miércoles, 31 de julio de 2024

OZU: UNA GALLINA EN EL VIENTO

 

Ozu la consideraba una película fallida. No deja de ser, es cierto, un melodrama convencional: una mujer se ve obligada a prostituirse para salvar la vida de su hijo; cuando su marido regresa, terminada la guerra, debe perdonarla para poder empezar de cero. Y sí, los personajes hablan a veces demasiado, hay mucha carga moral, un poco de sentimentalismo y un mucho de patriarcado tradicional. 

A pesar de estos mimbres, Ozu ya domina todos los recursos, ha creado un estilo propio que se encuentra a la justa distancia. El exceso y el melodrama simplón es transformado en sencillez y elegancia. 

Hay momentos en que sabe con muy pocos medios -un par de planos y gestos de una violencia extrema- describirnos una violación en un matrimonio o un "accidente" en el hogar. Es de tal brutalidad y simplicidad que nos deja helados. 

El mismo personaje masculino es también capaz de tener un gesto de ternura con una desconocida, otra prostituta a la que conoce, cuando va al lugar donde trabajó su mujer. ¿Por qué va allí? Para mí es evidente. Necesita estar en la habitación donde ella se prostituyó; ese espacio adquiere una entidad física y así, piensa, podrá descargar su rabia y su dolor. Sin embargo, la prostituta que le presentan, muy humana, comparte con él un recuerdo de infancia y, más tarde, en otro lugar -un descampado donde el protagonista busca estar solo y ella suele ir para comer- Ozu nos mostrará con delicadeza un encuentro, un instante de comprensión y entendimiento entre dos personas. 

Pero por encima de todo están esos planos "vacíos" o, más bien, sin personajes, pero llenos de un espíritu difícil de definir que forman parte del estilo de Ozu: el plano del lugar donde ella se ha prostituido -lo conocemos después de la acción, completamente elidida-; los planos de su casa, los del barrio, la casa de un amigo del marido, las nubes del cielo... Cada plano vacío nos cuenta una historia o muchas historias, las que allí han ocurrido, las que podrán suceder. 

Esos planos nos dicen lo más importante, lo que todas las historias cuentan, lo que todas tienen dentro de sí: el paso del tiempo. 



sábado, 27 de julio de 2024

NUNCA PASA NADA


Títulos de crédito: se escucha la tierna y elegante música de George Delerue mientras una mujer desde su asiento del autobús contempla un desolado páramo castellano. 


Desde el primer momento uno se pregunta cómo Bardem va a encajar cosas tan dispares. George Delerue representa como nadie el cine de la Nouvelle Vague; las imágenes de una Castilla seca y dura nos recuerdan, en cambio, la mirada de la generación del 98, la de Calle Mayor o Muerte de un ciclista, sus dos películas más reconocidas. 

Hay a veces un tono documental que podemos apreciar en esta secuencia en la que el personaje, una actriz francesa de variedades, hace compras, mientras es perseguida por las miradas entre curiosas e indiscretas, agresivas, muy sexualizadas de los habitantes de un pueblo por cuya calle mayor pasan de noche decenas de camiones.


A continuación, como se puede observar en las dos escenas siguientes, encuentra a dos personas que hablan francés. Un joven profesor, del que luego hablaré, y en el bar del pueblo a un camionero que estuvo en Francia en un campo de concentración en el 39. En realidad, como ella, dos inadaptados que no encajan en un lugar como este. 

Volvamos al meollo de la historia. 

Al principio los dos personajes centrales son una pareja casada desde hace más de veinte años. No se quieren, están solos, no son felices. Los interpretan con solvencia Julia Gutiérrez Caba y Antonio Casas. Torturados y oscuros. Representan el pasado. Es una sociedad hipócrita donde solo caben los rumores y las malas lenguas y una forma de pensar anclada en normas opresivas, sobre todo, para las mujeres.


Están condenados a vivir una vida incompleta, conscientes, al contrario que sus vecinos, de que han desaprovechado las pocas oportunidades que han tenido; aceptarán y asumirán, eso sí, el papel social que les corresponde, como siempre han hecho. Un buen reflejo de esto aparece en esta discusión en el que por primera vez se dicen claramente lo que piensan. Pertenece a otra época, afortunadamente, muy lejana. O tal vez, no tanto... 


Por otro lado, tenemos dos personajes que durante casi todo el metraje giran alrededor de los anteriores, interpretados ambos por actores franceses, mucho más cercanos; los entendemos, porque son como nosotros o como nos gustaría ser. Ella es una mujer libre, sin ataduras, que por una operación de apendicitis ha tenido que quedarse en este pueblo y que se liará con el marido; él, un chico joven, profesor de francés, poeta en sus ratos libres y amigo por carta de Vicente Alexandre, sensible e inseguro, enamorado de la mujer madura que interpreta Julia Gutiérrez Caba. Son la juventud, la esperanza de un futuro nuevo, la vitalidad.


