lunes, 22 de julio de 2024

POWELL Y PRESSBURGER: OBRAS MENORES

 

Powell y Pressburger formaron una pareja creativa a lo largo de más de una década, entre los años 40 y los 50. Pressburger trabajó en la UFA alemana hasta que Hitler llegó al poder; Powell colaboró con Hitchcock durante su etapa británica. Suyas son obras de una altísima calidad estética y visual: los cuentos de Hoffmann y, sobre todo, Las zapatillas rojas. 

Hay obras menores que merecen también ser tenidas en cuenta. 

Recuerdo con placer Vida y muerte del coronel Blimp, donde podemos encontrar otro de los aspectos que no han envejecido de sus películas: el de crear personajes muy cercanos con la inestimable ayuda y colaboración de actores ingleses de gran talento y acompañados de un humor británico elegante y sutil. 

A veces contaban con actores y dinero de Hollywood y lo aprovechaban para explotar visualmente todas las posibilidades del color como sucede en Narciso negro o Corazón salvaje. En esta última, una mezcla extraña entre Cumbres borrascosas y Duelo al sol, el paisaje adquiere tintes violentos y cuasi míticos dentro de una narración que recuerda y mucho a un cuento tradicional. La protagonista se debate entre lo civilizado y lo salvaje en un entorno configurado con elementos tradicionales y convencionales quebrados por una Naturaleza que es presentada con una fotografía y una estética brillantes. 

Hay una primera etapa de carácter propagandístico, rodadas, algunas de ellas, durante la segunda guerra mundial. Una de las primeras del tándem fue Paralelo 49. La idea no es nueva: un grupo de alemanes quedan aislados en Canada; su único objetivo será volver a casa. Lo encontramos ya en la Anábasis de Jenofonte. En la pantalla esa tensión del soldado que sobrevive en territorio enemigo se ha visto reflejada con gran acierto en obras como El submarino o En tierra hostil


En el primer caso también son alemanes, pero la tensión se incrementa al estar encerrados durante casi todo el metraje en un espacio tan claustrofóbico como un submarino. La otra es una película de Hollywood con todos los medios a su disposición. 

La película de Powell y Pressburger falla en este aspecto porque los personajes, a pesar de algún intento de matizarlos, no dejan de representar al nazismo en su versión más fanática y convencional y la parte propagandística lo devora todo. Sin embargo, puedes descubrir pequeños detalles en esa odisea que salvan el conjunto: el polvo de los caminos, el hambre que sienten delante de unos escaparates, el viaje en aeroplano, la tensión de ser descubiertos. 

Es una película tesis que opone los valores de la democracia al fascismo. Esos valores son representados por personajes tipo que reflejan dichos valores: la tolerancia entre diferentes, la libertad de culto, la civilización, la libertad de expresión. Lo que sobrevive a esos personajes son los actores que los interpretan -entre los que destacan Leslie Howard o Laurence Olivier-; transforman personajes que en un guión serían cartón y piedra en seres de carne y hueso, creíbles, cercanos. 

Sorprende encontrar entre estas obras menores una joya como The small black room. No es una película tan impresionante como las que harían en color, pero esa sencillez oculta mucho más talento de lo que parece, mucho más contenido de lo que podría pensarse de un primer vistazo.

Por un lado tenemos la historia de un personaje atormentado que no es capaz de superar sus problemas si no es bebiendo. Tal vez esta forma de contar una obsesión resulte arcaica y nadie utilizaría tales trucos técnicos en la actualidad, pero continúa manteniendo nuestra atención. Solo dos elementos: una botella y un reloj. Y un montaje asfixiante. 

Por el otro, tenemos una relación de pareja más compleja de lo que era habitual en este tipo de cine. Asombra que, no estando casados y siendo su noviazgo ocultado a los demás, se asuma con naturalidad que vivan juntos. Recordemos que es una película de los años cuarenta. El personaje femenino, es cierto, no deja de ser el apoyo del protagonista y gira a su alrededor, pero tiene una entidad y una fuerza mucho mayor de lo que aparenta. 

Finalmente la escena en la que debe demostrarse a sí mismo y a los demás que está a la altura se desarrolla en una playa. Es todo un tratado de cómo desmontar una bomba. Y se hace con sencillez y manteniendo la tensión. 

No falta el humor británico en detalles: cuando un ministro visita la sala de pruebas y demuestra su ignorancia delante de una calculadora o mostrando los ronquidos de un soldado o, por ejemplo, el ruido de unas obras que interrumpe constantemente a los personajes, mientras intentan explicar en una sala de juntas temas de gran importancia estratégica. 

Siendo una obra menor, es, seguramente, en estas creaciones donde podemos descubrir mucho mejor el talento de estos dos directores británicos, poco conocidos entre el gran público. 




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