lunes, 21 de abril de 2025

EL CONCLAVE: EL FICTICIO Y EL QUE VENDRÁ...

 

Esta mañana murió Francisco I. La casualidad ha hecho que haya ocurrido después de Semana Santa, el lunes de Pascua: un colofón accidental, un cierre imprevisto que encaja a la perfección en el engranaje. En unas semanas se pronunciará el Habemus Papam. 

Si algo interesa de la Iglesia Católica a quien ya no cree en sus objetivos terrenales y espirituales son los rituales. La Semana Santa está llena de ellos. Son atractivos, porque a sus espaldas hay miles de años: tradición, raigambre, herencia. Y la Iglesia Católica en este aspecto nunca decepciona.

El latín le da un marchamo de categoría y excentricidad que más quisieran otras elecciones. Los gestos, detalles, ceremoniales que acompañan la muerte del Papa, su entierro y, finalmente, el conclave te atrapan. Es una pena que no podamos asistir a las votaciones y que sean a puerta cerrada. Que la decisión pudiera durar meses o años impacientó a los magistrados de Viterbo que decidieron encerrar a los cardenales bajo llave en el siglo XIII. Y como la idea funcionó, así se ha mantenido hasta la actualidad. 

Siempre queda el cine para intentar reflejar lo que se cuece en la Capilla Sixtina. Y nunca pueden dejar de hacer una representación, seguramente muy lejana al ritual. ¿Decide el Espíritu Santo o los intereses humanos? Que sean las inclinaciones humanas, lo hace mucho más interesante.

Sorrentino en la serie The young Pope llevó la estética de la Iglesia Católica a su máxima expresión; podríamos decir que fue fiel en espíritu, traicionándolo: es decir, estamos ante una buena traducción. 

La estética o la tradición, como dirían otros, sigue siendo un buen reclamo. Y el personaje de la serie de Sorrentino es muy consciente de su valor. 

Conclave es el último ejemplo. 

Que nadie espere otra cosa que una buena película de intriga con una parte final que roza el delirio; eso sí, bastante divertida. Hasta esa parte me recordaba más a Tempestad sobre Washington y sus juegos conspirativos;

la única diferencia es que en vez de los pasillos del Congreso norteamericano tenemos los del Vaticano, más oscuros y misteriosos. 

La tradición tiene un gran peso y le da más empaque. 

¿La realidad? No me interesa. No me interesa si es un Papa conservador o liberal, si dará más peso a las mujeres en la cuota de poder o no, si sabrá moverse por Instagram o preferirá las viejas encíclicas, si será africano, asiático u occidental, si suavizará su posición sobre el divorcio, la homosexualidad o similares. Me da igual. Es la obra que representarán todos los personajes de la trama lo que me interesa.

Sea quien sea el próximo Papa, la realidad será decepcionante.

En L'amour fou, la obra maestra de Rivette, donde asistimos a momentos experimentales, mágicos, desesperados, intensos, absurdos, violentos,

la historia de una pareja en descomposición, mientras unos actores desorientados ensayan una obra, la Andrómaca de Racine, que nunca representarán, atrapados en círculo, serviría como evidencia irrebatible de este sencillo argumento. El arte nos libera de la mezquina realidad, la sublima.

Y la realidad siempre es decepcionante, pero es lo que tenemos. 

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