Y es aquí donde reencontramos el tono lírico y tierno de Delerue. Aislados, el idioma francés es su forma de liberarse y entenderse. Las relaciones que mantienen con la pareja de casados no tienen salida, así que se comprende que en las últimas escenas ambos construyan una tierna complicidad, sus personajes adquieran más peso y sean capaces de compartir un amor y un afecto que ninguno de los demás personajes puede expresar. 

Así que, si una parte de la película te recuerda a Calle Mayor, opresiva y oscura, estos dos jóvenes te permiten pensar en un futuro diferente, más libre y feliz. 

Sí, al final, Delerue y el desolado páramo castellano han encajado. Y bastante bien. 


 

lunes, 22 de julio de 2024

POWELL Y PRESSBURGER: OBRAS MENORES

 

Powell y Pressburger formaron una pareja creativa a lo largo de más de una década, entre los años 40 y los 50. Pressburger trabajó en la UFA alemana hasta que Hitler llegó al poder; Powell colaboró con Hitchcock durante su etapa británica. Suyas son obras de una altísima calidad estética y visual: los cuentos de Hoffmann y, sobre todo, Las zapatillas rojas. 

Hay obras menores que merecen también ser tenidas en cuenta. 

Recuerdo con placer Vida y muerte del coronel Blimp, donde podemos encontrar otro de los aspectos que no han envejecido de sus películas: el de crear personajes muy cercanos con la inestimable ayuda y colaboración de actores ingleses de gran talento y acompañados de un humor británico elegante y sutil. 

A veces contaban con actores y dinero de Hollywood y lo aprovechaban para explotar visualmente todas las posibilidades del color como sucede en Narciso negro o Corazón salvaje. En esta última, una mezcla extraña entre Cumbres borrascosas y Duelo al sol, el paisaje adquiere tintes violentos y cuasi míticos dentro de una narración que recuerda y mucho a un cuento tradicional. La protagonista se debate entre lo civilizado y lo salvaje en un entorno configurado con elementos tradicionales y convencionales quebrados por una Naturaleza que es presentada con una fotografía y una estética brillantes. 

Hay una primera etapa de carácter propagandístico, rodadas, algunas de ellas, durante la segunda guerra mundial. Una de las primeras del tándem fue Paralelo 49. La idea no es nueva: un grupo de alemanes quedan aislados en Canada; su único objetivo será volver a casa. Lo encontramos ya en la Anábasis de Jenofonte. En la pantalla esa tensión del soldado que sobrevive en territorio enemigo se ha visto reflejada con gran acierto en obras como El submarino o En tierra hostil


En el primer caso también son alemanes, pero la tensión se incrementa al estar encerrados durante casi todo el metraje en un espacio tan claustrofóbico como un submarino. La otra es una película de Hollywood con todos los medios a su disposición. 

La película de Powell y Pressburger falla en este aspecto porque los personajes, a pesar de algún intento de matizarlos, no dejan de representar al nazismo en su versión más fanática y convencional y la parte propagandística lo devora todo. Sin embargo, puedes descubrir pequeños detalles en esa odisea que salvan el conjunto: el polvo de los caminos, el hambre que sienten delante de unos escaparates, el viaje en aeroplano, la tensión de ser descubiertos. 

Es una película tesis que opone los valores de la democracia al fascismo. Esos valores son representados por personajes tipo que reflejan dichos valores: la tolerancia entre diferentes, la libertad de culto, la civilización, la libertad de expresión. Lo que sobrevive a esos personajes son los actores que los interpretan -entre los que destacan Leslie Howard o Laurence Olivier-; transforman personajes que en un guión serían cartón y piedra en seres de carne y hueso, creíbles, cercanos. 

Sorprende encontrar entre estas obras menores una joya como The small black room. No es una película tan impresionante como las que harían en color, pero esa sencillez oculta mucho más talento de lo que parece, mucho más contenido de lo que podría pensarse de un primer vistazo.

Por un lado tenemos la historia de un personaje atormentado que no es capaz de superar sus problemas si no es bebiendo. Tal vez esta forma de contar una obsesión resulte arcaica y nadie utilizaría tales trucos técnicos en la actualidad, pero continúa manteniendo nuestra atención. Solo dos elementos: una botella y un reloj. Y un montaje asfixiante. 

Por el otro, tenemos una relación de pareja más compleja de lo que era habitual en este tipo de cine. Asombra que, no estando casados y siendo su noviazgo ocultado a los demás, se asuma con naturalidad que vivan juntos. Recordemos que es una película de los años cuarenta. El personaje femenino, es cierto, no deja de ser el apoyo del protagonista y gira a su alrededor, pero tiene una entidad y una fuerza mucho mayor de lo que aparenta. 

