domingo, 8 de mayo de 2016

A TODOS LOS DIOSES. NUEVE DÍAS EN ROMA. DÍAS 8 Y 9. EL FINAL DE UN VIAJE




          I.

...Hay una inscripción en latín. Afirma que Agripa, hijo de Lucio, en su tercer consulado construyó el monumento. Agripa fue el principal lugarteniente de Octavio Augusto, el primer emperador...

Ciento cuarenta años después, Adriano lo reconstruyó. El templo había sido arrasado por uno de esos frecuentes incendios que destruían barrios enteros de Roma. Y Adriano tomó la decisión de levantar uno nuevo. Tenía, tal vez, al mejor arquitecto de su tiempo, Apolodoro de Damasco. No está claro quién elaboró el plan constructivo. ¿Fue Apolodoro? ¿Adriano, que tenía aficiones en este campo, propuso ideas?...

...Flavio Nicéforo Focas Augusto, emperador bizantino, gobernó durante ocho años desde 602 al 610. Llegó al poder con un levantamiento militar y fue depuesto por otro golpe de Estado. Su sucesor lo asesinó, decapitó, mutiló y quemó su cuerpo. Nadie recordaría a este emperador, si no fuera por dos decisiones que tomó a lo largo de su breve mandato.

La primera consistió en alzar el último monumento del foro Romano: la llamada Columna de Focas... La otra fue un regalo. Focas donó al papá Bonifacio IV el Panteón para que lo transformara en un templo cristiano. El lugar sagrado dedicado a Júpiter, Venus y Marte se consagró a la Virgen María y a todos los santos en mayo del 609. 

Gracias a ese gesto, el Panteón ha sobrevivido a la ruina, el abandono o la destrucción...

II.

26 de abril de 2016.

Los vagones del metro atraviesan un puente. El Tíber está a mis pies. Al otro lado del río se encuentra el Vaticano.

Espero sólo media hora en la cola. Supero el control de seguridad, asciendo por las escaleras de caracol; pasillos infinitos se abren ante mí.

Hay dos caminos.

Uno de ellos te lleva a las pinturas de Rafael y a la Capilla Sixtina y los frescos de Miguel Ángel. Encontrarás cientos, miles de personas, sentirás el agobio, la opresión, el fastidio. 


Desearás volver al punto de salida y que termine la carrera de obstáculos. Si, tras atravesar los cientos de salas, llegas a tu objetivo, tal vez tengas suerte y en un momento, muy breve, puedas disfrutar de las pinturas sin el ruido de fondo: palabras que explican e interpretan las figuras imaginadas en el silencio de un taller hace más de cinco siglos. No necesitan esas palabras...

¿Merece la pena?

Otro te lleva a lugares menos transitados. Cientos de antigüedades, colección adquirida o saqueada por decenas de papas, salas concebidas para que los pontífices alcanzaran la eternidad en la Tierra. 

                                           

La escultura romana, el arte egipcio, la cultura etrusca, la cerámica griega, el relieve, el mosaico...


Los Museos Vaticanos te debilitan, queman tus energías, si no buscas un refugio en el que tu espíritu descanse del ruido.

Subes al Duomo; bajas a las catacumbas. San Pedro. Estás arriba, en el cielo; estás abajo con los restos mortales de los pontífices, hacedores de puentes. Este no es mi centro del mundo. Siento vacío en el estómago.

El Gianícolo.
Rodeo los muros alzados por los representantes del Dios cristiano en la Tierra. Garibaldi contempla Roma a lomos de su caballo. Dos chicas jóvenes hacen bocetos de la vista que tienen a sus pies como hace unos días en las Termas de Diocleciano otros dos desconocidos. Un deja vu.
Mientras bajo las escaleras hacia el Tíber, me parece estar en Oporto, hace un par de años. 
Ella estaba viva entonces...

Los viajes se confunden. Me desoriento. Mezclo, revuelvo, combino los tiempos y los espacios. El Tiempo es flexible.

Noto en la boca el bacon crujiente. Pasta a la carbonara. 

Los placeres se enredan en la memoria...


III.

El óculo. El ojo. Miras a través de él.

Las nubes pasan. El tiempo se desliza, resbala, fluye. Los ojos fijan su mirada en un punto. Blanco y azul. Gris y negro. Nada se detiene. Todo continúa moviéndose al ritmo del universo.

Descubres con tu mirada. Lo minúsculo y lo titánico. La célula y las estrellas.

Entra la luz. Las sombras te protegen o te persiguen. Depende de ti.


IV.


Me encuentro en un patio. No hay techo que me cubra. A mi alrededor los muros están derruídos; se alzan entre cascotes, algunos; de otros, sólo queda el esqueleto: ladrillos, piedras unidas entre sí por argamasa. Salgo del patio y entro en otro. El mismo panorama. Y en el siguiente. Y también en el siguiente.

No puedo salir del laberinto.


V.

27 de abril de 2016.

Una mañana en Roma. La última.
Los que van al trabajo tienen prisa. Atasco. El tráfico está congestionado.
Los primeros turistas se dirigen al lugar de encuentro. Los vendedores ambulantes ocupan sus puestos. Todo vuelve al comienzo de nuevo.

