Aunque hay muchos nombres en la canción francesa que nos devuelven la estética y el espíritu de los años sesenta -pienso en Brassens con sus letras políticas, en el sentido más amplio del término, o Aznavour o Piaf o Dassin o Gainsbourg o Brel-, sin duda fue Hardy quien lo representa mejor o, tal vez, quien nos lo trae de manera más amable, como una caricia que nos gustaría que durara mucho más tiempo.
Solo hace falta escuchar su primer gran éxito para encontrar todo lo que ella nos comunica: ternura, delicadeza, tristeza, vulnerabilidad...
Sobre todo, incluso en sus canciones más alegres -y esta, en parte lo es-, lo que sentimos es nostalgia de un mundo que se fue y no volverá.
No nos engañemos. Lo que no ha envejecido ni ha muerto es la mirada y la voz de esta mujer. La reconoceríamos en cualquier lugar. Y sabríamos que estamos de nuevo en esos tiempos.
No importa que, como en este videoclip rodado por Lea Seydoux hace unos años, la estética haya variado. Su voz influye en nuestra manera de mirar.
Por eso basta con su presencia para reconocerla.
Y ese mundo vuelve a nosotros, lo recuperamos, idealizado, transformado por nuestros recuerdos.
Sí, en eso consiste la nostalgia: una suave brisa, un rayo de sol que nos devuelve, mientras la escuchamos, lo que hemos perdido.
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