y espirituales son los rituales. La Semana Santa está llena de ellos. Son atractivos, porque a sus espaldas hay miles de años: tradición, raigambre, herencia. Y la Iglesia Católica en este aspecto nunca decepciona.

El latín le da un marchamo de categoría y excentricidad que más quisieran otras elecciones. Los gestos, detalles, ceremoniales que acompañan la muerte del Papa, su entierro y, finalmente, el conclave te atrapan. Es una pena que no podamos asistir a las votaciones y que sean a puerta cerrada. Que la decisión pudiera durar meses o años impacientó a los magistrados de Viterbo que decidieron encerrar a los cardenales bajo llave en el siglo XIII. Y como la idea funcionó, así se ha mantenido hasta la actualidad. 

Siempre queda el cine para intentar reflejar lo que se cuece en la Capilla Sixtina. Y nunca pueden dejar de hacer una representación, seguramente muy lejana al ritual. ¿Decide el Espíritu Santo o los intereses humanos? Que sean las inclinaciones humanas, lo hace mucho más interesante.

Sorrentino en la serie The young Pope llevó la estética de la Iglesia Católica a su máxima expresión; podríamos decir que fue fiel en espíritu, traicionándolo: es decir, estamos ante una buena traducción. 

La estética o la tradición, como dirían otros, sigue siendo un buen reclamo. Y el personaje de la serie de Sorrentino es muy consciente de su valor. 

Conclave es el último ejemplo. 

Que nadie espere otra cosa que una buena película de intriga con una parte final que roza el delirio; eso sí, bastante divertida. Hasta esa parte me recordaba más a Tempestad sobre Washington y sus juegos conspirativos;

la única diferencia es que en vez de los pasillos del Congreso norteamericano tenemos los del Vaticano, más oscuros y misteriosos. 

La tradición tiene un gran peso y le da más empaque. 

¿La realidad? No me interesa. No me interesa si es un Papa conservador o liberal, si dará más peso a las mujeres en la cuota de poder o no, si sabrá moverse por Instagram o preferirá las viejas encíclicas, si será africano, asiático u occidental, si suavizará su posición sobre el divorcio, la homosexualidad o similares. Me da igual. Es la obra que representarán todos los personajes de la trama lo que me interesa.

Sea quien sea el próximo Papa, la realidad será decepcionante.

En L'amour fou, la obra maestra de Rivette, donde asistimos a momentos experimentales, mágicos, desesperados, intensos, absurdos, violentos,

la historia de una pareja en descomposición, mientras unos actores desorientados ensayan una obra, la Andrómaca de Racine, que nunca representarán, atrapados en círculo, serviría como evidencia irrebatible de este sencillo argumento. El arte nos libera de la mezquina realidad, la sublima.

Y la realidad siempre es decepcionante, pero es lo que tenemos. 

miércoles, 16 de abril de 2025

BARCELONA: INDICIOS DE UNA REPRESENTACIÓN


Caminando por el Raval con una cámara a cuestas y el trípode me encontré con el rodaje de una serie para TV3. Vi la oportunidad para colocarme y me dispuse a grabar un plano de unas pancartas, pensando que formaban parte del espacio. Una encargada de producción me prohibió grabarlas: eran una puesta en escena y a la productora no le interesa su difusión antes de la promoción de la serie.

Es irónico que los únicos que me hayan prohibido grabar en la calle sea alguien que quiere proteger sus intereses y que prepara una representación donde se condena precisamente eso: la privatización del espacio público con fondos buitres, desahucios, turistificación, gentifricación... 

Barcelona hace mucho, como tantas otras ciudades y centros históricos, no es más que una gran puesta en escena al servicio de unos intereses crematísticos muy concretos. En Barcelona la situación ha sobrepasado los límites o es posible que mis visitas a lo largo de la última década me hayan hecho más permeable a esos cambios. Las empresas turísticas o tecnológicas se han apoderado de un espacio que antes pertenecía a los vecinos. 