En el Panteón contemplo el óculo. Pasan las nubes. Un trozo de cielo. Su ritmo, el de la Naturaleza, es diferente al nuestro.
Estoy casi a solas durante quince minutos. Luego llega un grupo de turistas. 
La magia se ha roto.
Me marcho, pero ahí sigue y seguirá cuando ya no estén los seres a los que ha amado o a los que amé, cuando ya no estemos, cuando ya no esté...

En el Campo de Fiori sólo hay tres puestos de flores. El resto vende verdura, frutas o ropa.
Franqueo la entrada de dos iglesias menores. En una de ellas, veo a un hombre solitario, que reza a sus dioses; en la otra, oculta, en una capilla, a oscuras, un belén que espera su oportunidad.
En San Stefano, un sacerdote ortodoxo serio, hosco, silencioso.

No podré ver a Caravaggio o a Bernini en el Museo Borghese. Hay que reservar con mucha antelación. A cambio, paseo por el parque. El tiempo es agradable. La primavera está aquí. Disfruto de ese momento perfecto en el que ni el frío ni el calor molestan al cuerpo.

Los silencios entre dos puntos explican las junturas, rellenan los huecos...


En Villa Farnesina el Renacimiento te acoge. Rafael y otros artistas te insuflan de optimismo. Tienen fe en el hombre; todavía no la habían perdido.


En Augusto, un restaurante popular, degusto unos ravioli y una tarta de cerezas. El vino de la casa me resulta agradable. 

El hijo de la propietaria es un adolescente pegado a un móvil.

- ¡Deja el móvil! ¡Guárdalo! ¡No comas con el móvil! -le repite una y otra vez su madre.

Una mujer de cuarenta años acaba de llegar. Está hablando con la camarera y otra de las propietarias. Se conocen. ¿Un familiar, otra camarera que hoy tiene día libre? Viene del juzgado, por lo que parece. ¿Un divorcio? ¿Asuntos de herencias? Los gestos son de preocupación. Sus interlocutoras la comprenden y apoyan.

Una pareja de españoles quiere carne; intenta hacerse comprender. Una pareja de italianos se decide por pasta con salsa de tomate.

Dos horas después en la colina del Celio.

En Santa Sabina, columnas romanas. Estuvieron en un templo pagano; ahora sostienen otro católico. A la salida, una figura labrada en el tronco muerto de un árbol. Mi cuerpo tiembla.

 


A través de la cerradura contemplo una catedral de San Pedro, lejana. En otra iglesia exponen a fotógrafos y pintores desconocidos.

Me separo del Panteón.

Pasta alla amatriciana.
Concierto de un coro. Cantan un Stabat Mater. El autor es del siglo pasado. Identifico en uno de los espectadores un gesto similar al de mi madre. Me acuerdo de ella.

¡Quién sabe lo que está haciendo, en qué está pensando!
Como el río que fluye, nada tiene fin.

                                  

El eco de mis pisadas. Los últimos pasos que me despiden de Roma...


VI.

El Panteón estuvo dedicado a todos los Dioses.
El Dios cristiano cree que acabó con ellos; se equivoca.
Allí están todavía.
Nos protegen o se ríen de nosotros.
Así son los dioses.
Así es Roma.






  

sábado, 7 de mayo de 2016

A TODOS LOS DIOSES. NUEVE DÍAS EN ROMA. DÍA 7




I.

25 de abril de 2016.

Me despierto. He tenido un mal sueño. Noto mis músculos tensos. Me voy relajando a lo largo de la mañana.

No ayuda que el cielo esté cubierto. Amenaza lluvia. El ambiente está cargado.

Voy a dedicar esta mañana a los foros y el Palatino.

                                                


Se ha ampliado el paseo, la zona abierta al público en estos últimos años. Han cerrado la basilica de Majencio -precursora de las basílicas cristinas constantineas- por culpa de las obras del metro en la línea C, y bajo el arco de Septimio Severo -aunque aquí parece sólo que pretenden restaurar una parte de la Vía Sacra.



Santa María Antigua está abierta y sus pinturas parietales, restauradas. Una parte de la entrada al Palatino, concebida por Tiberio, también. Se especula que pudo ser en alguno de estos pasillos donde Calígula fue asesinado.

Han llevado a cabo excavaciones cerca de la basílica Julia. Hace unos meses abrieron la Casa de las Vestales.

Al subir al Palatino puedes contemplar una zona que desconocía: bajo la iglesia de San Sebastián, han encontrado las ruinas del templo que levantó Heliogábalo al dios Sol. ¿Hubo sacrificios de niños como aseguraban algunas fuentes antiguas? La Historia Augusta no siempre es muy fiable, pero este emperador era demasiado oriental para que Roma lo aceptara.

Más conservadores fueron Augusto y Livia. Y respetuosos con la tradición. Tanto que cerca del Templo de la Magna Mater y de la cabaña de Rómulo -se han descubierto recientemente cabañas que nos devuelven a la época y al lugar donde se fundó Roma-, decidieron levantar sus casas privadas. Augusto compró la casa de Hortensio Hortalo y las de otros senadores y ese fue el arranque de una labor constructiva que convertiría la colina del Palatino en el alojamiento de los futuros emperadores. El término palacio tiene aquí su origen. Y sí, fueron palacios los que pusieron en pie. Restos de los de Augusto, reformas de Tiberio o Claudio -encontramos el Aqua Claudia a pie de calle-, el criptopórtico de Nerón, el Ninfeo de época Flavia, el circo de Domiciano, las aportaciones de la dinastía de los Severo.



