Una marea humana sube desde el centro de Madrid. Miles y miles de personas caminan, regresan a sus casas. Las tiendas están cerradas; solo los ultramarinos y algún supermercado mantienen abiertas las puertas. Los bares, a oscuras; las terrazas, llenas. Se beben cervezas. Niños y adolescentes juegan en los parques. Se forman grupos: uno, por aquí; otro, por allá. Un joven golpea el tambor dentro de un bar; tres hombres maduros han sacado sus guitarras y se sientan en una bocacalle. Entonan una melodía.
"Jesucristo es el rey de reyes".
Un joven latinoamericano se ha subido a un muro, a la entrada del estadio del Rayo Vallecano; lleva una Biblia en la mano. Cientos pasan a su lado; sonríen, le miran, siguen caminando. Vuelven a sus casas. Un destierro, un exilio, una corriente interminable, infinita.
Transistores encendidos. Se escuchan voces lejanas. Hay quien lee; hay quien duerme. Esperan. Volvemos al pasado, como sostén: el libro, la radio, el silencio...
Ambulancias y furgonetas de policía hacen sonar sus sirenas en un carril de emergencia habilitado. Maletas, cientos de maletas en las fuentes del paseo del Prado: rojas, negras, blancas. Los coches respetan los pasos de cebra.
"Señor, los túneles están cerrados".
Los trenes no pasan; los mensajes no llegan.
La primavera ilumina las sombras del álamo. El olor de las amapolas, el de las acacias. Un rojo intenso, la caricia del sol.
Basuras en las calles del barrio. Autobuses repletos. Han cerrado el Retiro. ¡No se preocupen!, las terrazas están llenas.
"En Burgos hay luz, dice mi tía..."
Se forman grupos que nos hagan sentir acompañados; somos animales gregarios. Voces que nos tranquilicen. Desconfiamos de las versiones oficiales. No saben nada; no dirán nada.
El sol desaparece; se hace de noche. La oscuridad nos estremece.
Entro en la biblioteca de mi barrio. Busco, como suelo hacer, entre los expositores donde han colocado las novedades, libros que atraigan mi atención por el autor, el título o la portada. Tengo en la mano cinco libros; todavía puedo llevarme otro más, así que echo un último vistazo. Me fijo de repente en una portada: el patio interior de un edificio parisino. Y el título nos sitúa en el lugar exacto: 209, rue Saint-Maur, Paris. Hay imágenes y temas que nos llaman; nos están destinados.
No conocía a la autora que, más o menos, en las fechas en las que yo hacía mi documental preparaba y terminaba el suyo. Eligió este espacio porque descubrió una lista en internet: nueve niños judíos deportados en las mismas fechas, en julio del 42, que vivieron en este lugar. Solo uno sobrevivió; de otro, un niño de 3 años, no ha logrado encontrar nada, a pesar de todos los esfuerzos. Será para siempre solo un nombre sin biografía, sin historia.
Es un punto de partida; el documental que puede verse en francés aquí.
El libro, escrito un par de años después, es una recopilación de toda la investigación realizada por la directora Ruth Zylberman a lo largo de más de una década. No solo habla de esas deportaciones -aunque sean la base y el centro del relato y documental; un punto de fuga-, sino que también extiende su curiosidad más allá de ese preciso momento, hacia el pasado -la revolución del 48, la Comuna, la primera guerra mundial, la posguerra- y hacia el futuro -los años cincuenta, los años setenta, la actualidad-.
Son los recuerdos, las voces, los testimonios de miles de hombres y mujeres que vivieron, amaron, odiaron, solidarios y egoístas, que convierten ese espacio, ese edificio, ese cielo, esas baldosas en algo que respira y vive. La vida cotidiana; sus mezquindades y sus actos heroicos. Hubo quien salvó a familias judías; otros los delataban. Hubo en esos dos siglos revolucionarios y asesinos y amantes y suicidas... Objetos o gestos que revelan involuntariamente un instante perdido y recuperado...
"...Si un ruido, un olor ya oído o respirado en tiempos, lo son a la vez en el presente y en el pasado, reales sin ser actuales, ideales sin ser abstractos, al instante la esencia permanece y, habitualmente oculta de las cosas, resulta liberada. Nuestro verdadero yo... se despierta, se anima... Un minuto libre del orden del tiempo ha recreado en nosotros, para sentirlo, al hombre liberado del orden del tiempo..."
El tiempo recobrado, Marcel Proust.
En la exposición del Thyssen entre los autorretratos de Rembrandt, las pinturas de Manet y Monet, me atrapa la fotografía de Proust en su lecho de muerte. Imagen definida, enfocada. No es creíble. El tiempo, como en el cuadro del Interior de la iglesia de Reims de Helleu, se parece a ese suelo; se desdibuja, se diluye, deja de ser solido para convertirse en un líquido, en un fluido, desvaneciéndose de nuestra memoria.
No puedo dejar de recordar, mientras leo las reflexiones de Zylberman, los esfuerzos y el tiempo que dediqué a mi propia investigación. Sí, también fui a muchos archivos, hice entrevistas, tuve encuentros con decenas de personas; encontré puertas cerradas y otras que se abrieron, caminos que se bifurcaban y otros que no tenían salida. Hacía preguntas que descubrían secretos que no querían ser recordados; a veces era discreto; en otras, me equivocaba y no respetaba el derecho que todos tenemos a olvidar. El olvido puede ser una manera de sobrevivir para muchos; también una losa que pase de generación a generación como una enfermedad o una condena. Puede ser colectiva o individual, familiar.
"Ahí estaba mi América; la había encontrado..."
Al pisar por primera vez ese espacio Ruth Zylberman supo que había descubierto el objeto de su investigación. Es como la clave en los arcos. Todo arco depende de una sola piedra para sostenerse; esa piedra es la clave. Sin ella, el arco se desmorona. Con ella, el arco sobrevive cientos, miles de años.
En mi investigación fueron las fotografías de mi madre, guardadas durante décadas, las que sirvieron de clave e impulso; desde su muerte, en el 2014 hasta el 2018. Cuatro años que, como los de la historia de Zylberman, abrieron los extraños vericuetos de la memoria; en parte, dolorosos; en parte, liberadores. Atrevidos y frustrantes.
Aún busco otra piedra clave que abra caminos, que de sentido a historias que mi memoria no puede olvidar. No sé si la encontraré.
Miras el cielo que contemplaron esos hombres y mujeres durante casi dos siglos, habitado desde 1845 hasta 2025; miras las baldosas que pisaron esos hombres y mujeres, que vieron los juegos de los niños, las miradas de los amantes, el cansancio de los obreros y las madres y abuelas, los cristales por los que contemplaban una ciudad que crecía, los pasillos oscuros en las que se cruzaban adolescentes y jóvenes que se enamorarían, adultos desconfiados o generosos; que escucharon las conversaciones, los murmullos, los gritos de mujeres golpeadas por sus maridos, las pisadas de las botas nazis, la respiración agitada de los judíos que se ocultaban, las conversaciones susurradas por comunistas y anarquistas que deseaban una revolución; cómo se calentaban, qué cocinaban, cómo vestían, qué soñaban, qué odiaban.
"... Pues, ¿no nos acaricia un soplo del aire que acarició a los antepasados? ¿No hay en las voces a las que prestamos oídos un eco de las que se extinguieron antaño?... Si esto es así, es que hay una misteriosa cita entre las edades que han sido y la nuestra..."
Walter Benjamin, Sobre el concepto de Historia.
Allí, aquí, en cualquier lugar, se mezclaban, se mezclan las historias cotidianas de los vivos y de los muertos.
Esta mañana murió Francisco I. La casualidad ha hecho que haya ocurrido después de Semana Santa, el lunes de Pascua: un colofón accidental, un cierre imprevisto que encaja a la perfección en el engranaje. En unas semanas se pronunciará el Habemus Papam.
Si algo interesa de la Iglesia Católica a quien ya no cree en sus objetivos terrenales y espirituales son los rituales. La Semana Santa está llena de ellos. Son atractivos, porque a sus espaldas hay miles de años: tradición, raigambre, herencia. Y la Iglesia Católica en este aspecto nunca decepciona.
El latín le da un marchamo de categoría y excentricidad que más quisieran otras elecciones. Los gestos, detalles, ceremoniales que acompañan la muerte del Papa, su entierro y, finalmente, el conclave te atrapan. Es una pena que no podamos asistir a las votaciones y que sean a puerta cerrada. Que la decisión pudiera durar meses o años impacientó a los magistrados de Viterbo que decidieron encerrar a los cardenales bajo llave en el siglo XIII. Y como la idea funcionó, así se ha mantenido hasta la actualidad.
