viernes, 30 de diciembre de 2016

LA HISTORIA OFICIAL



La protagonista es una profesora de historia, y no es casual, pero los temas que aparecen en esta película van mucho más allá del momento histórico en que se sitúa: la incipiente democracia argentina tras la brutal dictadura de Videla y la situación concreta: los niños robados y las abuelas de la Plaza de Mayo. Hay una reflexión que en esta escena -clave, más importante de lo que parece en un principio; como se suele decir: aquí está el mensaje- se resume en dos comentarios. Uno, en la frase de un tal Mariano Moreno pronunciada a principios del siglo XIX: "Si no dejan publicar la verdad, va a triunfar la mentira, el embrutecimiento..." Y la segunda, brutal, escupida por uno de sus alumnos: "La historia la escriben los asesinos". 

Es una bofetada, un puñetazo en la cara. 

La protagonista tomará conciencia, dejará de mirar a otro lado, descubrirá la verdad. El final es demoledor.





Y, en realidad, las dos frases podrían servir para cualquier lugar del mundo en cualquier momento de nuestra historia. En el Egipto de Akenatón, en la Roma de los Graco, Augusto o Trajano, en la Grecia de Pericles o Alejandro Magno o en la China de los emperadores. En la Europa medieval o en la América conquistada. En la Francia de Vichy o en la Alemania de Hitler. En la antigua Yugoslavia y los países que nacieron tras su desmembramiento, en la Rusia comunista o en los Estados Unidos del macartismo. Y ahora. En la Siria de Al Asad, en el infierno del ISIS, en la Turquía de Erdogan, en la Rusia de Putin, en los Estados Unidos de Obama o de Trump o... en España...


Siempre, detrás de la historia oficial -la que escriben y escribirán los vencedores o los asesinos- está y estará la verdad, mucho más compleja y contradictoria

Aunque me temo que los seres humanos preferimos o aceptamos muchas veces la historia oficial. La verdad no es agradable; nos refleja en un espejo tal como somos.

domingo, 18 de diciembre de 2016

FRANTZ: UN RETORNO A LOS CLÁSICOS


Frantz, que se estrenará el 30 de diciembre en las salas españolas, parte de una película de los años treinta de Lubitsch, Remordimiento, que adaptó a su vez una obra de Maurice Rostand.

El argumento es sencillo. Estamos en 1919 en un pueblo de Alemania. Una mujer deja unas flores en la tumba de su prometido, que murió en el frente cuando estaba a punto de terminar la guerra. No sólo lo llora ella; también los padres del soldado.

Descubre, al llegar a la tumba, que un francés también ha venido esa misma mañana. Tras muchas dudas, el joven francés se presenta ante la familia del soldado alemán: era amigo suyo, al que conoció antes de la guerra. Por supuesto, recibirá la comprensión tanto de los padres que desean volver a recuperar el recuerdo del Frantz que perdieron, como el de su prometida, que encuentra en este joven francés una esperanza para poder rehacer su vida. Sin embargo, el francés no ha dicho toda la verdad...
Este es la historia de Lubitsch y la primera parte de la de Frantz...

En la película de Lubitsch el punto de vista es el de él. Por las críticas -no he podido ver la película- parece que el actor protagonista no fue bien elegido. En cambio, el padre del chico alemán lo interpreta Lionel Barrymore, uno de los mejores secundarios de la historia del cine. En esta escena hace un alegato pacifista, sentido y sincero.


Remordimiento.Lubitsch.Escena23 por lapuertadebabel

Ozon en su versión no ha cambiado nada, ni una coma del diálogo de esta escena. No era necesario. Es impecable.

En la de Ozon, ya aviso, el punto de vista es otro.

Han pasado más de ochenta años. Es un buen reflejo de cómo ha cambiado el mundo. No sorprende que la mirada esta vez sea la de ella. Y que sea una mujer decidida, con carácter, valiente.

Y aunque aparezca el tema central de la historia original, -el remordimiento, la culpa y la necesidad de volver a agarrar la vida con todas tus fuerzas tras una guerra brutal y despiadada-, ya no es lo mismo.

Sí, es cierto, hay un estilo clásico, elegante que recorre toda la narración.


Se nota en la elección del blanco y negro -aunque haya breves momentos en color para resaltar la poesía y el sueño-. Y me emociona. Pequeños detalles como pasear por las calles de un pueblo en los años veinte, subirse a un tren de los de antes, escribir cartas con papel y pluma. Ya no lo hacemos. Ni lo haremos. Es Historia. Y Ozon nos lo muestra como lo harían los cineastas de los años treinta y cuarenta.

Lo admito. He llorado. Soy un sentimental.

Me emociona el romanticismo en esta película del 2016, que para bien o para mal, hemos perdido. Los amores no son eternos, aunque lo deseemos. Aún así, nos gusta verlos en la pantalla, pensar que son posibles o que podrían llegar a serlo.

No. No es posible. Ozon es consciente de que los tiempos han cambiado.

Hay una primera parte que sigue la narración de Lubitsch, pero, a mitad de metraje, el rumbo gira muy sutilmente. Ella entonces debe hacer un viaje de descubrimiento, porque es ella, aquí y ahora, quien debe abrazar la vida.

Quizá no encuentre lo que busca en un principio, pero sí le servirá para descubrir su propio camino. La mujer como dueña de su destino. Impensable en los años treinta, incluso antes de los sesenta, clave sin la que no se puede entender nuestra sociedad, la del 2016, aunque aún las mujeres encuentren trabas para la igualdad real en el trabajo, en la relación de pareja, en la vida cotidiana.

Vale la pena ver esta película de Ozon.
Volvemos a los clásicos, en lo mejor que contiene esta palabra: elegancia, romanticismo, emoción contenida, sobriedad, sinceridad.

El final no es romántico.

El giro se ha completado.
Estamos en el Louvre ante una mujer independiente que mira un cuadro.
Y, sobre todo, es una mujer que quiere vivir...
Y lo hará...

PATERSON




Paterson.

Un pueblo. Un conductor de autobús.

Lunes. 

Estoy despierto. Miro el reloj. Son las seis de la mañana. 
Un beso a Laura. Su piel... 

Se despierta. Me cuenta un sueño: tenemos gemelos. 
Una caja de cerillas. Nace un poema de amor. 

Martes. 

La poética de lo cotidiano. La belleza de la anécdota. 
Lo extraordinario del detalle. La repetición y el tiempo. 
La cercanía y la amabilidad. 

Miércoles.

Una niña espera y me recita un poema. Un enamorado se desespera. 
Gemelos. 
El camarero del bar juega una partida de ajedrez contra sí mismo. 

Jueves. 

Miradas a través de un cristal. 
Diálogos de dos pasajeros. Desencuentros de dos cuerpos. 
Reflejos en el fondo de un vaso de cerveza. 

Viernes. 

Líneas blancas y negras en un pastel, en la cortina del baño, en el vestido de Laura.
Agua que cae. Una cascada. Lo llaman lluvia. 
Laura toca una melodía en su nueva guitarra. Un payaso arlequín.

Sábado. 

Felicidad de Laura. Una pantalla en blanco y negro...

Trozos de papel. Palabras perdidas, rotas, quebradas. Vacío.

Domingo. 

Un paseo solitario. Un japonés se sienta junto a mí. 
Me regala un cuaderno secreto. Otro. 
Abro el cuaderno. Una hoja en blanco.
Las palabras vuelven. Y se repiten... 

Lunes.

Estoy despierto. Miro el reloj. Son las seis de la mañana. 
Un beso a Laura. Su piel... 


Paterson ha escrito un poema. O Jarmusch...