Finalmente la escena en la que debe demostrarse a sí mismo y a los demás que está a la altura se desarrolla en una playa. Es todo un tratado de cómo desmontar una bomba. Y se hace con sencillez y manteniendo la tensión. 

No falta el humor británico en detalles: cuando un ministro visita la sala de pruebas y demuestra su ignorancia delante de una calculadora o mostrando los ronquidos de un soldado o, por ejemplo, el ruido de unas obras que interrumpe constantemente a los personajes, mientras intentan explicar en una sala de juntas temas de gran importancia estratégica. 

Siendo una obra menor, es, seguramente, en estas creaciones donde podemos descubrir mucho mejor el talento de estos dos directores británicos, poco conocidos entre el gran público. 




domingo, 21 de julio de 2024

LA ESTRELLA AZUL Y LOS HIJOS DE LOS OTROS

 

La estrella azul tiene ideas muy interesantes. La primera es contar la historia de un tipo peculiar, Mauricio Aznar, integrante de un grupo de rock en los años noventa, que desapareció demasiado pronto. La segunda es intentar hacerlo de una manera diferente, intercalando elementos semi-documentales y rupturas de la cuarta pared. Y es aquí donde el atrevimiento no llega tan lejos y decepciona.

La parte ficcional se deja ver y es agradable, bien rodada y documentada, bien interpretada. Nos encontramos con un tono amable; no hay que herir sensibilidades y debes agradar al espectador medio. No criticas en exceso el entorno de las grandes discográficas; se idealiza el mundo de Santiago del Estereo como lo haría un europeo. Cuentas la vida de un personaje utópico e idealista. ¿Quién no se puede sentir cercano? Todo el mundo es bueno, ya se sabe. El director ha hecho su primera película; quiere rodar más, por supuesto.

Sin embargo, ¿por qué no va más lejos en el planteamiento documental? Solo rompe definitivamente con la cuarta pared al final, pero ¿podría haberlo hecho antes? Nos va preparando, por supuesto, por medio de diferentes ensoñaciones que tiene el protagonista -tal vez lo más valioso de la película-: entra en la televisión convirtiéndose en personaje de un reportaje, asegura que va a morir en tres escenas -como así será- y le pide al funcionario de turno que cambie sus prioridades, recibe un par de veces la visita de la Muerte -bajo diferentes formas, incluida la de una joven, tentación que no puede controlar, o difuminando la imagen con cámara subjetiva-. 

En el epílogo descubrimos que algunos de los actores que han intervenido en la parte de Argentina, como era previsible porque se nota en el tono, lo conocieron; el director, aquí, se decide por una entrevista colectiva que intercala preguntas convencionales y previsibles. El baile final con el equipo técnico es amable y nos deja una sonrisa, pero... ¿Por qué no se ha decidido antes por presentárnoslos? ¿Por qué no ha roto antes con esa cuarta pared de manera radical, intercalando esta ficción con un documental, introduciendo la realidad, mezclándola desde el principio, confundiéndonos, arriesgando en el envite? Tenía muchas maneras de hacerlo, pero no ha tomado ese camino.

La estrella azul  se queda en una idea atractiva que busca al gran público o, al menos, al público cinéfilo. Podría haber sido mejor, pero siempre hay prioridades. 

Los hijos de los otros -estrenada hace dos años- encaja con un subgénero bien asentado: mujeres de clase media, trabajadoras, con más de cuarenta años, que tienen su última oportunidad de ser madres.

El tono y el planteamiento me recuerdan al de La peor persona del mundo. No creo que sea casualidad. Si en la película noruega de Trier hay una evolución a lo largo de dos décadas, en este caso, son solo unos meses el meollo de la historia. 

Es realista, se realza lo cotidiano con diálogos y situaciones creíbles, plausibles. El personaje es complejo; debe enfrentarse a contradicciones diarias. Es cierto que, si tienes algún bagaje cinéfilo, piensas en las películas que Sautet hizo con la maravillosa Romy Schneider y esa influencia siempre va a ser productiva. Es evidente en el plano en que la protagonista cierra los ojos, disfrutando de un rayo de sol, como lo hace Romy en el final de Une historie simple. No he logrado encontrar ese final, pero aquí tenemos el principio para disfrutar de Romy. Hay pocas actrices que logren con un único plano decir tanto... 

Lo irónico es que el personaje de Romy, al final, está embarazada y decidirá tenerlo; la de Los hijos de los otros no lo va a estar nunca y tendrá que aceptarlo.

Volviendo a Los hijos de los otros. Te crees lo que ves, porque tú mismo has vivido o conoces ese día a día. Es profesora de instituto y puedo asegurar que esas escenas y esos diálogos -sean en una junta o en una clase- se dan. E igual podríamos decir cuando la directora y guionista nos habla de la relación de pareja o de los lazos que se crean con una niña que no es tu hija. 