Siempre queda el cine para intentar reflejar lo que se cuece en la Capilla Sixtina. Y nunca pueden dejar de hacer una representación, seguramente muy lejana al ritual. ¿Decide el Espíritu Santo o los intereses humanos? Que sean las inclinaciones humanas, lo hace mucho más interesante.
Sorrentino en la serie The young Pope llevó la estética de la Iglesia Católica a su máxima expresión; podríamos decir que fue fiel en espíritu, traicionándolo: es decir, estamos ante una buena traducción.
La estética o la tradición, como dirían otros, sigue siendo un buen reclamo. Y el personaje de la serie de Sorrentino es muy consciente de su valor.
Conclave es el último ejemplo.
Que nadie espere otra cosa que una buena película de intriga con una parte final que roza el delirio; eso sí, bastante divertida. Hasta esa parte me recordaba más a Tempestad sobre Washington y sus juegos conspirativos;
la única diferencia es que en vez de los pasillos del Congreso norteamericano tenemos los del Vaticano, más oscuros y misteriosos.
La tradición tiene un gran peso y le da más empaque.
¿La realidad? No me interesa. No me interesa si es un Papa conservador o liberal, si dará más peso a las mujeres en la cuota de poder o no, si sabrá moverse por Instagram o preferirá las viejas encíclicas, si será africano, asiático u occidental, si suavizará su posición sobre el divorcio, la homosexualidad o similares. Me da igual. Es la obra que representarán todos los personajes de la trama lo que me interesa.
Sea quien sea el próximo Papa, la realidad será decepcionante.
En L'amour fou, la obra maestra de Rivette, donde asistimos a momentos experimentales, mágicos, desesperados, intensos, absurdos, violentos,
la historia de una pareja en descomposición, mientras unos actores desorientados ensayan una obra, la Andrómaca de Racine, que nunca representarán, atrapados en círculo, serviría como evidencia irrebatible de este sencillo argumento. El arte nos libera de la mezquina realidad, la sublima.
Y la realidad siempre es decepcionante, pero es lo que tenemos.
Caminando por el Raval con una cámara a cuestas y el trípode me encontré con el rodaje de una serie para TV3. Vi la oportunidad para colocarme y me dispuse a grabar un plano de unas pancartas, pensando que formaban parte del espacio. Una encargada de producción me prohibió grabarlas: eran una puesta en escena y a la productora no le interesa su difusión antes de la promoción de la serie.
Es irónico que los únicos que me hayan prohibido grabar en la calle sea alguien que quiere proteger sus intereses y que prepara una representación donde se condena precisamente eso: la privatización del espacio público con fondos buitres, desahucios, turistificación, gentifricación...
Barcelona hace mucho, como tantas otras ciudades y centros históricos, no es más que una gran puesta en escena al servicio de unos intereses crematísticos muy concretos. En Barcelona la situación ha sobrepasado los límites o es posible que mis visitas a lo largo de la última década me hayan hecho más permeable a esos cambios. Las empresas turísticas o tecnológicas se han apoderado de un espacio que antes pertenecía a los vecinos.
En el Raval el deterioro del barrio, que siempre es un preludio para convertirlo en un parque temático y expulsar a los inmigrantes o vecinos de bajo poder adquisitivo, se mezcla con una presencia cada vez mayor de hoteles, restaurantes o museos. Encuentras revueltos pakistaníes con sus peluquerías, fruterías, carnicerías, kebabs; pisos turísticos, más o menos ocultos; bares de estética moderna; terrazas que se han adueñado del espacio público.
Hay indigentes, apartados, que no molestan demasiado; unos policías hacen acto de presencia para decirles que no pueden ocupar determinados lugares. Un grupo de indigentes ha encontrado uno de estos sitios bajo el andamio de una fachada. Las veces que paso por allí me encuentro con una mujer prematuramente envejecida, aunque todavía busque cuidarse, maquillarse. Se pinta los labios; la veo junto a otra mujer; sola, rodeada de cinco o seis hombres.
La lengua separa; una mujer china y otra vecina chocan; no se piden disculpas. La inmigrante le espeta a la otra: "¡Tu abuela!". La otra, agresiva, responde: "La tuya". A unos metros, más calmada, se dirige a su compañera: "A saber lo que significa".
Una pareja árabe discute a voz en grito; ella se quita las sandalias y amenaza con tirársela; creo recordar que era un gesto de desprecio en su cultura. Sentados a la terraza una discusión de pareja; ella, latinoamericana, ronda la cincuentena, está cansada y le pide a él, un vecino de toda la vida, veinte años mayor, que la trate mejor. A su alrededor, parados o currantes que intentan ignorar su agotamiento, su pobreza espiritual, bebiendo. Otros, como vi aquí en mi barrio hace una semanas, se emborrachan, bailan, ríen, pierden el sentido, la compostura. Necesitan olvidar.
En la barra de un bar, una vieja bodega restaurada por unos argentinos afincados hace más de una década en el Raval, en este local para gente del barrio, rodeada, como si fuera un campamento romano en la Germania, por bares de pinchos a precios turísticos, un cuarentón de la vieja escuela, un gay que ha vivido lo suyo y más, conversa con una pareja de amigos, rockeros de esos que nunca mueren.
"-Iba desnudo por la playa. Fue el último. Después aprovecharon para cambiar la normativa".
"-Lo hacían en los matorrales, ahí arriba, ya sabes... -Hace mucho que no voy... Sé de un amigo que tenía su coche aparcado y, claro, se los encontraba todas las noches... Aquí tenemos muchas historias que contar..."
Uno no hace más que esquivar muchas obras en la calle; obras y obras para hacer de Barcelona una ciudad limpia en la que los inversores multinacionales se dejen mucho dinero.
Aprovechando esta visita me he puesto a leer dos ensayos: Metamorfosis urbana en el capitalismo-crisis de Francisco Quintana y La derrota de Occidente de Emmanuel Todd.
El primero es un análisis económico del modelo urbano que el neoliberalismo ha implantado. El segundo, más anárquico, al menos, te muestra una realidad geoestratégica bastante diferente a la que los medios de comunicación nos ofrecen. Nos revelan ambos que no es Trump ni la ultraderecha el verdadero peligro, sino un modelo sistémico en el que todos colaboran y que nos conduce al desastre; democracias e información controlada por los grandes fondos de inversiones y los oligopolios que, a su vez, es propietaria de miles de viviendas. Privatizaciones, más o menos consentidas, incluso, en la construcción de vivienda social, un señuelo para ocultar su escasa presencia y los beneficios que, bajo el paraguas de lo público, estas empresas privadas adquieren. Deudas e hipotecas para la gran mayoría. Precios desorbitados de los alquileres. Si el fascismo llega al poder, es porque facilita el dominio del capital. Tenga el nombre que tenga, o la apariencia que nos presenten en las elecciones, los que mueven los hilos son otros: el mercado manda.
¿Cuál podría ser la respuesta? No lo sé. Por lo menos, desconfiar de todo, como haría Descartes. Y a partir del cogito, ergo sum, que cada paso que des en comprender la realidad que te rodea evites los prejuicios firmemente instalados desde el poder o por la costumbre. También en tu vida diaria. ¿En tu trabajo -en mi caso, en las aulas-, en el día a día, no encontramos las mismas pautas? Otros deciden por nosotros; aceptamos los modelos legales o más sutiles y pensamos que podemos suavizarlos en decisiones cotidianas cuya capacidad de influencia es cada vez más limitada.
La mañana que estuve en dos barrios obreros -uno de ellos, St Andreu- me sentí mejor. Lo que veía era más reconocible; se asemejaba a Vallecas o Moratalaz. Los mismos edificios construidos en los setenta, una dinámica parecida, una lengua que reconocía... Pude reconciliarme ese día con una Barcelona que he empezado a detestar. Todavía en esos barrios puedes encontrar un antiguo cine okupado, en el que se proyectan películas: Cineteka, mientras tres mujeres latinoamericanas, que rondaban los cincuenta años, esperaban, al lado del edificio, una cita con la oficina de empleo, a unos metros. Mientras el banco y el fondo buitre no se interesen por él...
Quizá en esta Cineteka alternativa se animen algún día a proyectar Ellos viven de Carpenter, una película anticapitalista, divertida, anarquista, política, heterodoxa. Los banqueros, los policías y una parte muy importante de la población, una clase media privilegiada, son seres extraterrestres que se ocultan bajo nuestra apariencia, y cuyo objetivo es destruir el planeta, explotarlo, mientras los más pobres viven en las peores condiciones. Detrás de la publicidad y los medios de comunicación están mensajes del tipo: obedece, consume, no pienses... Solo necesitas unas gafas negras para verlo. Matrix y sus pastillas se quedaban en la superficie. No iba mal encaminado este Carpenter. Es mejor que cualquier panfleto o discurso. Y nos dice, entreteniendonos, qué mundo tenemos en realidad.