En el Raval el deterioro del barrio, que siempre es un preludio para convertirlo en un parque temático y expulsar a los inmigrantes o vecinos de bajo poder adquisitivo, se mezcla con una presencia cada vez mayor de hoteles, restaurantes o museos. Encuentras revueltos pakistaníes con sus peluquerías, fruterías, carnicerías, kebabs; pisos turísticos, más o menos ocultos; bares de estética moderna; terrazas que se han adueñado del espacio público. 

Hay indigentes, apartados, que no molestan demasiado; unos policías hacen acto de presencia para decirles que no pueden ocupar determinados lugares. Un grupo de indigentes ha encontrado uno de estos sitios bajo el andamio de una fachada. Las veces que paso por allí me encuentro con una mujer prematuramente envejecida, aunque todavía busque cuidarse, maquillarse. Se pinta los labios; la veo junto a otra mujer; sola, rodeada de cinco o seis hombres. 

La lengua separa; una mujer china y otra vecina chocan; no se piden disculpas. La inmigrante le espeta a la otra: "¡Tu abuela!". La otra, agresiva, responde: "La tuya". A unos metros, más calmada, se dirige a su compañera: "A saber lo que significa". 

Una pareja árabe discute a voz en grito; ella se quita las sandalias y amenaza con tirársela; creo recordar que era un gesto de desprecio en su cultura. Sentados a la terraza una discusión de pareja; ella, latinoamericana, ronda la cincuentena, está cansada y le pide a él, un vecino de toda la vida, veinte años mayor, que la trate mejor. A su alrededor, parados o currantes que intentan ignorar su agotamiento, su pobreza espiritual, bebiendo. Otros, como vi aquí en mi barrio hace una semanas, se emborrachan, bailan, ríen, pierden el sentido, la compostura. Necesitan olvidar. 

En la barra de un bar, una vieja bodega restaurada por unos argentinos afincados hace más de una década en el Raval, en este local para gente del barrio, rodeada, como si fuera un campamento romano en la Germania, por bares de pinchos a precios turísticos, un cuarentón de la vieja escuela, un gay que ha vivido lo suyo y más, conversa con una pareja de amigos, rockeros de esos que nunca mueren. 

"-Iba desnudo por la playa. Fue el último. Después aprovecharon para cambiar la normativa". 

"-Lo hacían en los matorrales, ahí arriba, ya sabes... -Hace mucho que no voy... Sé de un amigo que tenía su coche aparcado y, claro, se los encontraba todas las noches... Aquí tenemos muchas historias que contar..."

Uno no hace más que esquivar muchas obras en la calle; obras y obras para hacer de Barcelona una ciudad limpia en la que los inversores multinacionales se dejen mucho dinero. 

Aprovechando esta visita me he puesto a leer dos ensayos: Metamorfosis urbana en el capitalismo-crisis de Francisco Quintana y La derrota de Occidente de Emmanuel Todd.

El primero es un análisis económico del modelo urbano que el neoliberalismo ha implantado. El segundo, más anárquico, al menos, te muestra una realidad geoestratégica bastante diferente a la que los medios de comunicación nos ofrecen. Nos revelan ambos que no es Trump ni la ultraderecha el verdadero peligro, sino un modelo sistémico en el que todos colaboran y que nos conduce al desastre; democracias e información controlada por los grandes fondos de inversiones y los oligopolios que, a su vez, es propietaria de miles de viviendas. Privatizaciones, más o menos consentidas, incluso, en la construcción de vivienda social, un señuelo para ocultar su escasa presencia y los beneficios que, bajo el paraguas de lo público, estas empresas privadas adquieren. Deudas e hipotecas para la gran mayoría. Precios desorbitados de los alquileres. Si el fascismo llega al poder, es porque facilita el dominio del capital. Tenga el nombre que tenga, o la apariencia que nos presenten en las elecciones, los que mueven los hilos son otros: el mercado manda. 

