martes, 9 de julio de 2024

APUNTES DE UN VIAJE

 

Un turista inglés, cuerpo sin alma, acaba de vomitar en la estación de tren de Chamartín. Nadie se sienta a su lado. Sus compañeros no saben qué hacer, piden disculpas a quienes los miran con desagrado, ponen la mano en el hombro del amigo. Es inútil. La felicidad se ha marchado.

Torrelavega. "La educación cambia a los que cambian el mundo". Frase escrita en los muros de un colegio. Cuando se escriben, el tópico y la utopía se vuelven ingenuos y ridículos. 

Niños jugando al escondite en pleno siglo XXI sin ningún tipo de tecnología; un gorrión muerto al borde de la carretera.

En los bares a veces ponen videoclips musicales como fondo, si no hay partidos de fútbol de la Eurocopa. Tienen muchos planos y el montaje es electrizante; no quieren que pienses. Hay excepciones: You`re beautiful de James Blunt me recuerda, salvando las distancias, al de Hardy. Solo tres planos de un muchacho joven y hermoso que a veces roza la abstracción. Con eso basta...

Viérnoles. Un jardín descuidado, abandonado; figuras mitológicas y un Neptuno, olvidado, rodeado de malas hierbas, se alza, orgulloso, sobre un mundo decadente. A unos metros, en el muro del patio de un instituto, una interpretación en clave feminista por parte de dos alumnas del mito de Medusa: rompe el tridente en pedazos, se rebela. Nos mira fijamente: "No, no soy un monstruo".

El Sardinero. Brisa del mar. Olor a salitre. La voz de un niño. Tiemblo; mis ojos enrojecen. Nostalgia de la infancia. Pies descalzos caminan sobre la arena, se mojan en la orilla, nadas; eres libre. Es suficiente estar aquí, escuchar el rumor de las olas, contemplar el infinito...

Un refugio entre los edificios de Torrelavega: bancos, mesas de madera, recipientes, plantas, dos puertas colocadas en el muro divisorio para darnos la impresión de que estamos en un hogar. Unos pocos vecinos han ocupado el solar. Antes este lugar fue un bar y aún se conservan sus baldosas; enfrente, había un prostíbulo. Esos clientes se fueron. Ahora es una empresa colectiva: desde hace nueve años. 

Contemplo una herida, la huella de una operación en la cabeza, una recta casi perfecta; el pelo que crece no la oculta. 

Los soportales de "Calle Mayor" se encuentran en Logroño. Planos fijos, fotografías convertidas en imágenes en movimiento; presente y pasado.  

"Las letras vuelan, se escapan", me asegura un vecino. Los franceses fracasaron y no conquistaron Logroño para que los turistas en sus calles se emborrachen con vinos y devoren tapas de diseño. 

Una escalera de color naranja que no lleva a ninguna parte. 

Garray: casas y fincas. Fervor constructivo. Dinero a espuertas, trabajadores y menús a quince euros. Excesos capitalistas a los pies de Numancia. Sus ruinas no protegen esta locura. El Duero es ajeno. 

Un hombre se arrodilla antes de entrar en la ermita del Mirón. Hay en Soria portadas románicas que lo merecen. No sería mala idea que todo turista lo hiciera y que, incluso, lamiera las piedras, mientras los demás les hacen fotografías. No descarto que alguien haga realidad algún día esta delirante ensoñación. 

Machado, a unos pasos, empujaba la silla de ruedas de Leonor. Un ganadero de la Mesta enriquecido, unos metros más abajo, construyó un palacio a imitación del Escorial que ocupa cientos de metros cuadrados. Mis dientes mastican los torreznos, los trituran. 

En el Duero un corzo se esconde entre las murallas; los arcos templarios de San Juan resisten el tiempo y el olmo reverdece. En la plaza Mayor la comunidad ecuatoriana celebra una fiesta: bailan, beben, comen y ríen. 

Cipreses enmarcan el cementerio de Las Casas, un barrio de Soria. En un muro de piedra fueron fusilados una decena de hombres en 1936, enterrados en una fosa común, desenterrados hace un año. En este tiempo ha crecido el trigo; oculta el muro. No quedan huellas, ni sangre, ni se escuchan voces ni gritos ni susurros. 

Suenan campanas. La llanura se extiende lejos, muy lejos. Campos segados o a punto de serlo. Nostalgia de mar. 



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