No olvido las sorpresas que los arqueólogos aún descubrirán en el futuro. Hay una visita que tengo pendiente; la de una domus de época republicana con pinturas del primer o segundo estilo pompeyano.

El Coliseo. El tiempo y los Barberini, entre otros, lo saquearon. Y resiste. A las hordas de bárbaros y a las de turistas. Roma no sería Roma sin el Coliseo. Tal vez...



II.

En San Clemente estuve en una visita anterior. Está más organizado, pero ha perdido parte de su encanto. Y han subido los precios. Con todo, sigo apreciando esa mezcla de tiempos y tradiciones en un mismo espacio. Tenemos una domus, un templo a Isis y una iglesia cristiana. 


Sólo Roma te puede ofrecer tanto en tan reducido espacio.

En la de los San Cuatro Coronati hay un claustro, al que se accede con cierta dificultad. Bloquean la puerta con un cerrojo para controlar la entrada de turistas. 


El juego de luces -sobre todo en un día como éste en el que las nubes ocultan el sol y se apartan un instante después, tiene algo de mágico. Lo agradezco.

Dedico la tarde a pasear por la colina del Celio. Dulces placeres entre el sol y la sombra de una tarde primaveral. Un niño gatea ante la mirada de sus padres hacia una fuente que lanza un chorro de agua y de luz.

St. María Domnica. Otro mosaico del siglo VIII que representa a la Virgen entronizada.

En la Villa Celimontana, en su entrada, hay una plaza; el nombre recuerda a todas las víctimas de la inmigración, sobre todo a las de Lampedusa.
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La iglesia de San Giovanni y Paolo me recuerda a la del Laterano o al Gesú. No me agrada. Prefiero la intimidad al espectáculo.

A la salida, a mano derecha los restos de Aqua Claudia. A la izquierda, la base del templo de Claudio. A unos pasos, viviendas medievales y restos de una domus.

Ceno lasaña en la Vaca embriagada... Delante de mí comen una pareja de ingleses. Están enamorados. Ella lleva el pelo recogido en un moño. Mira al chico con ternura; tiene alrededor del cuello un pañuelo verde y sus pendientes están a juego. Cejas estilizadas, cuello largo. Me fijo ahora en él. Tiene el pelo rizado, barba de una semana, camiseta floreada y gafas a la moda.
Los dos tienen la barbilla marcada. Sus hijos herederán esta peculiaridad.
Se cogen de la mano. Se retan a aguantarse la mirada, sin reírse. Ella enseguida rompe a reír. Ha ganado él.
Me los vuelvo a encontrar a la salida. A unos metros, nuestros caminos se separan. 

Abrazados, se pierden entre las piedras de Roma.

Paseo por el antiguo barrio de la Suburra. Casas elegantes, fachadas restauradas, jardines colgantes.



III.

El barrio del Panteón.


Un hombre, tendrá treinta años, con un potente chorro de voz, impresionante, canta Oh, sole mio acompañado por su guitarra entre las mesas de un restaurante.
Una camioneta ha aparcado a un lado del Panteón. Parecen rumanos. Dos hombres; uno, apoyado en la camioneta. El otro exige dinero a un grupo de chicas. Una jovencita se ha apartado de sus compañeras; discute con él.
Un vendedor callejero -le he visto varias veces por la zona- huye de un policía. El agente de la ley le obliga a marcharse de la plaza.

-Es un maleducado. Es mala persona. Lo conozco. El mismo de siempre...


Hay muchas historias por contar. Y todas, a la sombra del Panteón...

A TODOS LOS DIOSES. NUEVE DIÁS EN ROMA. DÍA 6.



I.

24 de abril de 2016.

Es domingo, el día del Señor, el de Júpiter...

Por supuesto, el mejor día para visitar las iglesias es este. Comienzo por la que tengo más cerca del alojamiento.

A dos calles tengo la de Santa Praesede. Destaca un mosaico de época bizantina: Santa Praesede y Pudenciana, mártires, son recibidas en el Cielo. La imagen del cordero sobre el trono es una constante en esta imaginería religiosa: representa el regreso de Cristo en el Juicio Final.

Las muertes de estas dos mártires me resultan familiares. Fueron asesinadas por proporcionar un entierro cristiano a otros. Me viene a la mente un mito griego, el de Antígona, que es condenada por querer enterrar a su hermano, aunque se lo habían prohibido. ¿Casualidad? Desconfío de esa palabra, sobre todo, si hablamos de la capacidad que tuvo el cristianismo de asimilar todas las tradiciones religiosas que le precedieron.

En San Pietro in Vincoli el ábside es mucho más descafeinado. Responde a otra época, el neoclásico. Falta vigor; yo iría más allá, carece de fe.

A su lado, el Moisés de Miguel Ángel se yerge como un titán. 