¿Cuál podría ser la respuesta? No lo sé. Por lo menos, desconfiar de todo, como haría Descartes. Y a partir del cogito, ergo sum, que cada paso que des en comprender la realidad que te rodea evites los prejuicios firmemente instalados desde el poder o por la costumbre. También en tu vida diaria. ¿En tu trabajo -en mi caso, en las aulas-, en el día a día, no encontramos las mismas pautas? Otros deciden por nosotros; aceptamos los modelos legales o más sutiles y pensamos que podemos suavizarlos en decisiones cotidianas cuya capacidad de influencia es cada vez más limitada. 

La mañana que estuve en dos barrios obreros -uno de ellos, St Andreu- me sentí mejor. Lo que veía era más reconocible; se asemejaba a Vallecas o Moratalaz. Los mismos edificios construidos en los setenta, una dinámica parecida, una lengua que reconocía... Pude reconciliarme ese día con una Barcelona que he empezado a detestar. Todavía en esos barrios puedes encontrar un antiguo cine okupado, en el que se proyectan películas: Cineteka, mientras tres mujeres latinoamericanas, que rondaban los cincuenta años, esperaban, al lado del edificio, una cita con la oficina de empleo, a unos metros. Mientras el banco y el fondo buitre no se interesen por él... 

Quizá en esta Cineteka alternativa se animen algún día a proyectar Ellos viven de Carpenter, una película anticapitalista, divertida, anarquista, política, heterodoxa. Los banqueros, los policías y una parte muy importante de la población, una clase media privilegiada, son seres extraterrestres que se ocultan bajo nuestra apariencia, y cuyo objetivo es destruir el planeta, explotarlo, mientras los más pobres viven en las peores condiciones. Detrás de la publicidad y los medios de comunicación están mensajes del tipo: obedece, consume, no pienses... Solo necesitas unas gafas negras para verlo. Matrix y sus pastillas se quedaban en la superficie. No iba mal encaminado este Carpenter. Es mejor que cualquier panfleto o discurso. Y nos dice, entreteniendonos, qué mundo tenemos en realidad. 

Edurne Portela y José Ovejero han publicado un libro, escrito a duo, Una belleza terrible, que gira alrededor de la figura de Raymond Molinier, trotskista convencido, y algunas de sus mujeres. Formaron parte de una generación que creía en la revolución; primero, en Europa; después, en Latinoamérica. Perdieron. Eso sí, al menos, lucharon. En cambio, parece como si nosotros ya nos hubiéramos rendido... 

Los dos ensayos plantean una crisis en Occidente. Cuando visitas las grandes ciudades y observas colas para subirse a un autobús turístico, para entrar en los museos; terrazas llenas, centros comerciales abarrotados. Dudas si realmente el capitalismo tiene los pies de barro como predicen estos expertos. Y, aunque llegara una gran recesión, o perdiéramos la guerra comercial con China o militar contra Rusia, y bajo la alfombra y la apariencia, haya, en realidad, hipotecas, deudas que hagan explotar las burbujas y las diferentes representaciones, ¿no es lícito pensar en la confianza del modelo depredador, que es insaciable, y que concebirá nuevos recursos, como siempre ha hecho, para salvarse?

¿El clima, los recursos limitados del planeta? No importa; se necesitan décadas para que nos afecte. Para entonces habrá otros planetas a nuestra disposición y para nuestra explotación sistemática. Si hemos sobrevivido.

Un indigente toca un piano, bien afinado, en Plaza de Cataluña. Las colas para subirse al autobús turístico dan la vuelta. Los policías municipales toman su café mañanero en una franquicia. No toca mal el piano este hombre... 

Continúa el rodaje de la serie. Parece una discusión a la puerta del bar. Han puesto los de producción un poco de basura desperdigada en la calle para que así sea más creíble. Mossos de escuadra cuidando que nada ocurra fuera del guion. Turistas que hacen las fotos de rigor. Currantes pakistaníes ocupados en sus tareas diarias, trasladan mercancía u objetos de segunda mano de un comercio a otro; pasa a toda velocidad un joven con la bicicleta y una mochila repleta de comida rápida. La ayudante de producción pronuncia las palabras mágicas. 

Se rueda. Acción. 



sábado, 12 de abril de 2025

ADOLESCENCIA

 


La serie de moda. Al final uno no tiene más remedio que verla. ¿Es tan interesante como la pintan?

