Ha tocado el timbre. En el exterior tienen unos 35 grados. Profesores y alumnos preparados y dispuestos para una clase más. El sol ha dado de lleno toda la mañana en la fachada; las persianas bajadas y el toldo rebajan un poco la temperatura, pero, aún así, el parecido con unas termas romanas y, más concretamente, con la zona del caldarium es llamativo en esta clase de 4º ESO. Se ha pedido a la Administración que les libere de esta séptima hora en junio; se han negado. Aquí han de sudar hasta la última gota. ¡Que para eso tienen dos meses de vacaciones y trabajan solo veinte horas! Alguna desventaja debía haber en su amada profesión. Y, además, el sudor abre los poros. Estos profesores se quejan de vicio.
T. entra, bien pertrechado con una botella de agua, recién rellenada en el baño hace unos minutos. Tenían agua fresca en la sala de profesores, pero se han terminado los bidones y hasta julio, la empresa no volverá. En Madrid el agua es limpia y pura y la del baño cumple todos los requisitos. Hasta ahora diarreas no ha tenido, que él sepa.
Así que T. rebasa el dintel de la puerta y ve a O., la compañera de Matemáticas, rodeada de chicos ansiosos por saber su nota -la rodean como leones hambrientos que fueran a devorarla-. T. espera a que terminen la cena y solo queden los huesos. R., un alumno discreto, solitario se acerca a T. y empieza a contarle sus impresiones sobre un ejercicio de Oratoria que han hecho con otro profesor, M.
R. es un chico desconfiado; en una ocasión, yendo en metro, T. se fijó que se colocaba cerca de las puertas, aislado de sus compañeros. Le preguntó porqué lo hacía. Le respondió que si pasaba algo, estaría en el lugar adecuado para poder escapar. A T. su réplica le pareció bastante coherente. Suele hablar poco, pero esta vez, libera su frustración. Sabe que T. ha dado Oratoria a sus compañeras y piensa que puede aportar una opinión acreditada a sus dudas. Critica a A. y S. Sin negar su capacidad -es consciente del talento de ambas-, expone de manera inteligente aspectos que no comparte; por ejemplo, que vayan a lo suyo, utilizando argumentos que no encajaban con lo que los demás habían preparado. T. interpreta que R. quiere desarrollar conceptos como improvisación, falta de colaboración, desequilibrios argumentativos y falacias. T. escucha con paciencia, porque escuchar pacientemente es una de las cualidades que todo profesor debe poseer.
Y así, mientras tanto T. como O. están ocupados en tareas tan complejas y variadas, dos alumnos han aprovechado para escribir en la pantalla digital -ya casi nadie utiliza las viejas pizarras tradicionales- algo así como: "Nuestras pollas son las mejores y hacemos soñar con ellas". T. interrumpe la interesante conversación con R. y les pide amablemente y con un cierto deje autoritario que borren el comentario; hay cierta calidad en la frase, lo admite y, si estuvieran en Pompeya en el 79 d.C., lo podría aceptar, pero no es el caso. Y así lo hacen, con un sencillo gesto -en los nuevos tiempos tecnológicos las gilipolleces desaparecen sin demasiado esfuerzo-.
Resuelto este contratiempo T. le comenta a Raúl que hable con M. y le explique sus conflictos con A. y S.
O., mientras tanto, ha logrado escapar y sale de la clase; tres alumnos no cejan en su empeño y continúan la persecución; tal vez logre sobrevivir. T. le desea suerte.
T., antes de empezar la clase, reflexiona sobre estos hechos extraordinarios. En primer lugar, R. forma parte de esa egregia minoría masculina que medita sobre la oratoria y el concepto de justicia y manipulación, en vez de escribir comentarios más o menos obsesivos sobre la identidad masculina. En segundo lugar, que la gran mayoría de adolescentes hormonados escriben mensajes que podrían convertirse en estudios para filólogos dentro de dos mil años, si no fuera porque están hechos en una pantalla pixelada. Y en tercer lugar, que alguna huella dejan en los alumnos, aunque no sabría decir cuál es.
T. se seca el sudor, respira hondo. Mañana es el examen final de Latín y hay que hacer un último repaso. Algunas alumnas se han hecho abanicos con los apuntes de Matemáticas. Dicen que mañana la temperatura subirá a los cuarenta.
Hic habitat felicitas.
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