Edurne Portela y José Ovejero han publicado un libro, escrito a duo, Una belleza terrible, que gira alrededor de la figura de Raymond Molinier, trotskista convencido, y algunas de sus mujeres. Formaron parte de una generación que creía en la revolución; primero, en Europa; después, en Latinoamérica. Perdieron. Eso sí, al menos, lucharon. En cambio, parece como si nosotros ya nos hubiéramos rendido...
Los dos ensayos plantean una crisis en Occidente. Cuando visitas las grandes ciudades y observas colas para subirse a un autobús turístico, para entrar en los museos; terrazas llenas, centros comerciales abarrotados. Dudas si realmente el capitalismo tiene los pies de barro como predicen estos expertos. Y, aunque llegara una gran recesión, o perdiéramos la guerra comercial con China o militar contra Rusia, y bajo la alfombra y la apariencia, haya, en realidad, hipotecas, deudas que hagan explotar las burbujas y las diferentes representaciones, ¿no es lícito pensar en la confianza del modelo depredador, que es insaciable, y que concebirá nuevos recursos, como siempre ha hecho, para salvarse?
¿El clima, los recursos limitados del planeta? No importa; se necesitan décadas para que nos afecte. Para entonces habrá otros planetas a nuestra disposición y para nuestra explotación sistemática. Si hemos sobrevivido.
Un indigente toca un piano, bien afinado, en Plaza de Cataluña. Las colas para subirse al autobús turístico dan la vuelta. Los policías municipales toman su café mañanero en una franquicia. No toca mal el piano este hombre...
Continúa el rodaje de la serie. Parece una discusión a la puerta del bar. Han puesto los de producción un poco de basura desperdigada en la calle para que así sea más creíble. Mossos de escuadra cuidando que nada ocurra fuera del guion. Turistas que hacen las fotos de rigor. Currantes pakistaníes ocupados en sus tareas diarias, trasladan mercancía u objetos de segunda mano de un comercio a otro; pasa a toda velocidad un joven con la bicicleta y una mochila repleta de comida rápida. La ayudante de producción pronuncia las palabras mágicas.
La serie de moda. Al final uno no tiene más remedio que verla. ¿Es tan interesante como la pintan?
Con las series tengo un problema. Muchos hablan de ellas, pero cuando las veo, nunca llegan al nivel que otros me prometen. Me ha pasado últimamente con varias: Querer, Los años nuevos, Malas Artes... Sin menoscabar su calidad -que la tienen- y su interés, mi sensación es que si no las hubiera visto tampoco mi vida hubiera cambiado mucho. Son interesantes, se dejan ver, se disfrutan, te ríes o te emocionas, tienen grandes momentos y otros que prefiero olvidar, pero tanto como la serie del año... Va a ser que no.
Adolescencia sí es la serie de la temporada para muchos. ¿Tiene la calidad que tantos alaban?
Técnicamente, por supuesto, no se pueden poner peros. Los planos secuencia requieren una planificación que siempre llama la atención. Sin embargo, uno ya está acostumbrado a esta nueva moda y mi atención va por otros derroteros.
La pregunta es si los guiones están bien construidos. Y sí, lo están, pero... las junturas se notan.
En el segundo capítulo que se desarrolla en el instituto, nadie puede negar su dificultad para rodar con cientos de extras, la mayoría adolescentes. Impresionante, sin duda, pero la historia que se cuenta se mueve entre lo convencional y lo inverosímil. La visita de dos policías a un centro educativo me chirría; tal vez porque yo trabajo en uno y veo las costuras. No es creíble el descontrol ni las reacciones del personal del centro, después de un hecho de estas características. Es como si los guionistas quisieran cargar las tintas y lo exageraran en exceso. Por ejemplo, los alumnos utilizan el móvil sin que se tomen medidas disciplinarias y sin que nadie les pare; en casi todas las clases solo ponen vídeos porque los profesores, interpreto, no saben dar clases tradicionales; los alumnos no hacen caso a los profesores ni a a nadie. Es decir, el caos absoluto o casi. Tal vez quien no trabaje en un centro educativo pueda creérselo. Por otro lado, la clave de este capítulo es simplemente el acercamiento del policía, un padre, a su hijo. Y dejando a un lado que hablen idiomas diferentes y no se entiendan -la idea de los mensajes crípticos de Instagram, incomprensibles para los adultos, no es mala, lo admito-, el resto no logra llamar mi atención y me parece que ya lo he visto muchas veces con anterioridad.
El primer capítulo impacta y está bien construido. Es la detención de un menor con todos los pasos que se siguen. Esa mecánica te atrapa y, como buen primer capítulo, se obtiene el resultado: mantenerte en vilo.
El cuarto se centra en la familia y, sobre todo, en el padre. No logra ponerme del todo en el lugar de la familia. Busca la emoción y pienso que sí la consigue en el final, cuando el padre llora en la habitación de su hijo. Pero uno a estas alturas ya sabe qué procedimientos se utilizan y las trampas las conozco demasiado bien. Ya lo he visto demasiadas veces.
El mejor, sin duda, es el tercero, aunque imagino que una psicóloga encontraría la situación inverosímil en la vida real. Pero funciona muy bien por una razón: solo son dos personajes enfrentados con objetivos opuestos en un espacio limitado. Si el guion es bueno y los actores también, siempre dará un buen resultado. El capítulo final de Los años nuevos de Sorogoyen tenía las mismas pautas.
En cuanto al tema, bueno, me parece que busca el límite para plantear controversia. ¿Todos los adolescentes son así? No, claro. ¿Tienen un lenguaje que los adultos no entendemos? Sí, sin duda, pero todas las generaciones han vivido eso. ¿Son educados por las redes? ¿Un chico de 13 años es consciente de la diferencia entre el bien y el mal? ¿Los padres y el sistema educativo, qué pueden hacer cuando están sobrepasados?
¿No busca la serie, bajo este prisma, asustarnos para que la reacción, aparte de hablar de ella y vender el producto, sea conservadora y reaccionaria? Hay que tomar medidas, parece decirnos. ¿Cuáles? El modelo tradicional -el familiar, el educativo, el social- ha estallado. ¡Qué novedad! ¿Qué se puede hacer? Pues sí, algo habrá que hacer, pero sin medios económicos -y de eso no se habla en toda la serie- estamos jodidos. Y mientras, los votantes encumbrarán a políticos que se gastarán más dinero en ejércitos y parafernalias varias... mientras dejan la Educación y la Sanidad Pública por los suelos.
Como muchas series exageran la realidad para conseguir el interés de una amplia audiencia. Y tiran balones fuera, mostrando las capas superficiales, y no hablan de lo esencial. Quizá a los que mueven los hilos, eso es lo que les interesa.
Uno a estas alturas busca cosas más sencillas y reflexivas, más valientes, con menos pirotecnia.
Podría hablar de la última película de Alain Guiraudie, Misericordia.
Podría decir muchas cosas de esa película. Podría hablar de su estilo -también lo vemos en Un héroe anónimo o en El desconocido del lago-, de cómo la naturaleza sirve de marco y espacio, reflejo, espejo de la incapacidad de los personajes para comunicarse, de su frustración existencial; que el humor surrealista, absurdo, delirante oculta, como sucede muchas veces, el sin sentido del ser humano. Es un autor a tener en cuenta, extraño, inquietante, anarquista, divertido:
una línea sin párrafo.
Uno, si ve Viridiana antes -como hice yo-, podría pensar que ha bebido de gente como Luis Buñuel que, partiendo de géneros consolidados, decide convertirlos en otra cosa. Las películas de Buñuel no son realistas al estilo galdosiano o surrealistas como Apollinare; recoge y elige lo que le interesa para ir mucho más allá. Atrapados en una primera mirada, como también sucede con Hitchcock, por sus obsesiones o las perversiones de sus personajes -sean fetichismo, pedofilia, necrofilia, masoquismo, más o menos reprimidos- y todo tipo de sacrilegio humano y divino, pocos observan que sus guiones son perfectos mecanismos; los elementos encajan y se relacionan, sin que nada escape a su mirada. Siempre nos sorprende con un giro inesperado y en los detalles más insignificantes.
Guiraudie convierte también esos géneros tradicionales -en su caso, el policíaco o el thriller- en farsas, sainetes, mascaradas; sí, eso sería, las máscaras caen y los personajes se revelan tal como son. Buñuel hacía lo mismo, aunque su simbolismo fuera más acentuado. En fin, Guiraudie estaría orgulloso de que le haya comparado con una de los más grandes.
No se podrá quejar.
Pero yo no quería hablar de Guiraudie, sino de Blanco.
Y de Han Kang.
