sábado, 4 de mayo de 2024

SOBRE LA HIERBA SECA

 

Empiezo por el final. 

La última secuencia de esta película de Ceylan -seguidor de Tarkovsky o Bergmann-, que se estrenará en tres semanas, sintetiza el resto: tres horas en las que se nos cuenta una historia muy simple y en la que aparecen pocos personajes. El protagonista, profesor trasladado y a disgusto con su profesión, después de cuatro años en un páramo nevado quiere regresar a Estambul. 

Las relaciones que establece con su entorno -nieve, frío son sus compañeros inseparables- son escasas: aparte de algún vecino y otros profesores, es, sobre todo un amigo y compañero de casa y trabajo; una mujer, otra profesora de un pueblo cercano, que perdió una pierna en un atentado y acabará siendo una fuente de conflicto con dicho amigo; una adolescente, enamorada del protagonista, y que le acusará falsamente de acoso. El personaje principal, además, retrata con una cámara fotográfica, a modo de transiciones, a las personas que encuentra, deteniéndolas en el tiempo, convirtiéndolas en recuerdo. 

La larga conversación sobre política entre la mujer y el protagonista, antes de acostarse, es un buen ejemplo de lo que decía un famoso guionista, Azcona: "un buen diálogo es cuando lo importante no se está diciendo". La ruptura, en esa misma escena, con la cuarta pared -vemos durante unos segundos un set de rodaje sin que el personaje deje de interpretar su papel- desconcierta y sorprende, pero encaja perfectamente con las emociones y sentimientos del protagonista.

Sin embargo lo que más me gusta es el final. 

Los dos amigos y la mujer visitan unas ruinas cercanas en verano, antes de que el protagonista se marche definitivamente a Estambul. Llegan hasta dos columnas, restos de una puerta o de un antiguo templo, a los pies de una colina. El protagonista comienza a subirla y, mientras lo hace, recuerda o imagina un momento que compartió con la adolescente -la observa con el pelo cubierto de escarcha; se tiran bolas de nieve; ¿será porque no hay nada que más nos acerque a la pureza de la infancia que ese gesto de tirar una bola o nada más liberador junto a nadar en el mar? -; piensa en ella, se pregunta cómo será su futuro, reflexiona sobre sí mismo y la hierba seca que oculta la nieve en invierno. Al llegar a la cima echa un vistazo al valle. Allí están la mujer y su amigo, muy lejos. Se fija en un pájaro posado en una rama; de repente levanta el vuelo y se aleja a toda velocidad; la cámara lo sigue. El último plano es un extraño contrapicado del protagonista: su mirada es ambigua. ¿Triste, escéptico, distante? Es difícil saber qué pasa por su cabeza.

En ese final está condensada toda la película. 

Sin embargo, necesitas ver esas tres horas para entender, para llegar a comprender la sensación de desolación y desarraigo que recorre esta obra, en la que las palabras no dicen nada y los silencios lo explican todo. 

miércoles, 1 de mayo de 2024

PAUL AUSTER

 


Pocos escritores me merecen dedicarle una entrada el día de su muerte. 

Paul Auster es uno de ellos, sin duda.

En Semana Santa leí su último libro, Baumgartner. Tardé solo tres horas en hacerlo. Tal vez no sea uno de sus mejores obras, pero aún así, tiene lo mejor de Auster. Siempre supo escribir tan bien que sus libros se leen con una sorprendente facilidad. Simple y elegante, porque estas dos cualidades siempre acompañan al gran escritor. Es curioso que sus últimas líneas escritas sean un final abierto. Puntos suspensivos... Todo final son unos puntos suspensivos... 

Mi primer encuentro con Auster fue gracias al cine. Escribió el guion de Smoke, una loa al placer de fumar y la amistad, cuando la primera empezaba a ser prohibida y la segunda no era el principal tema en el cine de Hollywood. En realidad, nunca lo ha sido.

La idea del azar o el paso del tiempo, temas centrales en Smoke, dejó su huella en ese joven veinteañero que empezaba a devorar cine: esa única manera que yo encontraba por entonces para sobrevivir.

Su recorrido en el cine fue breve, pero tuvo apuestas atractivas, que merecen ser mencionadas como Blue in the face o Lulu on the bridge o La vida interior de Martin Frost. Entre otras razones las comento porque gracias a estos experimentos irregulares, acompañadas de ideas geniales, me interesé por su literatura, que es de mucha mayor calidad. 

Sí, estamos ante uno de los grandes de la literatura. No ganó el Nobel, pero nunca hubiera podido conseguirlo; era demasiado independiente.

Durante tres décadas he disfrutado de sus obras que partían de una Nueva York reconocible, pero que iban mucho más allá. Su Trilogía de Nueva York marcó el punto de partida de sus temas obsesivos, esos que se siempre repiten en las obras de cualquier escritor. Los suyos eran: las relaciones de pareja, la casualidad como parte fundamental de la vida, la amistad, el paso del tiempo, la vejez y la enfermedad -sobre todo en sus últimas novelas-, la ética; las decisiones que, aunque no nos demos cuenta, marcan nuestras vidas.

4, 3, 2, 1, su última gran obra, construye un fresco vital con cuatro vidas posibles o hipotéticas. Todo está hilado; no hay puntada que se le escape. 

Me atrae Mr. Vertigo, porque el personaje, como muchos de Auster, vive al borde del precipicio. ¿No es así como todos nos encontramos en estos tiempos?

De todas sus novelas, sobre todo, me gusta Leviatán. En esa historia hay algo más: la tristeza del perdedor, tal vez también otra de sus obsesiones creativas, la toma de conciencia de que para el cambio y la transformación social no hay esperanza, que el individualismo utópico desemboca en violencia y aislamiento. 

Tal vez así se entiende que desde Smoke buscara una salida a sus personajes en el amor o la amistad. Nunca cayó en falsos sentimentalismos. La naturaleza humana es así: azarosa, contradictoria, extraña. 

Nadie como Auster supo describirla y contárnosla. 

Pasará el tiempo y seguiremos leyendo sus libros. 

Paul Auster ya es un clásico.