Con las series tengo un problema. Muchos hablan de ellas, pero cuando las veo, nunca llegan al nivel que otros me prometen. Me ha pasado últimamente con varias: Querer, Los años nuevos, Malas Artes... Sin menoscabar su calidad -que la tienen- y su interés, mi sensación es que si no las hubiera visto tampoco mi vida hubiera cambiado mucho. Son interesantes, se dejan ver, se disfrutan, te ríes o te emocionas, tienen grandes momentos y otros que prefiero olvidar, pero tanto como la serie del año... Va a ser que no. 

Adolescencia sí es la serie de la temporada para muchos. ¿Tiene la calidad que tantos alaban?

Técnicamente, por supuesto, no se pueden poner peros. Los planos secuencia requieren una planificación que siempre llama la atención. Sin embargo, uno ya está acostumbrado a esta nueva moda y mi atención va por otros derroteros. 

La pregunta es si los guiones están bien construidos. Y sí, lo están, pero...  las junturas se notan. 

En el segundo capítulo que se desarrolla en el instituto, nadie puede negar su dificultad para rodar con cientos de extras, la mayoría adolescentes. Impresionante, sin duda, pero la historia que se cuenta se mueve entre lo convencional y lo inverosímil. La visita de dos policías a un centro educativo me chirría; tal vez porque yo trabajo en uno y veo las costuras. No es creíble el descontrol ni las reacciones del personal del centro, después de un hecho de estas características. Es como si los guionistas quisieran cargar las tintas y lo exageraran en exceso. Por ejemplo, los alumnos utilizan el móvil sin que se tomen medidas disciplinarias y sin que nadie les pare; en casi todas las clases solo ponen vídeos porque los profesores, interpreto, no saben dar clases tradicionales; los alumnos no hacen caso a los profesores ni a a nadie. Es decir, el caos absoluto o casi. Tal vez quien no trabaje en un centro educativo pueda creérselo. Por otro lado, la clave de este capítulo es simplemente el acercamiento del policía, un padre, a su hijo. Y dejando a un lado que hablen idiomas diferentes y no se entiendan -la idea de los mensajes crípticos de Instagram, incomprensibles para los adultos, no es mala, lo admito-, el resto no logra llamar mi atención y me parece que ya lo he visto muchas veces con anterioridad.

El primer capítulo impacta y está bien construido. Es la detención de un menor con todos los pasos que se siguen. Esa mecánica te atrapa y, como buen primer capítulo, se obtiene el resultado: mantenerte en vilo.

El cuarto se centra en la familia y, sobre todo, en el padre. No logra ponerme del todo en el lugar de la familia. Busca la emoción y pienso que sí la consigue en el final, cuando el padre llora en la habitación de su hijo. Pero uno a estas alturas ya sabe qué procedimientos se utilizan y las trampas las conozco demasiado bien. Ya lo he visto demasiadas veces.

El mejor, sin duda, es el tercero, aunque imagino que una psicóloga encontraría la situación inverosímil en la vida real. Pero funciona muy bien por una razón: solo son dos personajes enfrentados con objetivos opuestos en un espacio limitado. Si el guion es bueno y los actores también, siempre dará un buen resultado. El capítulo final de Los años nuevos de Sorogoyen tenía las mismas pautas. 

En cuanto al tema, bueno, me parece que busca el límite para plantear controversia. ¿Todos los adolescentes son así? No, claro. ¿Tienen un lenguaje que los adultos no entendemos? Sí, sin duda, pero todas las generaciones han vivido eso. ¿Son educados por las redes? ¿Un chico de 13 años es consciente de la diferencia entre el bien y el mal? ¿Los padres y el sistema educativo, qué pueden hacer cuando están sobrepasados? 

