domingo, 6 de abril de 2025

BLANCO

 


Podría hablar de la última película de Alain Guiraudie, Misericordia.

Podría decir muchas cosas de esa película. Podría hablar de su estilo -también lo vemos en Un héroe anónimo o en El desconocido del lago-, de cómo la naturaleza sirve de marco y espacio, reflejo, espejo de la incapacidad de los personajes para comunicarse, de su frustración existencial; que el humor surrealista, absurdo, delirante oculta, como sucede muchas veces, el sin sentido del ser humano. Es un autor a tener en cuenta, extraño, inquietante, anarquista, divertido: 

una línea sin párrafo. 

Uno, si ve Viridiana antes -como hice yo-, podría pensar que ha bebido de gente como Luis Buñuel que, partiendo de géneros consolidados, decide convertirlos en otra cosa. Las películas de Buñuel no son realistas al estilo galdosiano o surrealistas como Apollinare; recoge y elige lo que le interesa para ir mucho más allá. Atrapados en una primera mirada, como también sucede con Hitchcock, por sus obsesiones o las perversiones de sus personajes -sean fetichismo, pedofilia, necrofilia, masoquismo, más o menos reprimidos- y todo tipo de sacrilegio humano y divino, pocos observan que sus guiones son perfectos mecanismos; los elementos encajan y se relacionan, sin que nada escape a su mirada. Siempre nos sorprende con un giro inesperado y en los detalles más insignificantes. 

Guiraudie convierte también esos géneros tradicionales -en su caso, el policíaco o el thriller- en farsas, sainetes, mascaradas; sí, eso sería, las máscaras caen y los personajes se revelan tal como son. Buñuel hacía lo mismo, aunque su simbolismo fuera más acentuado. En fin, Guiraudie estaría orgulloso de que le haya comparado con una de los más grandes. 

No se podrá quejar.

Pero yo no quería hablar de Guiraudie, sino de Blanco

Y de Han Kang.

Blanco es minimalista, como la fotografía que he elegido para abrir esta entrada. ¿Cuál es el tema de Blanco? Es el color y todos los objetos, ideas e imágenes que ese color despierta en la autora. Viaja a Polonia para escribir y el blanco se impone en cuanto llega el invierno. Y ese blanco le remite a un recuerdo, al nacimiento de una niña, la hermana que pudo ser y no fue, a su muerte unas horas más tarde. Son pocas palabras. Como si las palabras no quisieran expresar lo importante: la vida, el dolor, la nostalgia, la muerte. 

Como si quisieran quedarse en silencio, 

calladas, 

expectantes. 

Cuando cierras el libro de Han Kang, dejas que una sensación, amable, profunda, recorra tu cuerpo, permites que el mundo te hable de la única manera en que sabe hacerlo. 

No son necesarias las palabras. 

Tampoco 

éstas. 


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