domingo, 15 de enero de 2023

PAULO ROCHA (I)

 

Paulo Rocha comenzó su breve obra con una película maravillosa, Los años verdes.
No partía de cero; había estado en París y se había enamorado de Renoir o Mizoguchi; este segundo amor tendría su continuidad años más tarde. En Portugal ya trabajaba Oliveira, que se convirtió pronto en una referencia para los nuevos directores.

Los años verdes es una película melancólica, aunque los protagonistas sean dos jóvenes inmigrantes que se enamoran. Es una película triste, porque, a pesar de ese amor, la tragedia, puntuada por un fado, mientras bailan en una sala, les espera, sin que ellos lo sepan... Es esta que aparece, a continuación, una de las escenas más elegantes y hermosas, con un travelling que baila con ellos... 

Vale la pena que la veáis...


El gran acierto es haber sabido contarlo con sencillez, mostrándoles paseando o trabajando en una Lisboa que se transforma con la llegada de esa nueva inmigración interior, enamorándose en el entorno de un barrio periférico que aún mantiene contacto con el campo -no tienen más que salir de esos nuevos barrios construidos a escuadra y cartabón-, 


como sucedía en los años sesenta en nuestras ciudades, pero que se aleja irremediablemente de él.
Los paseos de los dos jóvenes, 


la transformación de ella, que madura antes y se aparta, sin tener conciencia clara, lentamente, del chico -en ese sentido, la visita al centro de Lisboa junto al tío de él, es fundamental; ella quiere progresar, vivir en otros sitios, tener otras experiencias, porque acaba de descubrir un mundo nuevo; él, en cambio, se conforma con lo que tiene- o la incapacidad de este para entender y adaptarse al medio que le rodea, se cuenta con elegancia y muy sutilmente, como en esta escena de reproche y desamor,


y sin que nos demos cuenta Rocha ha dejado un poso, una capa de dolor del que ya no podremos librarnos. 

Su segunda película, Mudar de vida, es menos redonda, pero tiene aspectos que entroncan con el cine de Rocha. 



En primer lugar,  el carácter documental. Rocha, como hace el protagonista tras años de ausencia, vuelve a su tierra para conservar, grabándolo por última vez, un mundo que está a punto de desaparecer. Danzas, el trabajo de las traineras o en la arena de la playa para luchar contra una Naturaleza dura y salvaje, que no admite reposo. 
Por otro, construye una historia en la que los personajes femeninos, los dos, tienen una fuerte presencia con interpretaciones impecables. La primera, Julia, el primer amor del protagonista, casada con su hermano, porque se cansó de esperarle, es el pasado. La otra, Albertina, que se marchará a Alemania o Francia, representa el futuro que espera a muchos de ellos: buscarse la vida en otro sitio. Hay cortes, menos continuidad en el ritmo que en la primera película, pero, aún así, hay escenas hermosas, como los encuentros entre Julia y el protagonista o el gesto de Albertina, 
cuando él se debe marchar para acompañar a Julia en su lecho de muerte, abrazándole de repente, como si temiera perderle...

En los setenta solo haría dos cortometrajes. Y solo en el 82 volvería a hacer otra película. 
Y sería fuera, muy lejos, en Japón, donde la rodaría...