¿No busca la serie, bajo este prisma, asustarnos para que la reacción, aparte de hablar de ella y vender el producto, sea conservadora y reaccionaria? Hay que tomar medidas, parece decirnos. ¿Cuáles? El modelo tradicional -el familiar, el educativo, el social- ha estallado. ¡Qué novedad! ¿Qué se puede hacer? Pues sí, algo habrá que hacer, pero sin medios económicos -y de eso no se habla en toda la serie- estamos jodidos. Y mientras, los votantes encumbrarán a políticos que se gastarán más dinero en ejércitos y parafernalias varias... mientras dejan la Educación y la Sanidad Pública por los suelos.

Como muchas series exageran la realidad para conseguir el interés de una amplia audiencia. Y tiran balones fuera, mostrando las capas superficiales, y no hablan de lo esencial. Quizá a los que mueven los hilos, eso es lo que les interesa. 

Uno a estas alturas busca cosas más sencillas y reflexivas, más valientes, con menos pirotecnia. 

Quizá sea la edad. 


domingo, 6 de abril de 2025

BLANCO

 


Podría hablar de la última película de Alain Guiraudie, Misericordia.

Podría decir muchas cosas de esa película. Podría hablar de su estilo -también lo vemos en Un héroe anónimo o en El desconocido del lago-, de cómo la naturaleza sirve de marco y espacio, reflejo, espejo de la incapacidad de los personajes para comunicarse, de su frustración existencial; que el humor surrealista, absurdo, delirante oculta, como sucede muchas veces, el sin sentido del ser humano. Es un autor a tener en cuenta, extraño, inquietante, anarquista, divertido: 

una línea sin párrafo. 

Uno, si ve Viridiana antes -como hice yo-, podría pensar que ha bebido de gente como Luis Buñuel que, partiendo de géneros consolidados, decide convertirlos en otra cosa. Las películas de Buñuel no son realistas al estilo galdosiano o surrealistas como Apollinare; recoge y elige lo que le interesa para ir mucho más allá. Atrapados en una primera mirada, como también sucede con Hitchcock, por sus obsesiones o las perversiones de sus personajes -sean fetichismo, pedofilia, necrofilia, masoquismo, más o menos reprimidos- y todo tipo de sacrilegio humano y divino, pocos observan que sus guiones son perfectos mecanismos; los elementos encajan y se relacionan, sin que nada escape a su mirada. Siempre nos sorprende con un giro inesperado y en los detalles más insignificantes. 

Guiraudie convierte también esos géneros tradicionales -en su caso, el policíaco o el thriller- en farsas, sainetes, mascaradas; sí, eso sería, las máscaras caen y los personajes se revelan tal como son. Buñuel hacía lo mismo, aunque su simbolismo fuera más acentuado. En fin, Guiraudie estaría orgulloso de que le haya comparado con una de los más grandes. 

No se podrá quejar.

Pero yo no quería hablar de Guiraudie, sino de Blanco

Y de Han Kang.

Blanco es minimalista, como la fotografía que he elegido para abrir esta entrada. ¿Cuál es el tema de Blanco? Es el color y todos los objetos, ideas e imágenes que ese color despierta en la autora. Viaja a Polonia para escribir y el blanco se impone en cuanto llega el invierno. Y ese blanco le remite a un recuerdo, al nacimiento de una niña, la hermana que pudo ser y no fue, a su muerte unas horas más tarde. Son pocas palabras. Como si las palabras no quisieran expresar lo importante: la vida, el dolor, la nostalgia, la muerte. 

Como si quisieran quedarse en silencio, 

calladas, 

expectantes. 

Cuando cierras el libro de Han Kang, dejas que una sensación, amable, profunda, recorra tu cuerpo, permites que el mundo te hable de la única manera en que sabe hacerlo. 

No son necesarias las palabras. 

Tampoco 

éstas. 


domingo, 23 de marzo de 2025

KOMOREBI: DÍAS PERFECTOS Y LA ZONA DE INTERÉS

 


Komorebi: palabra japonesa para identificar el juego de luces y sombras de las hojas al moverse.

Dos finales. Uno muestra el vacío; el otro, llena la pantalla.

La zona de interés de Jonathan Glazer. Un pasillo. Una mirada.