Tengo un pequeño privilegio: lo contemplo en soledad. Antes de que vengan cientos de grupos con sus guías y cámaras de fotos, puedo disfrutar de esta obra. ¿En qué te fijas? En los músculos de su cuerpo, en el rostro, la mirada terrible, digna. ¿Y qué decir de la barba? Y el manto, colocado sobre la pierna. Esta estatua despierta en quien lo ve un solo sentimiento: respeto.

Llegan cientos de turistas. Huyo.

Hago una excepción por mi ruta religiosa. Me interesa visitar la domus Áurea de Nerón. Tengo suerte; hay plazas para una visita guiada en unos minutos.

La Domus Áurea cubría un espacio inmenso en el centro de Roma.


Nerón quiso construir su villa privada en un lugar privilegiado. Aprovechó las consecuencias del incendio del 64 d.C. para levantar un entramado arquitectónico original y moderno. Tuvo a los mejores diseñadores y arquitectos a su disposición.



Nerón ha sido el gran vilipendiado de la historia. Los cristianos no le perdonaron que los acusara del incendio y las fuentes senatoriales le crucificaron acusándole de todo tipo de crímenes. La culpabilidad por el incendio ha sido puesta en duda desde hace decenios. Y sus crímenes están más ligados a las intrigas por el poder -asesinato de su madre y de sus esposas, conspiración de Pisón- que a una mente enferma o psicótica. No fue un buen gobernante, aunque hay que situarle en su justo término. Amó el arte y la cultura griega y se ganó el favor del pueblo; eso sí, dejando las arcas del Estado vacías.

Su gran obra de arte sería la Domus Áurea. Los emperadores que le siguieron enterraron el recinto. Los Flavios construyendo sobre el estanque el Coliseo. Trajano levantando unas termas y saqueando todo el mármol que pudo. Adriano con su templo de Venus y Roma.

Sin embargo, influyó y mucho en la arquitectura y pintura posterior.
Se piensa que Apolodoro de Damasco, el gran arquitecto de Trajano, pudo ver mucho de la Domus y que lo aprovechara en sus propias obras. 

Hay muchos lugares de la Domus Áurea que te recuerdan a los Mercados de Trajano o al mismo Panteón.

Tras su redescubrimiento, en el siglo XV, las pinturas parietales que se encontraron en las excavaciones influyeron en los artistas del Renacimiento, creando, incluso un nuevo término: grotesco, ya que se podían contemplar en grutas, excavadas en la tierra.

Trajano, que quiso hacerlo desaparecer, con la damnatio memoriae, curiosamente, facilitó su conservación. Enterrado durante siglos, la Domus Áurea ha sido excavada en los últimos años de manera sistemática y los tesoros que alberga son incontables.

                                                   


Notas la magia en el recorrido por esta antigua residencia. La zona que se encuentra bajo el parque de la colina Oppia, debió corresponder a un espacio o pabellón para recibir a autoridades o invitados. Caminas entre salas, salones, pasillos, antiguos pórticos, enterrados bajo metros y metros de tierra.

Sólo puedes intuir, muy de lejos, lo que sus contemporáneos debieron sentir al ver una obra de tal envergadura.

Parece que su conservación está en peligro por un extraño conflicto de intereses. Los árboles del parque con su peso aplastan la estructura.


Una solución sería reducir el espacio del parque, eliminando gran parte del humus acumulado a lo largo de los siglos, pero eso supondría cerrarlo y acometer obras. Y el parque tiene un valor histórico -aquí chocamos con la Administración- y, además, los vecinos perderían un pulmón verde del que disfrutan. A la espera de qué medidas se tomen, cada sábado y domingo se puede visitar en grupos de 25 personas una de las grandes maravillas de la Antiguedad, enterrada durante siglos, y ahora, recuperada, aunque sólo sea pálidamente, para nosotros.

En el salón central que tenía la peculiaridad de moverse y cambiar de posición, afirma Suetonio que Nerón lanzaba pétalos de rosa a sus invitados desde el óculo, ese precursor del Panteón.


Nerón era un artista... incomprendido.

Al salir la luz del sol te ciega. Te acostumbras poco a poco a ella. 

Las paredes y los puentes de Roma te hablan. Graffitis, frases de protesta, corazones enamorados...

                                             

Caminando con tranquilidad llegas hasta el Circo Máximo. Asisto a una procesión laica. Hombres y mujeres, vestidos y vestidas como romanos. Los antiguos Dioses vuelven a las calles de Roma. 

                                                

Al otro lado, en el Vaticano, jóvenes católicos de todo el mundo celebran junto a Francisco I unas jornadas de la Juventud. Hoy es el día de los Dioses, sin duda.

Me refugio en la cercana Basílica de Santa María en Cosmedin. Mientras los turistas se hacen fotografías, poniendo la mano en la antigua tapa de cloaca, imitando a Audrey Hepburn y Gregory Peck, entro en la iglesia. Asisto a una celebración ortodoxa. Escucho los cantos. La música, monocorde me lleva a unos ritos profundos, misteriosos. El espacio se llena de extraños silencios. Te adentras, como ante la contemplación de la Naturaleza, en el interior de ti mismo.