Blanco es minimalista, como la fotografía que he elegido para abrir esta entrada. ¿Cuál es el tema de Blanco? Es el color y todos los objetos, ideas e imágenes que ese color despierta en la autora. Viaja a Polonia para escribir y el blanco se impone en cuanto llega el invierno. Y ese blanco le remite a un recuerdo, al nacimiento de una niña, la hermana que pudo ser y no fue, a su muerte unas horas más tarde. Son pocas palabras. Como si las palabras no quisieran expresar lo importante: la vida, el dolor, la nostalgia, la muerte.
Como si quisieran quedarse en silencio,
calladas,
expectantes.
Cuando cierras el libro de Han Kang, dejas que una sensación, amable, profunda, recorra tu cuerpo, permites que el mundo te hable de la única manera en que sabe hacerlo.
Komorebi: palabra japonesa para identificar el juego de luces y sombras de las hojas al moverse.
Dos finales. Uno muestra el vacío; el otro, llena la pantalla.
La zona de interés de Jonathan Glazer. Un pasillo. Una mirada.
¿Hacia dónde mira Höss, el hombre que ha organizado la muerte de millones de personas? ¿Al futuro, a un museo que recuerda el horror que un pueblo es capaz de aceptar y llevar a cabo, donde varias mujeres limpian los cristales que guardan los objetos de aquellos que fueron incinerados, que abrillantan los suelos antes de que miles de turistas los visiten?
¿Acaso no contempla el vacío de la indiferencia, de nuestra indiferencia? El silencio y los pasos que se alejan. La muerte.
Días perfectos de Win Wenders. Un hombre bueno llora y sonríe. Un mundo nuevo.
Feeling Good de Nina Simone.
¿Por qué llora y sonríe?
"... son los que aman porque viven.... los que aceptan el dolor con todas sus fuerzas y lo dominan como pueden; los que crean, porque conocen el secreto de la verdadera alegría...
¡Existo! Mi poesía es como el grito del recién nacido. Es una respuesta al grito del universo".
Hoy, al despedirme de un compañero, O., ambos nos confesamos que hacía mucho tiempo que no veíamos una película interesante en la cartelera.
Unas horas después tengo que corregir mi comentario. Morlaix de Jaime Rosales es una película muy interesante.
Antes de la proyección el mismo Rosales ha comentado que lo mejor en el arte no sale de las reglas y el orden, del aparato industrial, sino cuando estás al filo de la navaja, cuando arriesgas y no sabes a dónde te puede conducir.
Los aspectos formales con cierto grado de experimentación -mezcla blanco y negro y color; a veces muestra un primer plano de la protagonista a una velocidad de fotogramas mayor; elige planos que la dejan sola, aislada; combina fotografías con imágenes en movimiento en la misma secuencia- crean el tono necesario y preparan el camino.
Lo que en principio en esta película puede parecer la descripción de un primer amor en una ciudad de provincias acaba abriendo sendas diferentes e inesperadas. ¿Es una reflexión sobre el paso del tiempo? ¿O una mirada experimental y metalingüística sobre el arte y la memoria? ¿Los espacios se transforman porque nuestra mirada ha cambiado? ¿Nuestros recuerdos también?
La película empieza con una muerte -la madre de la protagonista- y acaba con otra -¿real? ¿imaginada?- en la pantalla de un cine. Sí, esta película habla de la muerte, sin duda, y también, de su opuesto, el amor. Un amor adolescente que no admite su fragilidad y lo desea eterno y del amor de pareja que asume el día a día como la única manera de proporcionarle una entidad real.
Los protagonistas -adolescentes- ven una película en el cine que habla de ellos mismos, creando un mundo paralelo, como si en la pantalla tomaran decisiones que en la vida real reprimen: allí se lanzan al vacío. Literalmente. Tras verla, los personajes "reales" -personajes, no lo olvidemos- entablan un debate sobre los temas de esa película. Y eso influirá en los gestos y resoluciones posteriores.
Elipsis brutal. Sucesión de fotografías; y, a continuación, una mujer adulta, prepara la comida para sus dos hijos. Es nuestra protagonista. Han pasado veinte años. Su vida cotidiana de repente vira 360 grados. Ha recibido una noticia: otra muerte.
Regresará a Morlaix. Ya no es la misma. Los muertos nos recuerdan quiénes somos. Lo que vimos y sentimos ha cambiado, porque nosotros hemos cambiado. Solo el arte nos permite lanzarnos al vacío.
Laxe, Rosales, Jonas Trueba, Rebollo, Serra, Vermut... Si el cine aún puede tener futuro, es porque en vez de aceptar lo de siempre, hay quien intenta buscar otros caminos, experimentar. No lo olvidemos.
"El lenguaje es inútil cuando se trata de decir la verdad, de comunicar cosas, sólo permite al que escribe la aproximación, siempre, únicamente, una aproximación desesperada y, por ello, dudosa al objeto, el lenguaje sólo reproduce una autenticidad falsificada, una deformación espantosa, por mucho que el que escribe se esfuerce, las palabras lo aplastan todo contra el suelo y lo dislocan todo y convierten la verdad total en mentira sobre el papel..."
El frío, Thomas Bernhard.
La obra en prosa de Bernhard -el teatro de este autor es un gran desconocido fuera de Austria- te arrastra, aunque no lo desees. Su personalidad es tan arrolladora que no tienes más remedio que dejarte llevar por su estilo y energía. Repeticiones, largas peroratas y soliloquios, un discurso continuo que no se detiene, un ritmo que desborda, arrambla, te aplasta y te vacía.
No nos engañemos. Sobrevivió a un mundo terrible y cruel -sin padre, con una relación contradictoria y tirante con su madre; tuvo como maestro a su abuelo, un hombre frustrado e idealizado por el nieto en Un niño; vivió una segunda guerra mundial, una educación estricta, agresiva, un sistema sanitario incompetente y frío, fue testigo de un mundo injusto, que es también el nuestro, y lo vivió en sus propias carnes- y esa brutalidad aparece en cada una de las palabras que escribió. También le permitió tener una actitud discordante, agresiva contra todos, solitaria, irónica, crítica y escéptica. Una voz que no se amoldaba al discurso oficial, que nadie pudo asimilar, porque nunca lo permitió. Se echan de menos esas voces en el desierto; tal vez porque el riesgo es enorme para cualquiera que acepte esa misión. Y él ya lo había perdido todo.
Su pentalogía autobiográfica recoge todas sus obsesiones y, al mismo tiempo, busca, sinceramente, una verdad, la suya; sin duda, tan falsificada o manipulada como todas nuestras verdades individuales o colectivas.
"Queremos decir la verdad, pero no decimos la verdad. Describimos algo verídicamente, pero lo descrito es algo distinto de la verdad... nos hemos contentado con querer escribir y describir la verdad, lo mismo que decimos la verdad, aunque sepamos que la verdad no puede decirse jamás...
La educación, decía Bernhard es una maquinaría que aniquila a los hombres, los aplasta... Así lo repite una y otra vez; sobre todo, en El origen. Se refiere a la educación que recibió su generación, la de mis padres o abuelos. Sin embargo, ¿no es esa la función de todo sistema educativo: someter a los futuros ciudadanos o, más bien, clientes, a un determinado modelo de pensamiento, sea capitalista, nacionalsocialista, nacionalista, patriótico, católico, neopedagógico? Se diría que los profesores ahora somos más cercanos y comprensivos, que se ha pasado al otro extremo e, incluso, tenemos escasa capacidad para imponer límites, tan necesarios para poder convivir en cualquier tipo de relación social; sin embargo, no dejamos de ser instrumentos de una forma de sometimiento, porque preparamos para la esclavitud del trabajo o para una sociedad, como la actual, democraticamente endeble e inconsistente, y esa es nuestra función principal, aunque también nos convenzamos a nosotros mismos cada día diciéndonos que les proporcionamos, además, cultura y otra visión más amplia y crítica del mundo. Seguimos estando en cárceles con rejas, aunque estas parezcan más amables y empáticas, más dulcificadas.
La experiencia de Bernhard con la sanidad pública fue terrible, reflejada con crudeza en El aliento o El frío. Estuvo al borde de la muerte muchas veces. Y le dejó terribles secuelas que explica su temprana muerte a los 57 años. Es natural que desconfíe de un sistema que tritura a los seres humanos, que distingue entre ricos y pobres, que convierte a los pacientes en cifras, datos, en experimentos. Es natural que desprecie a los médicos y a las enfermeras que acaban asumiendo una máscara que les proteja del dolor, ignorantes, soberbios. Incluso, aunque yo haya encontrado médicos o enfermeros cercanos en la sanidad pública, no puedo negar que en bastantes ocasiones haya adivinado tras sus palabras otras que leía entre líneas: "No sé qué tienes... Las farmacéuticas son las que mandan... Yo sé más que tú, aunque no tenga ni idea de lo que te pasa... ".