¿Hacia dónde mira Höss, el hombre que ha organizado la muerte de millones de personas? ¿Al futuro, a un museo que recuerda el horror que un pueblo es capaz de aceptar y llevar a cabo, donde varias mujeres limpian los cristales que guardan los objetos de aquellos que fueron incinerados, que abrillantan los suelos antes de que miles de turistas los visiten? 

¿Acaso no contempla el vacío de la indiferencia, de nuestra indiferencia? El silencio y los pasos que se alejan. La muerte. 

Días perfectos de Win Wenders. Un hombre bueno llora y sonríe. Un mundo nuevo. 

Feeling Good de Nina Simone.

¿Por qué llora y sonríe? 

"... son los que aman porque viven.... los que aceptan el dolor con todas sus fuerzas y lo dominan como pueden; los que crean, porque conocen el secreto de la verdadera alegría...

¡Existo! Mi poesía es como el grito del recién nacido. Es una respuesta al grito del universo".

Ciclo de la primavera, 

Rabindranath T. Tagore.

viernes, 14 de marzo de 2025

MORLAIX

 


Hoy, al despedirme de un compañero, O., ambos nos confesamos que hacía mucho tiempo que no veíamos una película interesante en la cartelera. 

Unas horas después tengo que corregir mi comentario. Morlaix de Jaime Rosales es una película muy interesante.


Antes de la proyección el mismo Rosales ha comentado que lo mejor en el arte no sale de las reglas y el orden, del aparato industrial, sino cuando estás al filo de la navaja, cuando arriesgas y no sabes a dónde te puede conducir.

Los aspectos formales con cierto grado de experimentación -mezcla blanco y negro y color; a veces muestra un primer plano de la protagonista a una velocidad de fotogramas mayor; elige planos que la dejan sola, aislada; combina fotografías con imágenes en movimiento en la misma secuencia- crean el tono necesario y preparan el camino.

Lo que en principio en esta película puede parecer la descripción de un primer amor en una ciudad de provincias acaba abriendo sendas diferentes e inesperadas. ¿Es una reflexión sobre el paso del tiempo? ¿O una mirada experimental y metalingüística sobre el arte y la memoria? ¿Los espacios se transforman porque nuestra mirada ha cambiado? ¿Nuestros recuerdos también? 

La película empieza con una muerte -la madre de la protagonista- y acaba con otra -¿real? ¿imaginada?- en la pantalla de un cine. Sí, esta película habla de la muerte, sin duda, y también, de su opuesto, el amor. Un amor adolescente que no admite su fragilidad y lo desea eterno y del amor de pareja que asume el día a día como la única manera de proporcionarle una entidad real. 

Los protagonistas -adolescentes- ven una película en el cine que habla de ellos mismos, creando un mundo paralelo, como si en la pantalla tomaran decisiones que en la vida real reprimen: allí se lanzan al vacío. Literalmente. Tras verla, los personajes "reales" -personajes, no lo olvidemos- entablan un debate sobre los temas de esa película. Y eso influirá en los gestos y resoluciones posteriores. 

Elipsis brutal. Sucesión de fotografías; y, a continuación, una mujer adulta, prepara la comida para sus dos hijos. Es nuestra protagonista. Han pasado veinte años. Su vida cotidiana de repente vira 360 grados. Ha recibido una noticia: otra muerte. 

Regresará a Morlaix. Ya no es la misma. Los muertos nos recuerdan quiénes somos. Lo que vimos y sentimos ha cambiado, porque nosotros hemos cambiado. Solo el arte nos permite lanzarnos al vacío.

Laxe, Rosales, Jonas Trueba, Rebollo, Serra, Vermut... Si el cine aún puede tener futuro, es porque en vez de aceptar lo de siempre, hay quien intenta buscar otros caminos, experimentar. No lo olvidemos. 

sábado, 8 de marzo de 2025

THOMAS BERNHARD Y LA VERDAD

 

"El lenguaje es inútil cuando se trata de decir la verdad, de comunicar cosas, sólo permite al que escribe la aproximación, siempre, únicamente, una aproximación desesperada y, por ello, dudosa al objeto, el lenguaje sólo reproduce una autenticidad falsificada, una deformación espantosa, por mucho que el que escribe se esfuerce, las palabras lo aplastan todo contra el suelo y lo dislocan todo y convierten la verdad total en mentira sobre el papel..." 