Y así es también en la cercana isla Tiberina, junto al puente Roto. Cierras los ojos y escuchas a tu lado el fluir del río Tíber. Tranquilidad, serenidad. A lo lejos, los ruidos de la ciudad; el tráfico en domingo. El agua cae, fluye. Los ritmos del cuerpo y del mundo se asemejan. La sangre y el agua. Son sólo uno. La melodía de la vida que se desliza por nuestras venas.

Paso al otro lado del Tíber, el Trastévere.

Al llegar a Santa Cecilia llego a tiempo para una misa. Esta vez, católica. El coro canta el Aleluya de Haendel. De nuevo la música, el vehículo para acercarse a la Divinidad o al interior de uno mismo.

En San Crisognono miras hacia arriba, ¡cómo no! El artesonado del techo es una maravilla. Y el baldaquino, a semejanza del de San Pietro del Vaticano, es de Bernini.

Otra vez, Bernini, en San Francesco a Ripa. Y otra mujer, en éxtasis. El cristianismo convirtió el sexo en un tabú, pero el sexo no se puede ocultar; nos acompaña siempre. Bernini demuestra cierta experiencia en esta materia. 


Sus mujeres, en estado de trance, nos recuerdan que el éxtasis religioso y el corporal tal vez tienen demasiadas similitudes...

Es hora de comer. El restaurante de Augusto tiene una larga lista de espera. Me decido por L'Antico Moro, a dos calles. Disfruto de unas vongole y un tiramisú.

Para bajar el vino de la casa, continúo por el Renacimiento y el Barroco. Visito dos espacios en los que Bramante y Borromini brillaron con luz propia.

En San Pietro en Montorio, con ayuda económica de la Academia de España, anexa al edificio, han restaurado el templete de Bramante. Sencillez, perfección sin alardes.

Al otro lado del río, en el Palacio Spada, Borromini, añade un juego de perspectivas. Un gato, asiste, tranquilo, relajado, a las visitas de los turistas.


Cruzo la plaza del Panteón. Un grupo de armenios están celebrando una fiesta. Bailes tradicionales y alguna reivindicación, recordando la masacre de los turcos hace un siglo.

Nunca había entrado en el Castillo de Sant Angelo. Residencia y fortaleza de papas. Mausoleo que acogió las cenizas de Adriano. Las pinturas de las salas que los Papas prepararon y adecentaron, me recuerdan a las que he visto esta mañana en la Domus Áurea. Los artistas bebieron de esas fuentes, aunque fueran paganas.
Y pagano fue el lugar, una tumba para Sabina, el hijo adoptivo de Adriano, Lucio Vero y las cenizas del propio Adriano.

Una rampa helicoidal -imaginamos la procesión que Antonino Pío, su sucesor, celebraría, llevando las cenizas de Adriano-, nos acerca al centro del recinto, el lugar donde se depositaron los restos del emperador.

                                       

Una placa recuerda sus últimos versos...
Animula vagula, blandula, hospes, comesque corporis...

En Santa María del Popolo, Caravaggio brilla, como siempre, entre la mediocridad. Hoy, domingo, hay una larga cola para ver sus cuadros. Prefiero volver otro día.

Termino las visitas con la iglesia de Gesú. Es el Barroco en su estado puro. Te aplasta.


II. 

El periodo de Adriano coincide con un florecimiento de la cultura griega en
todos sus ámbitos. La labor constructiva de Adriano en todo el imperio se apoyó en la fundación de ciudades y su modernización.

En Roma levantó entre otros, el Panteón, un auditorio, su propio Mausoleo, donde reposarían sus restos, los de su esposa y Lucio Vero, su primer hijo adoptivo y, finalmente, el templo de Venus y Roma, sobre algunas de las ruinas de la Domus Áurea neroniana.

En Grecia, concretamente, en Atenas, concluyó el templo de Zeus, abrió auditorios y centros culturales, reformó el foro romano, intensificó y apoyó a escuelas filosóficas y literarias. Construyó bibliotecas, acueductos, termas y teatros.

No olvido la Villa Adriana. Esta no hubiera sido posible sin Antinoo.

Adriano estaba casado con Sabina por obligación, ya que como muchos, los matrimonios políticos eran de conveniencia. Sus relaciones nunca fueron buenas, pero la respetó siempre, aunque según parece, participara, apoyando indirectamente, algún complot contra él.

Conoció a Antinoo en uno de sus viajes, en Bitinia. Tendría unos catorce años. Adriano vio en Antinoo a un efebo: la relación que mantenían un adolescente y un hombre maduro, relación que no era tanto sexual, sino de conocimiento y aprendizaje intelectual en la búsqueda de la perfección y la belleza. Bueno, en teoría. Fueron siete años que terminaron bruscamente con la muerte de Antinoo. Un gran misterio la envuelve. ¿Fue un suicidio ritual, un sacrificio? ¿Un accidente? ¿Un asesinato orquestado por grupos de presión en Roma que veían en peligro su influencia? Nunca lo sabremos.

Sí sabemos lo que hizo después Adriano. Convirtió a Antinoo en un dios. Construyó ciudades en su honor -Antinoopolis-, recreó su figura en estatuas y relieves que podemos encontrar a lo largo de todo el imperio. Templos que lo veneraban, sacerdotes que cuidaran de su culto. Y Villa Adriana.