... Los sábados son los verdaderos homicidas del mundo, y los domingos hacen evidente ese hecho de la forma más insoportable, y los lunes aplazan otra vez la insatisfacción y la infelicidad toda la semana hasta el sábado siguiente, hasta el siguiente empeoramiento de la enfermedad...
Los seres humanos para Bernhard son despreciables. Wittgenstein, su referente en el plano filosófico, tenía una visión similar. Y esa mirada te conduce sin remedio a la locura. El sobrino de Wittgenstein.
En parte, es así. Lo somos. Somos egoístas, supervivientes, buscamos nuestro interés y el de los nuestros. Si tenemos que elegir, no hay dudas. Y acabamos como seres aniquilados, aplastados, agotados. Representamos papeles porque la sociedad nos devoraría, si no lo hiciéramos. Nuestros cuerpos se pudren y son nauseabundos, cuando se enfrentan a la enfermedad o a la muerte.
Su posición era radical, sin duda, y parece borrar de un plumazo otras cualidades. Solo lo parece. Es esa mezcla la que hace del ser humano una contradicción perpetua. Montaigne, otra de sus influencias, lo sabía. Y Bernard también era muy consciente.
Y queda la escritura, la revelación...
... A veces levantamos la cabeza y creemos que tenemos que decir la verdad o la aparente verdad, y la volvemos a bajar. Eso es todo"
Suena el timbre del teléfono. No lo descuelga. Otra vez. Otra vez. Ha callado.
Entonces descolgó. Palabras susurradas. La tía ha muerto. Al fin. Pasó años encadenada a una cama de madera. Su perro no quiso marcharse; esperó meses a que volviera y murió de tristeza.
Un gato, Yume, se ha transformado en un círculo perfecto. Sueña. Hace frío fuera. Chispea. Llovizna. Marzo también es un mes cruel; no tanto como Abril. La memoria y el deseo aún le esperan.
Un foco de luz. Recuerdo. Futuro. Es y será. A la misma hora, en el mismo lugar, en el sillón cubierto por la manta roja un gato recibe los rayos del sol. Es matemático, previsible, necesario. No admite sorpresas. El gato se despierta; extiende todo su cuerpo; ocupa el espacio, los límites de la luz. Cierra y abre los ojos; bizquea. La sombra le repele. El instante, sordo, ensanchado. No hay sonido sin silencio. El sonido incrementa el silencio.
Pasea por el cementerio. Los nombres, las fechas, las palabras repetidas, ordenadas, adornadas con cascadas de colores. Memorias calcinadas, impasibles, olvidadas. Flores secas, agua estancada. Las hormigas en fila devoran la carne putrefacta. Quiere declararles la guerra. Es inútil. Son demasiadas. Olor a podrido. El cuerpo que se pudre hoy. Ya no era ella.
El cielo cubierto de nubes grises que entran por el papel mojado, destiñen la tinta. Me gusta la forma en que caminas, le dicen. Un rojo desvaído, un ladrillo despojado de mármol. El paso del tiempo. Las ruinas reflejan la luz, atraviesan la Historia. Agua que fluye. No se aparta a otra habitación más agradable. Marionetas sin hilos; acaban de cortarlos. Nerviosa, columpia la pierna, cuando habla; soberbia, solo habla con sus iguales; no mira a quien desprecia.
Le estremece el frío. Democracia, dinero; cuenta los dedos de su mano. El dolor de la articulaciones, sus músculos se atrofian. Μου αρέσει η θάλασσα. Duerme en una isla griega. Respira la brisa. Sonido rítmico: sí y no; sí y no; sí y no...
El blanco y el azul se mezclan con el salitre. Tiene la sangre salada. La línea del horizonte se desdibuja en la memoria. Adivina el olor de las profundidades del mar y el de la playa desierta.
"... Efectivamente la CAUSA más verdadera (aunque la menos aclarada por lo que se ha contado) es, según creo, que los atenienses, al acrecentar su poderío y provocar miedo a los Lacedemonios, les obligaron a entrar en guerra. En cambio, los PRETEXTOS que se hicieron públicamente fueron los siguientes... "
Historia de la Guerra del Peloponeso, I, 23 Tucídides.
PRETEXTO: Trump humilla a Zelenski en la Casa Oval. Europa apoya a Zelisnky: No estás solo. Queremos una paz justa.
CAUSA VERDADERA: La guerra de Ucrania no es una prioridad para la administración republicana. Los intereses armamentísticos dependían de la administración demócrata. El objetivo de Trump es otro: la guerra comercial con China. Zelensky sobra y será eliminado o apartado muy pronto. Europa queda en una situación difícil; si incrementa el gasto militar, se hipotecará aún más a los intereses de las dos grandes potencias: China y Estados Unidos. El error de haber roto todos los puentes comerciales con Rusia, le deja con muy pocas salidas.
PRETEXTO: Los BRICS como coalición de las potencias medianas.
CAUSA VERDADERA: Los BRICS, amparados por China, se han convertido en un elemento clave en la geoestrategia mundial. Países como la India o Brasil, que se situaron como una tercera vía en la guerra de Ucrania, serán decisivos para las futuras guerras comerciales que se avecinan. China y Rusia controlan recursos claves en países latinoamericanos y africanos. Estados Unidos busca recuperar esos recursos y eso explica las presiones a Panama, la guerra del Congo o el apoyo a Israel sin condiciones. Por otro lado, Trump espera llegar a un acuerdo con Putin y Rusia para romper la alianza que esta mantiene con China. Europa, completamente perdida, debe elegir a un socio: Estados Unidos o China. Y su posición será de dependencia absoluta. Quienes deciden ahora son otros.
PRETEXTO: Israel y Hamas incumplen el acuerdo de paz.
CAUSA VERDADERA: La eliminación de Palestina es un objetivo clave para Israel y Estados Unidos. Si África y parte de Latinoamérica han quedado bajo la influencia de China y otros como Chile, Argentina o Colombia aún están bajo el paraguas de Estados Unidos y totalmente hipotecados al FMI, el control total de Oriente Medio -eliminado el aliado ruso de Siria- le permitiría situar a Irán en el punto de mira, lo que influiría de manera indirecta en la India y Pakistan, que son potencias que se mueven entre los dos gigantes económicos. Tampoco olvidemos el papel de Turquía con lazos fuertes tanto con Estados Unidos como con Rusia.
PRETEXTO: Se ha de incrementar el gasto militar para defendernos de posibles ataques.
CAUSA VERDADERA: Los intereses de ciertas empresas y multinacionales alimentan el gasto militar; además, el objetivo a largo plazo será el control de los recursos y su explotación sistemática, vengan estos de Ucrania, África o Latinoamérica. Para que ese control, amparado por ejércitos bien alimentados, sea eficiente se buscarán gobiernos títeres o se alentarán golpes de estado en aquellos países cuyos gobiernos no colaboren, como siempre se ha hecho (ejemplos actuales: en Perú Boluarte se mantiene en el poder sin dificultades; en Venezuela no ha funcionado aún porque el gobierno bolivariano tiene un fuerte apoyo popular y del ejército; en el Congo, Ruanda actúa como catalizador interno de los conflictos; no hay que olvidar que el Maidán fue un golpe de estado amparado por Estados Unidos, origen real de la guerra de Ucrania).
PRETEXTO: Se debe controlar el flujo de inmigrantes para evitar males mayores: terrorismo, delincuencia, conflictividad.
CAUSA VERDADERA: Si continúa la explotación de los recursos y el deterioro medioambiental en los países africanos y latinoamericanos y asiáticos, la inmigración a los países más ricos aumentará. Eso obligará a incrementar el gasto policial y militar y a crear "campos de concentración" donde mantener de manera provisional o permanente este flujo continuo -en Albania Italia con el permiso de Europa ha empezado a ensayar este sistema-. Es difícil saber si se respetarán derechos fundamentales en estos espacios que seguramente estarán fuera de la legalidad internacional. El terrorismo -financiado directa o indirectamente por las grandes potencias- servirá como excusa para incrementar esos gastos y aumentar la represión y el control de los medios de información que ya desde hace mucho son instrumentos propagandísticos.
PRETEXTO: Todos debemos proteger el medio ambiente y tomar medidas para no acelerar el cambio climático.
CAUSA VERDADERA: El capitalismo es tal vez el mayor enemigo del medio ambiente. Para salvar la Tierra a medio y largo plazo sería necesario controlar su capacidad devoradora. Sin embargo, no parece que la naturaleza humana, el egoísmo individual y colectivo, sea capaz de detenerlo y amansarlo. Y la Tierra, a su manera, con inundaciones, sequías, enfermedades se está defendiendo de su mayor enemigo: el ser humano.
PRETEXTO: Abogamos por la democracia, los derechos humanos, la justicia... etcétera...
CAUSA VERDADERA: La economía, idiota, la economía...
Lo que recordaría de esa mañana, pasados los días, sería esa imagen terrible, incómoda. No podía quitársela de la cabeza.