El frío, Thomas Bernhard.

La obra en prosa de Bernhard -el teatro de este autor es un gran desconocido fuera de Austria- te arrastra, aunque no lo desees. Su personalidad es tan arrolladora que no tienes más remedio que dejarte llevar por su estilo y energía. Repeticiones, largas peroratas y soliloquios, un discurso continuo que no se detiene, un ritmo que desborda, arrambla, te aplasta y te vacía.

No nos engañemos. Sobrevivió a un mundo terrible y cruel -sin padre, con una relación contradictoria y tirante con su madre; tuvo como maestro a su abuelo, un hombre frustrado e idealizado por el nieto en Un niño; vivió una segunda guerra mundial, una educación estricta, agresiva, un sistema sanitario incompetente y frío, fue testigo de un mundo injusto, que es también el nuestro, y lo vivió en sus propias carnes- y esa brutalidad aparece en cada una de las palabras que escribió. También le permitió tener una actitud discordante, agresiva contra todos, solitaria, irónica, crítica y escéptica. Una voz que no se amoldaba al discurso oficial, que nadie pudo asimilar, porque nunca lo permitió. Se echan de menos esas voces en el desierto; tal vez porque el riesgo es enorme para cualquiera que acepte esa misión. Y él ya lo había perdido todo. 

Su pentalogía autobiográfica recoge todas sus obsesiones y, al mismo tiempo, busca, sinceramente, una verdad, la suya; sin duda, tan falsificada o manipulada como todas nuestras verdades individuales o colectivas. 

"Queremos decir la verdad, pero no decimos la verdad. Describimos algo verídicamente, pero lo descrito es algo distinto de la verdad... nos hemos contentado con querer escribir y describir la verdad, lo mismo que decimos la verdad, aunque sepamos que la verdad no puede decirse jamás...

La educación, decía Bernhard es una maquinaría que aniquila a los hombres, los aplasta... Así lo repite una y otra vez; sobre todo, en El origen. Se refiere a la educación que recibió su generación, la de mis padres o abuelos. Sin embargo, ¿no es esa la función de todo sistema educativo: someter a los futuros ciudadanos o, más bien, clientes, a un determinado modelo de pensamiento, sea capitalista, nacionalsocialista, nacionalista, patriótico, católico, neopedagógico? Se diría que los profesores ahora somos más cercanos y comprensivos, que se ha pasado al otro extremo e, incluso, tenemos escasa capacidad para imponer límites, tan necesarios para poder convivir en cualquier tipo de relación social; sin embargo, no dejamos de ser instrumentos de una forma de sometimiento, porque preparamos para la esclavitud del trabajo o para una sociedad, como la actual, democraticamente endeble e inconsistente, y esa es nuestra función principal, aunque también nos convenzamos a nosotros mismos cada día diciéndonos que les proporcionamos, además, cultura y otra visión más amplia y crítica del mundo. Seguimos estando en cárceles con rejas, aunque estas parezcan más amables y empáticas, más dulcificadas.

La experiencia de Bernhard con la sanidad pública fue terrible, reflejada con crudeza en El aliento o El frío. Estuvo al borde de la muerte muchas veces. Y le dejó terribles secuelas que explica su temprana muerte a los 57 años. Es natural que desconfíe de un sistema que tritura a los seres humanos, que distingue entre ricos y pobres, que convierte a los pacientes en cifras, datos, en experimentos. Es natural que desprecie a los médicos y a las enfermeras que acaban asumiendo una máscara que les proteja del dolor, ignorantes, soberbios. Incluso, aunque yo haya encontrado médicos o enfermeros cercanos en la sanidad pública, no puedo negar que en bastantes ocasiones haya adivinado tras sus palabras otras que leía entre líneas: "No sé qué tienes... Las farmacéuticas son las que mandan... Yo sé más que tú, aunque no tenga ni idea de lo que te pasa... ". 