Villa Adriana recuerda el lugar donde murió Antinoo. Egipto y su cultura, en la que lo griego se mezcla sin solución de continuidad. El último estertor de una época que se acababa...

Los últimos años de Adriano no fueron felices.

El levantamiento judío rompió con ese periodo de paz y concordia que parecía extenderse al resto del Imperio. Ninguno de sus sucesores podría disfrutar de la tranquilidad que tuvo durante su mandato.

Nombrar un heredero adecuado. Lucio Vero fue el primer elegido. Su muerte prematura obligó a Adriano a variar sus preferencias. Acertó. Antonino Pío y, a continuación, Marco Aurelio y el hijo de Lucio Vero.

La enfermedad lo abrumaba. El dolor era intenso. Vivir, un suplicio. El suicidio, una salida.

Recluido en Villa Adriana, despreciando Roma y sus oropeles, consciente de que su vida se acababa, tal vez escribiera entonces una autobiografía, parecida a la que Yourcenar, siglos después, publicó.

No sabremos qué pensamientos tendría Adriano en sus últimos meses. ¿Sentiría orgullo por la obra de su vida? ¿Se arrepentiría de decisiones que según parece tuvo que justificar en la mencionada biografía? ¿Notaría la soledad del poder, esa que acompaña a todo aquel que lo detenta?

Escribió unos versos antes de morir. Son los de un hombre que amó la vida, la cultura y todo lo que nos ofrece y que se despide con cierta melancolía y nostalgía...

Animula vagula, blandula, hospes, comesque corporis, quae nunc abibis in loca pallidula, rigida, nudula nec, ut soles, dabis iocos...

Pequeña alma, errante, suave, huésped y compañera del cuerpo, que irás ahora a un lugar pálido, helado, privado de todo; ya no disfrutarás, como acostumbrabas...



viernes, 6 de mayo de 2016

A TODOS LOS DIOSES DE ROMA. NUEVE DÍAS EN ROMA. DÍAS 4 Y 5.


I

22 de abril de 2016

Noto vibraciones en la habitación. ¿Será la resaca por la borrachera de anoche? ¿La reminiscencia de un sueño erótico nocturno o por una noche loca con una mujer de bandera?

No, no es nada de eso. Ni bebo tanto ni mis sueños son tan interesantes. Y de conquistas, mejor pasemos un tupido velo por el asunto.

No puedo asegurarlo, pero debe ser el metro. Las obras de la línea C se hacen eternas. Sólo hay dos líneas de metro, porque en cuanto las excavadoras levantan un poco de terreno, se encuentran con piedras de incalculable valor arqueológico y todo se paraliza y hay que volver a planificar un nuevo recorrido.

Me ducho y desayuno. En dos paradas estoy frente a las ruinas de las termas de Caracalla. Se alzan como un esqueleto, orgulloso, gallardo. Caracalla quiso pasar a la posteridad levantando un monumento público del que disfrutaron generaciones. Sus termas responden al planteamiento convencional: los baños fríos, templados, calientes. Y espacios para el ocio: bibliotecas, saunas, jardines...

                                                      


Caracalla asesinó a su hermano delante de su madre. Fue brutal y despiadado. Eran tiempos duros, que requerían de mano de hierro para mantenerse en el poder. No le sirvió de mucho; se granjeó poderosos enemigos, incluso, en el ejército. Su asesinato estuvo a la altura de sus crímenes; mientras hacía sus necesidades, -no hay muerte más humillante que la que tuvo- un hombre de su guardia, probablemente pagado por los verdaderos conspiradores, lo apuñaló. A continuación, mataron al asesino con una jabalina, cuando intentaba huir. Una conspiración en toda regla, vamos. Como Kennedy y Lee Harvey Oswald.

Las cornejas, los cuervos levantan el vuelo entre las cúpulas y los arcos que han sobrevivido al paso del tiempo. Las lagartijas encuentran un escondite entre los huecos y las junturas. El ruido del tráfico, a lo lejos, de un viernes por la mañana.

Hoy quiero ir al campo. Y sí, con que camines un rato sales de Roma y retornas a las viejas raíces en las que Roma se fundó. Tal como Cincinato la conoció. O casi...

Salgo del caos circulatorio. Para dirigirte a la Vía Appia Antica debes superar un cruce. Los semáforos ayudan; que la luz verde sólo dure cinco segundos, no tanto. Tras hacerte una buena carrera y demostrarte a ti mismo unas dotes de atleta que desconocías, encaminas tus pasos hacia la puerta de San Sebastián. Dudas en esperar al autobús 118. Tarda demasiado tiempo y aún eres joven y con buena disposición para el esfuerzo físico; tu ánimo ha decidido: ¡Viva el camino!

El día acompaña. El tiempo es primaveral. En sombra, una ligera brisa. Bajo el sol, un picorcillo alegre. A un lado y a otro, fincas o chalets de personajes influyentes. El Mausoleo de los Escipiones como único reclamo turístico.

La puerta de San Sebastián te devuelve a la Via Appia Antica. Hay un grupo numeroso de alumnos, acompañado de cuatro profesores. Parecen dispuestos a caminar.

