Estimado/a A.:
Vivimos en un mundo donde las palabras han perdido su significado. Tucídides decía en su obra Historia de la guerra del Peloponeso que "los hombres cambiaron incluso, para justificarse, el ordinario valor de las palabras...".
Así, bombardear a población civil o incrementar gasto militar lo denominan paz -si vis pacem, para bellum, dirían los latinos-; éxito es acumular dinero o alcanzar tus objetivos, sin que importe qué hayas aprendido o los medios de los que te has servido; una entrada en Instagram lo llaman conocimiento.
Necesitamos las palabras, A. Y necesitamos comunicarlas y que perduren. Hemos escritos miles y miles de palabras; sobre papiros y pergaminos, en papel y piedra, bronce o plomo, sobre madera o cerámica, arcilla, seda o bambú: nombres escritos en la arena de una playa o sobre el agua. La imprenta revolucionó el conocimiento; los píxeles nos llevan a donde nadie pensó que llegaríamos. Y, sin embargo, ¿de qué nos sirve si las palabras dejan de tener sentido, si se prostituyen o, ni siquiera las utilizamos, porque no interesa ni la paz ni el conocimiento ni lo que es inútil ni lo que no sirva a nuestros intereses más crematísticos o cortoplacistas.
Voy a hacer un canto a la curiosidad: absurdo, inconveniente, inapropiado, anacrónico...
ΜΗΝΙΝ ΑΕΙΔΕ ΘΕΑ...
Sin curiosidad no hay aprendizaje. Es el punto de partida. ¡Bien lo sabían los filósofos presocráticos! "Todos los hombres por naturaleza desean saber", dijo Aristóteles.
Curiosidad viene del latín cura, que significa "preocuparse por algo, tener atención". Περιέργεια es el concepto griego para curiosidad; es decir, "actuar alrededor de algo". Así que curiosear sería mirar el mundo e influir en él, mientras te va transformando. ¿No te parece, A., una manera mucho mejor de descubrir el mundo? ¡Ojalá la mantengas y acrecientes!
Olalla en su obra Palabras del Egeo, mientras espera la llegada de su hijo a una pequeña isla griega, Kímolos, escribe una larga carta donde recoge palabras griegas, mediterráneas, porque quiere desvelar, revelar nuestra Historia, porque quiere contarnos, como hizo Heródoto en el siglo V a. C., miles de historias.
"Háblame, Musa, de ese hombre... " cantó un aedo hace miles de años.
Somos seres con memoria. Sin palabras no hay memoria. Sin memoria solo seremos cáscaras vacías. Necesitamos contar historias.
Estudiar debería ser una pasión, un afán, un empeño, un afecto. De ti depende, A., que lo sea.
Te deseo unas buenas vacaciones, muchos viajes, grandes lecturas; tranquilidad o experiencias fascinantes e intensas, compartidas o en soledad.
Cura ut valeas, A.! Χαιρε!
¡Cuida que estés bien!, dirían los antiguos.
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