... Los sábados son los verdaderos homicidas del mundo, y los domingos hacen evidente ese hecho de la forma más insoportable, y los lunes aplazan otra vez la insatisfacción y la infelicidad toda la semana hasta el sábado siguiente, hasta el siguiente empeoramiento de la enfermedad...

Los seres humanos para Bernhard son despreciables. Wittgenstein, su referente en el plano filosófico, tenía una visión similar. Y esa mirada te conduce sin remedio a la locura. El sobrino de Wittgenstein

En parte, es así. Lo somos. Somos egoístas, supervivientes, buscamos nuestro interés y el de los nuestros. Si tenemos que elegir, no hay dudas. Y acabamos como seres aniquilados, aplastados, agotados. Representamos papeles porque la sociedad nos devoraría, si no lo hiciéramos. Nuestros cuerpos se pudren y son nauseabundos, cuando se enfrentan a la enfermedad o a la muerte. 

Su posición era radical, sin duda, y parece borrar de un plumazo otras cualidades. Solo lo parece. Es esa mezcla la que hace del ser humano una contradicción perpetua. Montaigne, otra de sus influencias, lo sabía. Y Bernard también era muy consciente.

Y queda la escritura, la revelación...

... A veces levantamos la cabeza y creemos que tenemos que decir la verdad o la aparente verdad, y la volvemos a bajar. Eso es todo"

Final de El sótano, Thomas Bernhard.

lunes, 3 de marzo de 2025

SAL Y PALABRAS



Suena el timbre del teléfono. No lo descuelga. Otra vez. Otra vez. Ha callado. 

Entonces descolgó. Palabras susurradas. La tía ha muerto. Al fin. Pasó años encadenada a una cama de madera. Su perro no quiso marcharse; esperó meses a que volviera y murió de tristeza. 

Un gato, Yume, se ha transformado en un círculo perfecto. Sueña. Hace frío fuera. Chispea. Llovizna. Marzo también es un mes cruel; no tanto como Abril. La memoria y el deseo aún le esperan. 

Un foco de luz. Recuerdo. Futuro. Es y será. A la misma hora, en el mismo lugar, en el sillón cubierto por la manta roja un gato recibe los rayos del sol. Es matemático, previsible, necesario. No admite sorpresas. El gato se despierta; extiende todo su cuerpo; ocupa el espacio, los límites de la luz. Cierra y abre los ojos; bizquea. La sombra le repele. El instante, sordo, ensanchado. No hay sonido sin silencio. El sonido incrementa el silencio. 

Pasea por el cementerio. Los nombres, las fechas, las palabras repetidas, ordenadas, adornadas con cascadas de colores. Memorias calcinadas, impasibles, olvidadas. Flores secas, agua estancada. Las hormigas en fila devoran la carne putrefacta. Quiere declararles la guerra. Es inútil. Son demasiadas. Olor a podrido. El cuerpo que se pudre hoy. Ya no era ella. 

El cielo cubierto de nubes grises que entran por el papel mojado, destiñen la tinta. Me gusta la forma en que caminas, le dicen. Un rojo desvaído, un ladrillo despojado de mármol. El paso del tiempo. Las ruinas reflejan la luz, atraviesan la Historia. Agua que fluye. No se aparta a otra habitación más agradable. Marionetas sin hilos; acaban de cortarlos. Nerviosa, columpia la pierna, cuando habla; soberbia, solo habla con sus iguales; no mira a quien desprecia. 

Le estremece el frío. Democracia, dinero; cuenta los dedos de su mano. El dolor de la articulaciones, sus músculos se atrofian. Μου αρέσει η θάλασσα. Duerme en una isla griega. Respira la brisa. Sonido rítmico: sí y no; sí y no; sí y no... 

El blanco y el azul se mezclan con el salitre. Tiene la sangre salada. La línea del horizonte se desdibuja en la memoria. Adivina el olor de las profundidades del mar y el de la playa desierta. 

Solo le queda el silencio...