El primer tramo no es muy alentador. La frecuencia del tráfico es muy alta. Y el espacio para el peatón, escaso. Vamos en fila de a uno. Como mi ritmo es más animado que el de estos muchachos, tengo que estar atento cuando los adelanto a los coches que me vienen de frente. Caminar exige estar con todos los sentidos alerta.

Llegamos al lugar donde Jesús le dijo a Pedro: Quo vadis? Es un cruce de caminos. Probablemente lo fue hace dos mil años. La Vía Appia continúa por la izquierda. La carretera se estrecha; la acera, también. Mi constitución -soy bastante delgado- permite que sobreviva a los carros con motor; el caminante atisba la salvación. Uno no sabe cómo ha llegado a la primera parada del recorrido: las catacumbas de San Calixto.

Lo tienen muy bien organizado. Hay visitas guiadas en italiano, español, alemán, francés. Elijo la de italiano; tengo que practicar. El grupo lo formamos tres amigos de Perugia, un servidor y un grupo de alumnos de Bachillerato de Ciencias de Siena. El recorrido es rápido. Nos detenemos puntualmente en alguna tumba o capilla. La guía se para ante una lápida escrita en latín. Los estudiantes no tienen ni idea de latín. La guía lo intenta.

- Esto es nominativo. Y esto es dativo. Números romanos seguido de annis. Entonces, ¿cómo se traduce?... Bene merenti, que significa...

Silencio. Los chicos italianos de Ciencias no saben latín. Estamos perdidos...

A unos metros están las catacumbas de San Sebastián. Mucho menos interesantes. Destaca un cenotafio subterráneo, construido por un senador para toda su familia, incluidos sus libertos.

La carretera se acabó. Encontraré algún coche que se cuela -dos turistas se hacen una fotografía, subidos a un coche; siempre podrán decir que “caminaron” por la Vía Appia-, pero a partir de este momento, el camino es peatonal. Sólo me cruzaré con ciclistas y parejas de caminantes.



A un lado y a otro vas encontrando lugares en los que detener tu mirada. El circo de Majencio y la tumba que construyó para su hijo Rómulo. La tumba de Cecilia Metella. La tumba de los Veti.

                                                 

Hay zonas más restauradas, con baldosas, colocadas como si no hubiera pasado el tiempo por ellas. Otras torturan tus maltrechos pies.


La Villa Quintili o de Cómodo será la parada final. Cómodo se enamoró de la villa y se la “compró” a sus propietarios. Comprar es una forma sutil de decir que se la quitó. 





Cómodo, sin duda, sabía cómo convencer a la gente. Parece que en verano disfrutaba de las ventajas que le ofrecía vivir lejos de Roma y que allí entrenaba con gladiadores -una de sus grandes pasiones-.

Cuando salgo de la villa, me encuentro con un grupo numeroso de cabras. ¿No querías ir al campo? Pues, aquí lo tienes. 

                                                

Un pastor alemán surge de repente en el horizonte y empieza a perseguirlas; al principio, pienso que es el perro del pastor o pastora que aparecerá de repente con su flauta en la mano, pero no... pronto escucho la voz de su propietario, llamándole insistentemente. El pastor alemán se obsesiona con una cabrita; al final, la deja escapar y obedece la voz de su amo. La cabra se queda quieta, mirándole, mientras se marcha. Las otras se han alejado de la Vía Appia. La cabrita, sola, descolgada, vuelve con sus compañeras.

Vuelvo a verlo más tarde. El propietario, que aprovecha para hacer footing. El pastor alemán abriendo el camino. Y otro perrito, más lanudo, con la lengua fuera, intentando no perderlos de vista.

La vuelta a la ciudad es más cansada. Una siesta y una ducha siempre es de agradecer, después de una ardua caminata.

Promocionan una fiesta de la Naturaleza en Villa Giulia. Hago una escapada. Encuentro tenderetes con comida y bebida vegetariana y un concierto de pop. Todo muy políticamente correcto. Me aburre; así que prefiero pasear por Roma.

Ya es de noche.

En Vía del Corso me cruzo con parejas que han hecho sus compras. Ellas, con las bolsas de tiendas de marca, apoyándose en los brazos de sus compañeros.

Un indigente me dice que quiere enseñarme algo. Se lo agradezco, pero rechazo su oferta. ¿Qué querría mostrarme? Siempre me quedará la duda...

Rastros del pasado. La sede del PCI, Partido Comunista Italiano, ahora pertenece a la coalición de izquierdas que detenta el poder. Gramsci sustituido por Renzi; es la música de nuestros tiempos.



Sólo queda una placa que lo recuerda.

En la antigua Suburra el ambiente nocturno está en su punto álgido. Parece una zona de marcha. Vendedores ambulantes meditan en las escaleras sobre el sentido de la existencia. Un tipo duerme su borrachera, apoyado en la barandilla.

Vuelvo a notar las vibraciones en la habitación. Cierro los ojos...


II.

...Llegamos a la cúpula, el tercer nivel del espacio interior, el elemento que distingue al Panteón.

Se compone de cinco filas de casetones, que decrecen a medida que se acercan al punto más alto, el centro, donde encuentran un óculo de nueve metros de diámetro. Se piensa que estarían forrados de bronce.

En el exterior se arranca desde una sobreelevación del muro con siete anillos superpuestos. El primer anillo debía estar cubierto de mármol; el resto, con bronce, perdido a excepción de la zona del óculo.