En las dos últimas horas del último día lectivo antes de los Carnavales las clases se suspenden; todos, alumnos y profesores, se disfracen o no, salen al patio y contemplan el desfile. La mayoría observan o vigilan. De entre los que se disfrazan, unos, en grupo, caminan, imitando a las modelos de una pasarela, con más o menos gracia, discretos, tímidos o exagerando las poses; algunos se atreven a breves representaciones.
Estas celebraciones le resultaban ajenas y absurdas. Entendía que los adolescentes se comportaran como niños para librarse de estar encerrados entre cuatro paredes; sus hormonas se lo gritan a todas horas. Que los adultos hicieran lo mismo, no tanto. El sentido que tenían los Carnavales de ruptura de lo convencional, de rebeldía frente a lo establecido, hace décadas en plena Dictadura, había dado paso a un infantilismo bobalicón.
Como su opinión no tenía ninguna importancia, callaba. Al fin y al cabo, no quería ser acusado de cínico o avinagrado.
Salió S. Al principio pensó que era una representación algo forzada: una de las asistentes sostenía a una alumna que vestía de vaquera. Cuando se giraron, la reconoció. En esta ocasión S. no iba en silla de ruedas. Esa era la novedad.
Hacía mucho que S. no debía estar aquí. Llevaba dos años en Bachillerato, perdiendo el tiempo, porque no sabían qué hacer con ella. No podía hacer una FP y aquí, aunque suspendiera, al menos, se la protegía, o eso pensaba su madre. A estas alturas S. ya no se sentía frustrada y se conformaba con pasar el rato.
Cada vez que se cruzaba en los pasillos con ella no la saludaba; porque siempre pensaba que ese saludo tendría mucho de falso e impostado. Hubiera querido decirle: "¿Qué haces aquí? ¿Por qué no te vas lejos? ¡Márchate ya! Si no, nunca madurarás y solo perderás el precioso tiempo que te queda sin poder hacer cosas diferentes". Nadie se lo decía; tampoco él lo hacía.
Sí, era S., sin duda. La asistente la movía como si fuera una marioneta o un títere. Los brazos y las piernas se levantaban al compás de la música, cuando la asistente movía los hilos. Muchos aplaudían -"hay que apoyarla; en pro de la integración"-; él no aplaudió. Notó un nudo en el estómago que le apretaba muy fuerte. Se ahogaba. Se preguntó cómo se hubiera sentido si él hubiera estado en el lugar de S. Humillado. Era un farsa preñada de buenas intenciones.
Los desfiles continuaron y no comentó a nadie lo que había sentido, pero no pudo olvidar durante muchos días esa amargura. Le corroía por dentro, le hacía daño, le quemaba.
Una noche soñó que dormía en su habitación; y que despertaba. Vislumbraba un resquicio de luz entre las persianas. Escuchó la voz de su madre muerta. Una sola palabra.
"... Hoy toda la literatura ha de ser figurativa. Cualquier otra propuesta se considera insultante para la masa media informada. Lo insultante es gastarte el dinero para leer lo que ya sabes. Lo insultante es el retrato de la portera o un infancia entre las balas que no parezcan auténticos porque el lenguaje adopte la forma rutinaria de la repetición: la repetición nos tranquiliza. Lo insultante es despojar la palabra escrita de su potencial para generar curiosidad e inquietud. Un estremecimiento. Ganas de escalar o de tirarse por la rendija del mundo hasta el mismísimo magma terráqueo. Soy una pintora. Como mucho una poeta. A menudo estoy sola. A veces demasiado acompañada. No me conformo..."
Los íntimos, Marta Sanz.
Mis alumnos de 4º ESO han recreado en un taller grafitis de pompeyanos sepultados por la lava hace dos mil años.
Todos, de regreso, en el vagón del metro, miran el móvil. ¿Todos? No. Él, no. Le pregunto por qué no está en las redes, perdido entre píxeles.
-Quiero observar a mi alrededor, estar alerta... Siempre me pongo cerca de la puerta; puede pasar cualquier cosa...
Tal vez el peligro real no llegue de fuera, sino del interior: los móviles les estallarán en las manos y nos harán pedazos...
Jonás Trueba. Las cartas que se escriben, las que se leen años después y abren extraños resquicios; las melodías que hablan de amor y desamor; el ritmo pausado de esta emoción y esa mirada; bailes que nos despiertan, risas que nos matan, silencios y rupturas, recuerdos y olvidos. Jonás Trueba es el último romántico.
Marta Sanz, en cambio, se siente una actriz secundaria; se despide del público en Los íntimos, mirándose al espejo y observando, cerca y lejos, al mundillo literario. ¡Ay, las pompas de jabón! Le gustaría ser una espía como Edurne Portela y José Ovejero; pero Ellroy ya la olvidó a los cinco minutos de dejarla en el hotel.
Los escritores en Vida y ficción se preguntan por qué escriben: amor, muerte, cuerpo, vejez, poesía, infancia, miedo... Escribimos porque es inevitable, escribimos porque estamos condenados...
Bailes desincronizados. Abrazos arrítmicos. Puños alzados al vacío, al borde del precipicio. Gestos simbólicos, débiles, inconsistentes.
La educación pública. ¡Salvémosla! Hagamos ruido, levantemos la voz entre la indiferencia de la mayoría silenciosa.
Sientes el estomago revuelto. No consigues expulsar todo este gas que te oprime el vientre. Incómodo. El olor. Ocultarlo.
Otra alumna de Bachillerato escoge terminologías, las acaricia, las hace suyas:
-No es crisis climática, sino cambio climático. Estamos cambiando...
Aparece mi desconfianza misántropica:
-Deberíamos desaparecer como especie. La Tierra nos lo agradecería...
Acaban de escribir signos del lineal B en tablillas de barro. Una civilización perdida ha regresado y se ha paseado entre los dedos de adolescentes confusos. Un milagro, sin duda. Los milagros también existen. Dicen que el amor también...
¡No pasarán!
Me gustaría estar lejos de las cárceles y marcharme a una isla griega. Echo de menos ese mar, esa luz, ese olor a salitre. Rumores de voces infantiles.
Son extraños o, tal vez, previsibles los derroteros por los que transita el cine actual, la literatura, la novela, la poesía, la pintura o cualquier arte. Si nos olvidamos de lo que no llega al gran público -con pocos medios o experimental-, nos movemos entre la banalidad y un compromiso que no vaya demasiado lejos ni moleste demasiado. Como escribe Marta Sanz en su autobiografía literaria Los íntimos: "un líquido edulcorado que te hace cosquillitas en el paladar".
En los Goya tendríamos La infiltrada, por un lado, y el 47, por el otro. En los Óscar, Emilia Pérez o La sustancia pertenecerían al primer ámbito en géneros tan clásicos como el musical o el gore. El compromiso amable lo encontramos en The brutalist, la obra épica que Hollywood busca para justificarse a sí misma cada año.
Si nos fijáramos en estos ejemplos podríamos concluir que solo la Historia o mirar hacia atrás con espíritu crítico nos salva un poco de la mediocridad, porque las reflexiones sobre el presente se convierten en una farsa sin sustancia, fuegos de artificio, placebos inconsistentes y ridículos. Y son décadas yendo en esta dirección.
Las modas forman parte de nuestra vida cotidiana. Siempre han influido en todo tipo de creación artística. Es más, sin ellas no existiría el arte. También sabemos que el tiempo es un juez implacable. Las modas pasan; las obras de calidad, los genios, los talentos que destacan en todos los periodos artísticos, los que se nutren de la tradición y lo actual para llegar más allá, si logran superar el paso del tiempo hasta nosotros, sobreviven y continúan emocionándonos.
Sí, a veces también hay espacio para películas con buenas historias o que, por lo menos, podamos admirar o disfrutar de personajes maduros, complejos, sin necesidad de sangre, vísceras o espectáculos pirotécnicos o digitales.
No dediqué a Anora ninguna entrada, porque la primera impresión que tuve al verla no me dejó con la sensación de que fuera una película redonda o magistral. Viendo el panorama de este año mis recuerdos, mi mirada la ha transformado. Y para mejor.
Tal vez porque nos encontramos ante un buen guion que busca simplemente contar una historia; aquí sí hallamos lo que deseamos los amantes del buen cine o, al menos, del clásico.
Los personajes -al menos, los dos principales en una primera parte del metraje- son banales y superficiales: desean dinero, un buen nivel de vida, disfrutar sin responsabilidades. Inmadurez en estado puro. Como el arte o el ocio del que disfrutamos todos los días. La realidad es otra. En la segunda parte aparecen otros personajes -sobre todo, uno de ellos, un joven ruso que tiene que cumplir una misión bastante desagradable- que dan la vuelta a la tortilla. Y la narración cambia de dirección. No necesitamos parodias sanguinolentas como en La sustancia o espectáculos superficiales al estilo Emilia Pérez.