El último plano -otro homenaje a Sautet-, como suele ser habitual en estos tiempos, es una mujer caminando hacia delante, sola, sin hijos, pero satisfecha con la vida que ha elegido. ¿Es un final feliz? ¿O podríamos hablar de un final ambiguo? Plantea preguntas, pero, como suele ocurrir en la vida o en el arte, nunca hay respuestas claras. 


martes, 9 de julio de 2024

APUNTES DE UN VIAJE

 

Un turista inglés, cuerpo sin alma, acaba de vomitar en la estación de tren de Chamartín. Nadie se sienta a su lado. Sus compañeros no saben qué hacer, piden disculpas a quienes los miran con desagrado, ponen la mano en el hombro del amigo. Es inútil. La felicidad se ha marchado.

Torrelavega. "La educación cambia a los que cambian el mundo". Frase escrita en los muros de un colegio. Cuando se escriben, el tópico y la utopía se vuelven ingenuos y ridículos. 

Niños jugando al escondite en pleno siglo XXI sin ningún tipo de tecnología; un gorrión muerto al borde de la carretera.

En los bares a veces ponen videoclips musicales como fondo, si no hay partidos de fútbol de la Eurocopa. Tienen muchos planos y el montaje es electrizante; no quieren que pienses. Hay excepciones: You`re beautiful de James Blunt me recuerda, salvando las distancias, al de Hardy. Solo tres planos de un muchacho joven y hermoso que a veces roza la abstracción. Con eso basta...

Viérnoles. Un jardín descuidado, abandonado; figuras mitológicas y un Neptuno, olvidado, rodeado de malas hierbas, se alza, orgulloso, sobre un mundo decadente. A unos metros, en el muro del patio de un instituto, una interpretación en clave feminista por parte de dos alumnas del mito de Medusa: rompe el tridente en pedazos, se rebela. Nos mira fijamente: "No, no soy un monstruo".

El Sardinero. Brisa del mar. Olor a salitre. La voz de un niño. Tiemblo; mis ojos enrojecen. Nostalgia de la infancia. Pies descalzos caminan sobre la arena, se mojan en la orilla, nadas; eres libre. Es suficiente estar aquí, escuchar el rumor de las olas, contemplar el infinito...

Un refugio entre los edificios de Torrelavega: bancos, mesas de madera, recipientes, plantas, dos puertas colocadas en el muro divisorio para darnos la impresión de que estamos en un hogar. Unos pocos vecinos han ocupado el solar. Antes este lugar fue un bar y aún se conservan sus baldosas; enfrente, había un prostíbulo. Esos clientes se fueron. Ahora es una empresa colectiva: desde hace nueve años. 

Contemplo una herida, la huella de una operación en la cabeza, una recta casi perfecta; el pelo que crece no la oculta. 

Los soportales de "Calle Mayor" se encuentran en Logroño. Planos fijos, fotografías convertidas en imágenes en movimiento; presente y pasado.  

"Las letras vuelan, se escapan", me asegura un vecino. Los franceses fracasaron y no conquistaron Logroño para que los turistas en sus calles se emborrachen con vinos y devoren tapas de diseño. 

Una escalera de color naranja que no lleva a ninguna parte. 

Garray: casas y fincas. Fervor constructivo. Dinero a espuertas, trabajadores y menús a quince euros. Excesos capitalistas a los pies de Numancia. Sus ruinas no protegen esta locura. El Duero es ajeno. 

Un hombre se arrodilla antes de entrar en la ermita del Mirón. Hay en Soria portadas románicas que lo merecen. No sería mala idea que todo turista lo hiciera y que, incluso, lamiera las piedras, mientras los demás les hacen fotografías. No descarto que alguien haga realidad algún día esta delirante ensoñación. 

Machado, a unos pasos, empujaba la silla de ruedas de Leonor. Un ganadero de la Mesta enriquecido, unos metros más abajo, construyó un palacio a imitación del Escorial que ocupa cientos de metros cuadrados. Mis dientes mastican los torreznos, los trituran. 

En el Duero un corzo se esconde entre las murallas; los arcos templarios de San Juan resisten el tiempo y el olmo reverdece. En la plaza Mayor la comunidad ecuatoriana celebra una fiesta: bailan, beben, comen y ríen. 

Cipreses enmarcan el cementerio de Las Casas, un barrio de Soria. En un muro de piedra fueron fusilados una decena de hombres en 1936, enterrados en una fosa común, desenterrados hace un año. En este tiempo ha crecido el trigo; oculta el muro. No quedan huellas, ni sangre, ni se escuchan voces ni gritos ni susurros. 

Suenan campanas. La llanura se extiende lejos, muy lejos. Campos segados o a punto de serlo. Nostalgia de mar.