¿Cómo se sostiene la cúpula? Hay varios elementos arquitectónicos que lo explican.

En primer lugar, los muros de opera latericia, -hormigón y ladrillos- ocultos en un primer nivel tras los nichos, pero que cumplen una función más importante, la de sostener el peso de la cúpula a través de arcos de descarga, visibles en la parte posterior del edificio en la actualidad.

Por otro lado, los anillos están construídos de manera parcial y sucesiva, sosteniendo cada uno de ellos al otro. Y la abertura de casetones, los nichos, las ventanas e, incluso, el óculo, además de su aparente función decorativa -aunque se hayan perdido con el paso del tiempo los elementos que los integraban- aligeraban el peso de los anillos.

El material utilizado también tiene su importancia. Hormigón, tufo y escoria volcánica. Es un hormigón mezclado con agua y los elementos señalados. Eso permitía más resistencia y más porosidad al ser mezclado con otros materiales. Se disminuyó el espesor utilizando piedra pómez en lugar de la piedra travertina más pesada y, para concluir, se reduce el peso de los materiales de manera progresiva desde la base hasta el óculo.

Son procedimientos que se utilizaban ya en los edificios termales de la época y que los ingenieros romanos habían aprendido tras largos siglos de experiencia constructiva. Es Adriano quien toma la decisión de que se utilicen por primera vez en la construcción de un templo.


III.

Una noche.

El sueño es ligero; no logro que sea continuo y profundo.

Tu respiración es un leve parpadeo, un hilo fino que se rompe, se diluye. Una ligera punzada cerca del corazón. Imágenes que se evaporan. Aire que se escapa. Susurros. Oscuridad intuída a través de la luz.

Amanece. La vida sigue, continúas vivo...


IV.

23 de abril de 2016.

Para llegar a Villa Adriana, has de subir al metro y a un autobús interurbano; me deja a unos diez minutos de la entrada.

Hoy es un día nuboso; amenaza lluvia. Invita a la nostalgia. Muy apropiado, porque las ruinas de la Villa de Adriano son las ruinas de un tiempo perdido, desaparecido, aniquilado...

Adriano eligió bien el lugar, cerca de las montañas, lejos de los conflictos de una Roma que le despreciaba.

Han descubierto recientemente un complejo constituido por templos y pórticos. Parecen ligados a Antinoo y su culto.

El Canopo es el límite. Más allá, se encuentra la zona que Adriano concedió y reservó para su esposa, Sabina. No se puede visitar; es propiedad privada.



A un lado y otro del Canopo, me fijo en una chica que se hace selfies. Y en un chico, que se sienta y reflexiona sobre la caducidad del mundo. O eso parece.

Recorro los espacios que Adriano levantó como homenaje a lo que más amaba y que no pudo ver terminar. Teatro, termas, habitaciones privadas, salones de recepción, bibliotecas... 

                                                 

Una ciudad construida a su medida, aislada de todo y de todos. Le imaginamos caminando por las noches. Un viejo solitario, acercándose a la muerte, asumiéndola con entereza y desesperación.

Unas gotas de lluvia caen al salir de Villa Adriana.

De camino decido visitar Santa Constanza. Como Santa Agnese ambas iglesias están vinculadas a la figura de Constantino y su madre. La iglesia está abierta; coincido con un duelo y una misa en memoria de un fallecido. Ropas negras, rostros serios y meditabundos. Un mosaico brillante que promete la resurreción de los muertos y un juicio final a todos los hombres.

El Museo Nacional Romano es una delicia. No sólo te ofrece escultura -encuentras las mejores aportaciones y copias de época romana-, o mosaico. Además en la planta segunda tienes la mejor pintura parietal que se ha podido conservar.

Por supuesto, entre las esculturas, están Augusto como Pontífice Máximo o una copia del Discóbolo o Níobide moribunda. Prefiero una Musa con el hombro al descubierto o una koré que lleva un peplo muy sugerente.

                                     

De la pintura destacan los de la Villa de Livia. La Naturaleza en su faceta más delicada y elegante.

Que también aparece en una tumba en la zona del Vaticano.

                                                


Más variadad temática observamos en las que se encontraron en la Villa de la Farnesina; son de una riqueza sorprendente. Se piensa que pudo ser una residencia de verano de Augusto y su familia en la zona del Trastevere.


Las dos son reconstrucciones que aprovechan un amplio espacio para acercarnos, aunque sólo sea de manera tímida, lo que pudieron ver los romanos que la visitaron o habitaron.

También podemos admirar una máscara crisoelefantina o la explicación extensa de una historia desconocida por el gran público: la de los barcos del lago Nemi, recuperados en los años 30, del fondo del lago 



-fueron verdaderos palacios flotantes para uso y disfrute del emperador Calígula, de los que se hace eco Suetonio en La vida de Calígula, XXXVII.2- y, lamentablemente, destruidos durante la segunda guerra mundial durante un bombardeo o un incendio provocado.



                        



V.

Llueve al otro lado del cristal. 
En los sueños se cuelan las gotas de lluvia: tal vez sean resquicios de felicidad. 
Las noches primaverales en Roma arrullan tu sueño.