A veces la sencillez es suficiente. El ruso se ha ganado nuestro respeto y el de la protagonista. En la escena final -no hay nadie que la haya visto que no la destaque- solo tenemos a dos actores en un espacio muy reducido; basta para dejarnos sorprendidos e impactados, para que nos quedemos con un nudo en el estómago. Transmite ese poso que solo encontramos en buenas películas. Y, aunque al principio, no nos llame la atención, no la olvidamos. Otras que obtienen un éxito tan perecedero como momentáneo, ni siquiera recordaremos en unos años por qué concitaron tanto interés. Los medios influyen, por supuesto, la publicidad, la propaganda y una intensa y profunda campaña de banalización.
Tenemos todavía la sencillez: la única forma de supervivencia y de compromiso real que nos queda.
Fermín Muguruza en Madrid. Impensable durante mucho tiempo. Él mismo ha recordado en el escenario las veces que ha tenido que venir en medio de prohibiciones o amenazas.
Extraño lugar para celebrarlo. ¿Es una metáfora o una paradoja? El Wizink de Goya. Mientras algunos empezaban a beber cervezas o proseguian con la tercera o la cuarta -el olor a porro se quedó en las inmediaciones, ya que había demasiados seguratas controlando-, en la parte superior, en una pantalla estratégicamente situada, los patrocinadores vendían sus productos con anuncios pulcros, profesionales, de calidad.
La Comunidad de Madrid aseguraba que los porros incitan a la violencia y que las drogas son muy perjudiciales para la salud; a continuación, Mahou nos mostraba a jóvenes que bebían como cosacos -no había contradicción porque nos querían enseñar la diferencia entre legal e ilegal y el valor didáctico era de agradecer. La Comunidad de Madrid siempre piensa en nosotros y desea que adquiramos conocimientos provechosos-; o una marca de coches nos invitaba a comprar el nuevo modelo de Tesla; Movistar nos ofrecía su repertorio de películas y series -no olvidemos que había muchos compradores potenciales y el sistema sin clientes no funciona-. Eso sí, no olviden que está prohibido fumar...
Ayer por la noche en esta gira, en la que Muguruza celebra cuarenta años en los escenarios, quince mil personas -jóvenes y maduritos, grupos de amigos y amigas, parejas, burgueses bien alimentados, aunque, por lo menos, concienciados-, disfrutamos de un concierto en el que repasaba gran parte de su trayectoria. ¡Y qué energía tiene este hombre!
Es un estilo que mezcla todo tipo de géneros musicales: rock, étnico, blues... Y alguno más. O todos, porque el talento de Muguruza es híbrido. Son canciones que consiguen hacerte bailar. Y eso siempre estará bien. Sabe rodearse, además, de muy buenos profesionales, cada uno en su faceta y con su instrumento: la trikitixa, la guitarra eléctrica, la trompeta, la percusión... Pero no crean que la especialización conduce al caos; ¡ni hablar! Son un grupo homogéneo y Muguruza es el pegamento que une a todos, vengan de donde vengan.
Aparte de los clásicos me gustó la versión que hizo de Itxoiten; esa melodía, que aboga por el alarde mixto como símbolo de la lucha feminista, respiraba esta noche de una manera especial, más intensa.
El Kolore Bizia empezó a calentar el ambiente a la hora y pico.
Por supuesto hubo reivindicaciones políticas: por Palestina, por el euskera, por el Congo, por el Kurdistan y la lucha sandinista, por la vivienda y contra los fondos buitre, contra todo tipo de apartheid, contra el fascismo madrileño y mundial. Gritos coreados de No pasarán y a favor de la educación y sanidad publicas. Un recuerdo a los asesinados por fascistas en Madrid: Aitor Zabaleta o Lucrecia Pérez, y a su hermano fallecido Iñigo Muguruza. Un bertsolari hizo un repaso por todas las causas perdidas, por todas las luchas que siguen vivas, por los nombres que han de ser recordados.
Las visitas al baño son imprescindibles. La cerveza nos urge a limpiar el cuerpo del líquido amarillo y allí puedes encontrar a algún punk que habla consigo mismo y pronuncia palabras y sonidos extraños e incoherentes. De regreso a mi asiento me fijo en una pareja de amigos que bailan un poco descordinados.
A las tres horas, el gran final. Sarri, Sarri. Se ha convertido en un clásico, más allá de su origen -que nadie olvida-, más allá de las prohibiciones absurdas desde instituciones españolas o aledañas. La apoteosis de la libertad y la alegría.
Al salir, los bares de Serrano -somos comanches en medio de territorio enemigo- volverán a llenarse. Es sábado. ¡Habrá que continuar el akelarre antifascista en las barras de estos espacios colectivos y capitalistas con pinchos y alcohol, porros y reflexiones y planes utópicos.
Borroka...
Las luchas y todo tipo de batallas nos siguen esperando. Con el puño en alto. Somos seres humanos y contradictorios. ¡Qué se le va a hacer!
¡Larga vida a Fermín Muguruza! Gora Fermín Muguruza!
Tras leer Actos Humanos me vienen a la cabeza sus opuestos: los que simplifican la realidad o la banalizan para alcanzar ventas, beneficios o para manipular y levantar y construir a su alrededor una propaganda y un discurso que crea esclavos y estúpidos, porque los ciudadanos libres son peligrosos e incómodos.
La virgen roja o La infiltrada serian dos buenos ejemplos en cine. Ganan premios, tienen la protección de los medios, la crítica, pero son cáscaras vacías. Pretenden ser obras de arte o, a veces, justifican que tienen cierto valor intelectual, cuando no son más que instrumentos del poder o de ciertos intereses políticos o pecuniarios. Hay escritores y escritoras, con grandes éxitos a sus espaldas, que tomaron ese camino hace mucho tiempo. Pienso en Santiago Posteguillo o Fernando Aramburu.
Encuentras estereotipos en lugar de personajes complejos, tendrás simplismo y adopción de modas - caben todos los ismos que a uno le vengan a la cabeza- cuando buscas una visión amplia y profunda de los acontecimientos, verás cierta cobardía intelectual disfrazada de intimismo en vez de una crítica social y política valiente y comprometida.
Esto último lo ofrece con creces una obra como la de la Nobel Han Kang.
No necesita como otros escribir libros inmensos que no acaban nunca o dejas a medias, decepcionado o aburrido. Le bastan unas pocas páginas para llegar mucho más lejos, para emocionar y, al mismo tiempo, mostrar la realidad, con lirismo, con elegancia, con dureza: arte político en el sentido más amplio del término.
Hay obras y autores sobrevalorados que no superarán el paso del tiempo. Otros permanecerán, influirán más y dejarán un poso en generaciones.
Tal vez lo preocupante es que al final la banalidad del Arte, un gemelo de la banalidad del Mal, nos aleje del mundo, nos convierta en prisioneros de la Caverna.
Entre los nominados al Oscar este año en la categoría de documental encontramos reportajes televisivos sobre la guerra de Ucrania o Palestina, el abuso infantil, las agresiones sexuales: propaganda hueca al servicio de intereses, los mismos que patrocinan esas guerras o estos temas; palabras vacías que entonan bien con el discurso oficial, el que asumimos todos los días, el que aceptamos para no ser apartados; mentiras que nos contamos a nosotros mismos.
Banda sonora para un golpe de estado es otra cosa. Es un manual de cómo dar un golpe de estado.
Construye un relato en el que aparecen el colonialismo, los derechos de la población negra de EEUU, la explotación sistemática de los recursos de todo un continente, África; los intereses económicos de las grandes potencias durante la guerra fría, la corrupción de las élites indígenas, la hipocresía de Occidente y de sus representantes y de sus democracias y de una ONU inoperante y cómplice.
¿No nos suena? El asesinato de Lumumba sucedió en el año 1961. Y vuelve a ocurrir una y otra vez. En África, en Latinoamerica, en Asia, en Europa Oriental. Los rituales son los mismos; podemos ver, si nos fijamos un poco, ahora mismo los hilos de los títeres entre las bambalinas.
La base sonora es el jazz, instrumento de propaganda, elemento de distracción; como puede ser la televisión o la boda de Balduino y Fabiola o el deporte. O el mundo virtual. Panem et circenses. Dinero -litio, petróleo, gas, cobre, uranio- y espectáculo y representación. Y sangre. ¡Ay, qué importante es mover los hilos y controlar la información! Y distraer al ciudadano para que no moleste.
Sí, este documental es otra cosa.
Es contar la verdad de manera rigurosa y fiel. Es cine documental serio, valiente, original, atrevido, comprometido, veraz, contundente. Es historia y presente.
No lo vean. Descubrirán que vivimos en una gran mentira.
¿Cómo puedes resumir en una entrada a un director sin el cual no se puede entender la historia del Cine?
Si mencionamos sus títulos, cualquiera que sepa de cine y tenga la necesaria apertura de mente las identifica como obras maestras: Mulholland Drive, Cabeza borradora, Terciopelo azul, Twin Peaks...
Decir Lynch es hablar de ese oscuro y extraño lugar que todos ocultamos en lo más profundo de nuestra psique, ese inquietante lugar que solo nuestros sueños y pesadillas nos permiten intuir.
Decir Lynch es también, pese a algún exceso estético, hablar de experimentación visual; una búsqueda incesante de otras formas, donde la estructura temporal se resquebraja y la distorsión se extiende más allá de la trama, un atrevimiento que nos permite entender, o, al menos, acercarnos a lo que estamos condenados a ignorar: nuestra propia mente.
Sin embargo, tiene dos películas que a mí me conmueven, alejadas de su estética y más cercanas a una trama convencional: El hombre elefante y Una historia verdadera.
Estas dos obras siguen emocionando. Son sencillas. No buscan penetrar en un misterio complejo; solo cuentan una historia.
Y Lynch también sabía contar una historia simple. Y son siempre, aunque no lo parezcan, las más profundas.
El final de un viaje invita a la reflexión. No me sorprendió escuchar a Mikel Silvestre, motero y viajero peculiar y que me ha acabado por parecer encantador, mencionar la nostalgia al final de su ruta Trajana. O la ilusión al principio de cada viaje que él compara con los bombones.
O parafraseando a una amiga: buscando la mirra en Oriente.
Tampoco que leyendo a Schulten en su Historia de Numancia diga que, aunque encontrará otros yacimientos en mejores condiciones, nunca olvidará la emoción que sintió al descubrir Peña Redonda.
On revient toujors a ses premieres amours!
Las primeras impresiones y experiencias de un lugar o de una persona que amas son tan intensas, tan primigenias que nunca se olvidan.
Eso me pasó con Atenas. Vuelves a lugares donde estuviste, pero sabes que no puedes recuperar las sensaciones de ese primer encuentro.
Comencé con dos frases, hace dos semanas y, al final, la sorpresa estaba más cerca de lo que pensaba: una vida que se abre camino y un futuro para dos bellas personas incierto, lleno de expectativas, hermoso e inquietante.
A un final le sigue un comienzo, porque quien ha reflexionado sobre la vida sabe que no es lineal, como nos han contado desde Occidente y el cristianismo y los herederos de los griegos, sino circular, como también pensaban los antiguos; no son líneas rectas, sino curvas las que, como los cuerpos de las diosas madres eternas, regalan la vida.
A algo que muere, le seguirá siempre algo o alguien que nace. Y es un ciclo que nunca se detendrá. La rueda de Shiva, el eterno retorno. El nombre es indiferente.
'Y todo lo que queda es... esa necesidad tan puramente humana de cifrar lo pensado, lo sentido, lo vivido; de esa necesidad de compartir emoción y memoria... De conservar el logos, dejarlo grabado, dormido en un silencio, para que la mirada de otro, algún día, pudiera despertarlo'.
Palabras del Egeo, Pedro Olalla.
Atenas. ¿Qué es Atenas?
Imposible la respuesta. Son más de tres mil años de historia.
Una tercera visita a esta ciudad me hace preguntarme porqué he venido tan poco si lo comparo con las decenas de veces que he estado en Roma. No lo sé. Imagino que Italia siempre me ha atraído más y solo ahora con los años comienzo a comprender y apreciar lo griego.
Que hayan sido espaciadas me permite tener perspectiva, comparar las impresiones de un treintañero a las de un cincuentón. Las primeras fueron más intensas; siempre son más apasionados los primeros amores, los primeros encuentros. Con el tiempo esas emociones siguen contigo, pero no te remueven tanto ni dejan un poso tan profundo.
Tenemos la Atenas turística: Plaka, Monastiraki, Sintagma y aledaños. Dentro de lo que cabe en invierno es transitable a excepción de la Ermou. Incluso disfrutas más de los monumentos, tienes más espacio, hace menos calor, escuchas más griego y menos inglés.
Volví al Arqueológico y al Cerámico. Me emocionan los monumentos funerarios. Hay una elegancia natural en esa despedida del mundo, ternura en esas manos de dos mujeres que se sostienen, en aquel perro que espera el premio de su amo, en la última mirada de dos esposos.
En el Arqueológico me gustan también los bronces de Antistera o las innumerables vasijas y cerámicas. O Persefone y Démeter entregándole a Triptolemo el regalo del trigo.
Las ruinas de los foros. El museo Cicládico y sus estatuillas de diosas, simplificadas, conteniendo todo un mundo en escasos centímetros. ¿Acaso necesitamos más para comprender el espíritu de la civilización que la hizo nacer?
Y, por supuesto, la Acrópolis.
La belleza que buscamos y que pocas veces encontramos está aquí. A pesar del paso del tiempo, la desidia, la rapiña, la estupidez esta belleza sobrevive y nos ha llegado. No deja de ser mágico.
En el barrio de la Axarquia puedes encontrar casas okupas, librerías de viejo, graffitis, tiendas y bares más o menos alternativos. Imagino que tuvo mejores días. Siempre puede reverdecer.
Como las protestas. Unas cien personas en Sintagma este sábado apoyaban a Palestina, denunciaban la masacre de Israel y la hipocresía de los gobiernos europeos.
Miles compraban y consumían a unos metros. Sin las primeras ya no habría esperanza ni dignidad para nadie.
Subimos para contemplar cómo la luz se oculta en el mar.
Desde la colina Streffi o desde el Lycabeto. En el Pnix uno puede imaginar a Pericles, Lisias o Demostenes presentando sus discursos. En las ruinas de lo que fue el Liceo contemplar los paseos de Aristoteles y sus discipulos o admirar los rollos de la primera gran biblioteca.
'Feliz en plenitud no le es posible ser a ningún humano. Pero sí suplicar el ser participe de una parte de dichas (εκλων μοιραν). Por mí misma he logrado este conocimiento...'
Poema descubierto en el siglo XXI, Safo de Mitilene.
El mar. Ni Grecia ni la cultura occidental se pueden entender sin el mar.
Mitilene tiene mar y tuvo grandes poetas: Alceo y Safo. Quien viene aquí no puede decir que no la conoce, aunque solo nos queden fragmentos de una obra que fue admirada por muchos, aunque unos pocos intentarán que desapareciera para siempre.
De esa época o de la romana quedan escasos restos: una stoa, domus helenísticas, calles pavimentadas, un teatro.
Llegaron los bizantinos y construyeron sus iglesias y su puerto al otro lado de la bahía, mientras se olvidaba el mundo antiguo. O, más bien, dejaba su poso, sin que se dieran cuenta, gota a gota...
Los árabes levantaron un castillo, baños y mezquitas.
Y con el siglo XIX y la independencia llegaron los viajeros y los turistas. No hay muchos por estas fechas. Se agradece. La temperatura es agradable. Perfecta para pasear.
En el último día del año grupos de niños pedían el aguinaldo cantando. No hubo demasiados petardos por la noche. Los justos para ahuyentar algunas malas pesadillas.
El primer día del nuevo, muy de mañana, se celebraban misas ortodoxas. Las campanas llamaban a los fieles.
Me gustaría poder describir la magia que supuso asistir a esta ceremonia, lo que sentí. El sacerdote, de espaldas. El espacio, iluminado por las lámparas, oscuro, cubierto por una bruma; el incienso que se respira, llenándote de serenidad, y la música bizantina, una letanía que, en algún momento, me recordaba al canto que entonan desde los minaretes. Todo el ritual busca reencontrarse con la eternidad: es el tiempo que se nos escapa, la melancolía de lo perdido, el anhelo de lo imposible.
Sí, ahí, en esa iglesia, estaba el mar. No podría resumirlo con otra palabra. Safo sí supo describir 'el radiante deseo de sol y de belleza'.
Es el mar y esta luz brillante. Que puede ser dura como el hierro y suave como la piel de un niño. Te golpea y te acaricia. Te da la vida y te mata.
La nostalgia del mar te embarga.
'Te aseguro que alguien se acordará de nosotras'.
La memoria es frágil. Nos gustaría poder conservar lo que estamos condenados a perder.
'Cubre los ojos, la noche, de negro sueño'
Nos quedan fragmentos, búsqueda inútil e imprescindible de lo efímero...
'...Voz de miel... urdidor de mitos... ya nunca volveré a ti... No remuevas los montones
de guijarros... Las horas pasan... El ser por quien me desvelo... para mí es más dulce contemplar... y yo duermo sola... No sé qué decidir: dos son mis pensamientos... y no aguardo ninguna de las dichas... siento deseo y busco con ardor...'